El amor es como un...como un...arma que quieres posar en tu sien...
—¡Liz!—chilla mamá a mi lado, noto que sus ojos se agrandan del horror y doy un respingo en el asiento trasero del taxi.
—¿Qué?—suelto.
—¿Estás escribiendo lo que vas a decir en la cena ahora?—Me da la típica mirada de madre que da a entender que habrá problemas: frunce el ceño, tuerce los labios y la nariz—. Nos quedan unos minutos para llegar.
—No...—Cierro el cuaderno y lo guardo con rapidez dentro del bolso junto con el bolígrafo.
Desvío la mirada hacia el otro lado de la ventana, la realidad es que no tengo ánimos para recibir una reprimenda. Intenté múltiples veces en estos días sentarme a escribir pero las palabras no fluían. Aún no lo hacen. Pasé horas observando la hoja en blanco, esperando una idea o un indicio de lo que debería decir pero nada brotó de mi cerebro. Además, no es como si estuviera atravesando un buen momento sentimental, eso hace las cosas todavía más difíciles.
—¿Y qué es eso del arma?—De reojo, distingo que cruza sus brazos.
Entonces leyó todo, eso significa que no tengo escapatoria y es hora de darle una respuesta. De lo contrario, va a perseguirme hasta el final de mis días. Doy una mirada rápida al espejo retrovisor para asegurar que mi padre no la ha escuchado porque de ser así desataría un escándalo. Pero me relajo un poco al descubrir que está sumido en otro mundo, hablando con el conductor sobre deportes.
—No sé—musito—. Solo fue algo que se me ocurrió en el momento, no voy a decirlo.
Es la verdad, solo estaba tratando de vaciar mi mente antes de poder escribir algo coherente o incluso, más alegre. Como una clase de lluvia de ideas antes de encontrar la adecuada para la ocasión.
—Espero que no, es muy agresivo—comenta.
Asiento y aplasto los labios, apenada.
—Debo pensar en algo mejor, algo que sea menos agresivo—repito sin sentido alguno.
Su expresión se transforma en una mueca de desconfianza. Entonces, trago con fuerza cuando se estira para invadir mi espacio y aspira. Cuando se incorpora, arruga la nariz por un momento.
—¿Bebiste, Lizzie?—cuestiona con un tono severo.
Meneo la cabeza.
—No—musito.
No, solo tomé un par de copas en el bar del hotel mientras esperaba que mis padres se arreglaran. Pero «beber» no. De hecho, ¿Qué es eso? No conozco la palabra.
En un primer momento, parece no confiar en mi palabra pero, al final, se resigna y decide desvíar la atención hacia otra parte. No vuelve a hablar en todo el viaje hasta que llegamos al puerto del pequeño pueblo pesquero. Resulta que la cena será en el yate de los Foster, y hay una gran cantidad de gente abarrotada en la entrada.
Cuando bajamos del taxi, los flashes nos atacan como rayos en medio de una tormenta. Mi padre nos toma del brazo a ambas para no perdernos mientras avanza entre todo el tumulto y al cabo de unos segundos, el piso se convierte en madera, ya que estamos caminando por el muelle.
Hacemos una fila que lleva a un empleado bien vestido. Le pregunta a los invitados su apellido y verifica en la lista su asistencia.
—Del Carmen—responde papá.
El hombre nos deja pasar y mis padres comienzan a hablar de lo horrible que está el clima esta noche. Sin embargo, no puedo oír nada de la conversación, el barco de lujo delante de mí me tiene con la mandíbula por el piso. «Esto no puede ser de los Foster». Es un yate enorme de color blanco con dos pisos y rebalsa ostentación por donde se lo vea; el piso de madera reluciente, la decoración de oro y flores de lavandas, las esculturas de hielo, la servidumbre moviéndose de un lado a otro mientras sirven mesas con manteles de color blanco y servilletas doradas de seda. Todo aquí grita elegancia y dinero.
—¡Pero si son la familia Del Carmen!—exclama Mandy, acercándose por la borda con los brazos abiertos.
La ronda de saludos es rápida, eso es lo que tiene solo ser tres personas. Cuando la abrazo, me aseguro de no tocar ninguna de las joyas que decoran su cuello; ya sabemos lo que pasó la última vez que estuvimos en un barco y Mandy perdió su collar.
—Esto es fabuloso—elogia mamá.
Ella asiente con tranquilidad.
—Rose planeó todo a detalle—comenta y señala la decoración que cuelga sobre los bordes del barco—. ¿Les gustan las flores?
Mamá frunce el ceño.
—¿Rose?—repite, confundida—. Acaso, ¿No era el nombre de...
La ex de Jake.
—Es una larga historia—determina la señora Foster.
Antes de que alguien busque interrumpir, Man envuelve su brazo con el suyo y comienzan a adentrarse a la fiesta con serenidad mientras intercambian chismes. Mi padre me da una mirada sobre su hombro cuando nota que no me muevo de mi sitio.
—Debo ir a hacer una cosa antes— me excuso y él asiente antes de perderse entre los invitados que aún no han tomado asiento.
Hay mucha gente aquí arriba y no he visto a nadie que conozca, pero es seguro que me encontraré con alguno de los muchachos, por eso prefiero mantenerme al margen. Seré una planta todo el tiempo que pueda hasta que me toque dar el dichoso discurso.
—¿Champagne, señorita?—me ofrece una bandeja de copas, un camarero vestido de blanco.
Aplasto los labios un segundo. No debería beber, no debería...quizás una copa no venga mal.
Con mis dedos encerrando el vidrio caro, me debato si aquí habrá un buen lugar para escribir unas notas sin que nadie me venga a reclamar nada. Alzo la cabeza hacia el lado contrario al que se han ido mis padres y camino hacia allí, para confirmar que de ese lado del barco no hay nadie más que una pareja demasiado absortos en la luna para notar mi presencia.
Le doy un trago largo a la copa y me siento unos metros detrás en el suelo del barco—porque de este lado no hay mesas— para sacar mis materiales. Sí, parezco una loca. ¿Lo peor? Es que estoy escribiendo en el bloc que me regaló James.
Tonto, tonto. Ojalá tirarte por la borda.