Enamorada del Villano

Capítulo 32

Lizzie

Abro los ojos y lo primero que veo es a mamá sentada en los pies de la cama. Su expresión no dice mucho, de hecho, parece una estatua hasta que su pecho sube y luego baja cuando suelta un suspiro de alivio.

Me siento en la cama y al instante, llevo una mano a mi sien porque siento una punzada tan fuerte que creo que voy a desmayarme. Por suerte no es así.

—¿Cómo te sientes?—pregunta ella.

En un primer momento creo que podría estar en casa pero echo un vistazo al lugar; el aire veraniego, los muebles de caña, las palmeras, la televisión y la pequeña sala con el pequeño refrigerador, son suficientes indicadores para comprender que aún sigo en el hotel. Y por consecuencia, la angustia comienza a consumir mis ánimos.

—Mal—musito.

Señala la mesa ratona a mi lado, dónde alguien ha dejado un vaso de agua con una tableta de aspirinas. Me llevo a la boca una pastilla y luego trago el agua con desesperación, porque siento la garganta un poco seca.

—¿Recuerdas algo de anoche?—Aplasta los labios hasta que solo veo una fina línea a la altura de su boca.

Meneo la cabeza, lo cual es un error inmenso cuando percibo que mi cerebro parece estar dando vueltas como un trompo.

No es como que haya olvidado todo, recuerdo vagamente estar sentada en el bar del hotel pensando en lo miserable que me sentía, en todo lo que había hecho mal en mi vida y lo que me arrepentía de haber seguido diseño de modas, el resto de la noche es una incógnita.

Para mi sorpresa, no comienza a relatar los hechos, simplemente busca algo en su bolsillo y me lo entrega. Pronto tengo en la cara la pantalla de su celular con un vídeo en pausa esperando para comenzar a reproducirse.

La miro confundida.

—Es mejor que lo veas, cariño—determina.

¿Ver qué? ¿En este vídeo aparezco? ¿Por qué alguien me grabó? Oh no, ¿Y si hice algo humillante en la cena? Sé que solo podré responder a estas dudas si lo veo, así que es hora de enfrentarme a los hechos.

Le doy play con el dedo índice temblando mientras una corriente fría de inquietud me recorre la espina dorsal.

La grabación comienza tranquila, así que no entiendo qué es lo que hay que ver. Solo estoy en el fondo del escenario, sacudiendo la cabeza en un gesto de afirmación.

—No entiendo—digo, alternando la vista entre ella y la pantalla.

—Adelanta un poco.

Cuando sigo su indicación, el alma se me va a los pies. El video es básicamente mi yo del pasado, borracha y perdida, confesándolo todo: los secretos de los Foster, los míos y los de James. Mierda. Esto no puede estar pasando.

Una vez que termina, arrojo el celular sobre el edredón y elevo las rodillas antes de encerrarlas con mis brazos como si buscara contenerme a mí misma.

—¿E-Esto está en Internet?—le pregunto y reprimo las lágrimas que amenazan con salir. No quiero que me vea llorar.

Duda por un momento y entorno los ojos porque temo la respuesta que va a darme.

—Sí, lo lamento.

—Yo no quise...es decir, no pretendía...

No puedo terminar la frase. No sé cuáles eran mis intenciones, ni tampoco qué buscaba lograr con eso, solo estaba borracha y triste. Así que, por lo que veo, intenté desahogarme. El problema es que con tanto alcohol encima no medí las consecuencias de lo que hacía.

—Liz, ¿Por qué no me dijiste nada?—pregunta, su tono demuestra una decepción pura.

—No sé—me encojo de hombros—. Creí que era un problema de la familia Foster, no era mío hasta que realmente me ví involucrada sentimentalmente.

Ella menea la cabeza.

—No—niega—. No estoy hablando de James Foster ni de su familia. Estoy hablando de ti—hace énfasis en cada palabra para ver si capto el mensaje. Vuelve a aclarar:—. Estoy hablando de mi hija.

Sus palabras me dejan muda.

—¿Tienes deudas, hija?—pregunta.

Si algo recuerdo es la llamada de Bill, el rompecabezas viene en oleadas por supuesto, pero si no entendí mal, James pagó mis deudas.

Asiento y me pongo de pie en un salto, comienzo a caminar inquieta de un lado al otro.

—¿Por qué no nos dijiste nada?—pregunta otra voz.

De detrás de la cortina, aparece la figura de papá, quién toma asiento junto a mamá.

—No sé—suspiro—. Sé qué debí hacerlo.

Sí, lo sé pero no tengo ánimos para hablar sobre esto. Con los años, entiendes que hay cosas que debes resolver sola, en silencio, para no causar problemas y este es uno de esos momentos en los que tienes que callar, esperando que finalice la conversación. Aunque no siempre funcione, porque al instante el silencio se rompe con una sugerencia de papá:

—Podrías haberte quedado en casa.

—Sí, seguro—me mofo de la terrible idea.

No es mi intención ser hostil. En el fondo hay una pequeña vocecilla que me intenta detener pero es difícil oirla con tantos pensamientos horribles rondando por mi cabeza. O atacándola.

—¿Qué sucede, Liz?--mamá va al punto pero con una suavidad extraña y desconcertante, como si le diera pena.

Le doy pena a mi madre.

—Mamá, ¿Es que no me estás viendo? —La voz se me corta, una clara señal de estar diciendo algo que te afecta mucho—. Tengo veinticinco años, vivo en un monoambiente que se cae a pedazos, trabajo en un taller donde recibo un mísero sueldo, no estoy construyendo una familia o siquiera un futuro digno. Estaba endeudada o lo estoy, no lo sé. Y mi sueño...—hago una pausa para tragar con fuerza el nudo que se formó en mi garganta—, siento que moriré antes de poder cumplirlo.

—Liz, lo entiendo...

—¡No! —espeto, indignada, lo que la hace retroceder en un intento por acercarse a consolarme —. No me entiendes, ninguno de los dos lo hace. Ustedes formaron su familia, compraron una casa, sus sueldos no son tan miserables y no tienen la presión de que el tiempo corre.

Ambos me miran, impactados. Pocas veces he explotado así en mi vida, así que es normal su reacción de desconcierto.



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Editado: 16.01.2025

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