Lizzie
Asomo mi cabeza por el pasillo y ahogo un pequeño grito cuando veo a una figura a través del vidrio de la puerta.
Cuando volteo a mi costado, noto a la hermana de Greta con la espalda contra la pared y una expresión de horror en el rostro.
—Tranquila, quizás son vecinos que vinieron a pedir azúcar—le digo e intento fingir una sonrisa.
Uso las palabras en plural porque resulta que cuando bajamos las escaleras, un cuchicheo se hizo presente en el frente de la casa. De forma que nos enteramos que hay dos personas queriendo entrar y debido a ello, decidimos dividirnos en dos grupos: Joana y Esther cubriendo la puerta trasera, donde oímos los pasos y Ariadna conmigo vigilando la puerta principal.
—Ah sí, claro a esta hora—comenta, sarcástica—. Muy conveniente.
Ni siquiera momentos como este pueden apagar la actitud de una adolescente enojada con la vida.
Pero, la verdad es que tiene mucha razón. ¿Quién golpea la puerta de una casa a estas horas? Está claro que quien sea, no tiene intenciones buenas. Oh, carajo. Nunca pensé que estaría en una situación igual. El palo de Hockey tiembla en mi mano, no puedo mantenerla quieta. Esto es horrible, quiero cerrar los ojos y transportarme a otro sitio.
No, soy una adulta y puedo manejarlo.
Empiezo a pensar alguna estrategia para inmovilizar al ladronzuelo y llego a la conclusión de que debería intentar que entre en la casa para golpearlo con el palo.
—Vamos a acercarnos y a colocarnos junto a la puerta—detallo nuestro plan—. Abriré un poco y cuando el ladrón ingrese, lo golpearé con el palo.
Ariadna asiente con cautela.
Vuelvo a asomar la cabeza y me doy cuenta que la figura parece estar más cerca. Entonces, debo tomarme un momento para cerrar los ojos y respirar antes de comenzar a avanzar.
Cuando me armo de valor, empiezo a caminar de puntillas y Ariadna me pisa los talones, procurando hacer el menor ruido posible. Me detengo al llegar al frente del mueble recibidor. Es una pequeña mesa con un jarrón y un frasco donde la familia arroja las llaves cuando llega a la casa.
Miro a Ariadna, quién acaba de apoyar sus manos en mis hombros como forma de protección, y asentimos al mismo tiempo.
La figura sigue allí, inmóvil. Parece ser un hombre bastante alto y de pelo corto. Analizo a dónde debería ir direccionado mi golpe y concluyo que le apuntaré a su cabeza.
Un rayo de electricidad me recorre el cuerpo por lo que estoy a punto de hacer. Pero trago saliva y finalmente, abro con lentitud la puerta.
Al principio, no pasa nada. La sombra no se mueve –aún puedo verlo a través del vidrio— y creo que se quedará allí en el porche hasta que avanza y el corazón se me encoge en el pecho.
Entonces, cuando veo al enorme hombre pisando dentro de la casa, cierro los ojos y simplemente golpeo.
Pero en lugar de una queja por parte de la persona a la que herí, parece que por el lugar resuena un ruido igual a cuando rompes un jarrón.
Cuando vuelvo a abrir los ojos me quedo muda.
Efecto Foster.
El ladrón es James, y no, no es una ilusión óptica. Él está aquí, vivo y con la cara llena de golpes pero no producidos por mí, porque al parecer no soy buena apuntando a lo quiero.
Miro el piso, donde los pedazos del jarrón del recibidor se encuentran desperdigados por el suelo, y cuando elevo la mirada me doy cuenta que James está haciendo lo mismo.
—¿Qué pasa? ¡Dale con fuerza, otra vez!—alienta Ariadna, que aún no sabe quién es.
Ante esas palabras, James levanta la mirada y me sonríe.
—¿Me ibas a golpear con eso?—pregunta.
Escondo el palo detrás de mi espalda.
—No—miento.
Él alza una ceja, divertido y las mejillas se me encienden.
—Bueno, pero, ¿A quién se le ocurre aparecer así a esta hora de la noche?—lo cuestiono.
—¿Así cómo, exactamente? Iba a tocar la puerta hasta que se abrió sola.
También es mi culpa.
—¿Y tú entraste? Qué mal de tu parte.
Se encoge de hombros.
—Pensé que quizás había sucedido algo.
Abro la boca, dispuesta a a contestar pero me detengo antes de que mi humillación sea peor. Debe pensar que estoy loca o algo así.
—¡Ey, eres el de la televisión!—lo reconoce Ariadna mientras ríe.
James rasca su nuca, avergonzado.
—Ah, sí, hoy no he tenido el mejor de los días...—contesta.
Bueno, parece que no soy la única humillada.
—¡Le prometo señora que soy un hombre bondadoso y honrado!—Raven aparece en la sala de estar y se escuda detrás del sofá.
Al parecer, Joana lo persigue detrás con uno de esos palos de amasar con los que estiras la masa de pizza para que se aplane. Pero cuando Rav se posiciona detrás del sillón, ella lo mira del otro lado con el ceño fruncido.
—Bueno, mejor dicho, soy un hombre honrado—corrige con una sonrisa, aunque se queda pensando respecto a lo último y vuelve a modificar:—. Soy un hombre.
De pronto, Esther aparece por el umbral con un cuchillo en la mano y una actitud amenazante. Ahora mismo diré que la verdad da mucho miedo con su bata rosa que le llega a los pies y su gorra de dormir sobre la cabeza. No hay nada como una abuelita guerrera para defender a la familia.
Rav tuvo la peor parte, eso seguro.
Entro a la sala con la misión de apaciguar las aguas que están bastante turbias en este momento.
—No le hagan daño, está bien—les digo—. Lo conozco hace años, no es un ladrón.
Ellas bajan sus armas al instante y puedo ver que una expresión de confusión les atraviesa el rostro.
—¡Liz!—exclama Rav y se acerca a darme un abrazo.
Lo acepto con ganas y siento la mirada de James clavada en la nuca.
No creo que le agrade la idea de que lo salude así en absoluto. Pero me importa poco y nada. Se merecerá un recibimiento de esa índole cuando lo merezca.
—Lo siento—le digo.
—No te preocupes, merezco ser perseguido—confiesa—. Debí pararte cuando hablaste, pero te ví tan segura de hacerlo que simplemente te dejé.