Lizzie
Acomodo las flores y me tomo un segundo para visualizar con detenimiento mi obra de arte.
Es horrenda.
El desastre que hice es suficiente para que las lágrimas comiencen a brotar de mis ojos.
— ¿Es normal que se ponga así? —pregunta Ariadna, entornando lo ojos.
Llegué hace unos días a la casa de la familia de Zek y desde entonces, he intentado ayudar a Greta con los preparativos de la boda, pero la tarea se está volviendo más complicada de lo esperado. La realidad es que no he dejado de llorar ni un segundo.
Últimamente no puedo evitar creer que todo lo que toco, lo destruyo. Se supone que ahora debía encargarme de hacer los centros de mesa con Ariadna, la hermanita de Greta y la novia, pero cada tallo que corto o flor que arreglo, parecen ser inadecuados.
Mi amiga me mira desde su lugar con una mueca de circunstancias.
—Liz, ¿Qué pasa?—Greta coloca una mano sobre mi espalda, en señal de apoyo.
—Es horrible—me acongojo—. De verdad lo intento pero...
Choco mi frente con el borde de la mesa, totalmente abatida. Sé que volveré a llorar y no quiero que me vean.
—Está bien, hiciste un buen trabajo.
No contesto, ambas sabemos que su intento por elevar mi autoestima no llevará a ningún lado.
—¿Estás así por James? —cuestiona, lo que me hace elevar la cabeza instantáneamente.
—¿Quién? —pregunta Ariadna, confundida.
Mi amiga fue bastante considerada en mantener mi problema todo este tiempo en pausa, nunca me presionó para hablar y también se encargó de que no llegué a oídos de los familiares que están rondando la casa, los que, por cierto, son muchos. Pero mis sentimientos están desbordados, tarde o temprano debíamos sacar el tema y parece que llegó el momento.
—Ariadna, tráele un vaso de agua a Liz, por favor—intenta desviarla Greta.
Ella resopla, pero se levanta y va a la cocina, dejando caer un par de flores que se encontraban en su regazo al suelo.
Antes de comenzar a hablar, les doy una mirada a los muchachos que se encuentran a unos metros observando el televisor.
La temporada de fútbol empezó y al parecer Zek y sus hermanos son fanáticos del deporte. Unos fans muy ruidosos, por cierto. Cada vez que alguien anota un punto, saltan de sus asientos y chocan las latas de cervezas, o cuando un jugador se equivoca, no dudan en espetarle groserías al televisor como si pudiera oírlos. Greta estuvo a punto de matarlos un par de veces en lo que va de la tarde, pero hasta ahora lo único que logró con sus amenazas es que bajaran el volumen un poco.
—Tranquila, no oyen—dice.
Y le creo, porque los veo demasiado absortos en una jugada clave que se está ejecutando en el medio campo.
—Sí, es por James—me limito a responder.
—Cuéntame.
Suspiro.
Quisiera que haya una forma de decir lo que siento sin sentirme un estúpida. Porque lo extraño, esa es la pura verdad y no debería hacerlo, no después de no hablar por días.
—Lo extraño—termino diciendo.
Frunce los labios y menea la cabeza en su forma de decir «Estás perdida». Tiene razón.
—Liz...—suspira
—Lo sé, soy una tonta.
—No, es que estás enamorada y es normal que seas tonta.
—Es un enorme consuelo saberlo—concluyo.
Suelta una pequeña risa.
—¿Han hablado desde que...—aplasta los labios, pensando en las palabras correctas—, tú sabes.
—¿Me humillé en público?
Asiente y me desinflo, decepcionada.
—No.
Greta está a punto de responder cuando uno de los hermanos de Zek se pone de pie y le grita al televisor;
—¡Pásala, idiota!
La rubia resopla con enfado, pero los chicos están demasiado metidos en el juego como para notar lo que sucede a su alrededor.
—Hombres—concluye.
—No, es James—la corrijo—. Es estúpido y complicado.
—Pues me refería a ellos—señala a los escandalosos—. Pero sí, hablando de Foster, tú lo conoces más que nadie.
—Ese es el problema, Greta—bufo—. James no deja que nadie lo conozca, soy su amiga desde hace décadas y aún así, siento que no sé nada sobre él.
—Es obvio que siempre trata de alejar a todos, ¿No? —inquiere.
Le doy la razón con un pequeño gesto de cabeza.
Desvía la mirada hacia la pared detrás de mi espalda y la clava allí por unos segundos. Luego, de la nada, vuelve a posar sus ojos en mí con una expresión de idea.
—Quizás los protege de sí mismo—dice.
—Pero, entonces, ¿Por qué me dejó entrar en primer lugar?—refuto.
—Es una buena pregunta.
Ambas nos quedamos en silencio, por un momento solo se oyen los alaridos que emiten los familiares del prometido de mi amiga.
—Liz, ¿James siempre fue así o solo este último tiempo?
—Un poco de ambos, aunque nunca fue malo. De hecho, toda su vida fue un sol—le explico—. Pero incluso en esos tiempos, imponía cierta distancia.
La rubia me mira con los ojos entornados.
—Bueno, no tanto como otras personas. No como Jake, obvio, él sí que es imposible.
—Quizás James, aprendió a ser distante por su hermano—sugiere.
—Es una buena teoría—reconozco.
Dejamos el tema allí cuando Ariadna aparece con un vaso de agua y lo coloca de mala gana frente a mis narices.
—Así no te deshaces en lágrimas—me dice.
Tiene un punto.
Ariadna es una joven adolescente que como buena representante de su edad, se queja por todo. Para ser honesta, creo que no le caigo bien, pero dudo que alguien lo haga. Digamos que está en su etapa de «Nadie me hable hasta que cumpla la mayoría de edad». Yo respeto eso, me parece que está creciendo y atravesando las emociones correspondientes para alguien joven.
De pronto, detrás de la adolescente con carácter fuerte, Sara, la mamá de Greta, aparece. Las comisuras de sus labios se elevan en una sonrisa.
—¿Han terminado chicas? —nos pregunta, entusiasmada—. ¿Necesitan ayuda con algún adorno o...