¿enamorada? Pero... Si no es primavera.

PRÓLOGO

🌷 Prólogo — Carolina

El amor es como el WiFi: todo el mundo dice tenerlo, pero nadie sabe cómo funciona.

Y cuando por fin te conectas, se cae la señal.

Eso lo pienso esta mañana, mientras intento hacer que mi tostadora funcione. No hay nada más humillante que pedirle a una máquina que te ame lo suficiente para no quemarte el pan.

Ella me ignora, claro. Se le da bien.

El reloj marca las ocho y cinco. Tengo tres minutos para salir si no quiero llegar tarde a la agencia. Me miro en el espejo del pasillo: rizos que parecen tener vida propia, ojeras nivel campaña de fin de año y una camiseta que dice “No me hables hasta el segundo café”. Profesional, como siempre.

El ascensor tarda siglos. En el piso de abajo me cruzo con el vecino del 3B, el del bulldog francés. Él me sonríe, yo también, y su perro decide olerme el tobillo con una devoción que no he visto en ningún humano.

—Alguien se ha enamorado —dice él.

—Por lo menos alguien si lo hace —respondo mirando al can.

En el metro, las parejas se dan la mano, se miran, se besan. Yo miro el móvil, mi refugio de siempre. Hay un correo del “jefe” con el asunto: “Reunión especial — nuevo proyecto”. Y un emoji de corazón. Malo. Cuando usa emojis, es porque la cosa viene rosa y con purpurina.

Al llegar a la oficina, Lina me recibe con una sonrisa que parece más grande que su cara.

—¿Ya lo sabes? —me dice sin aire—. La publicidad de… ¡San Valentín! ¡Nos toca a nosotras!

—¿Qué nos toca? ¿Sobrevivir a Cupido o diseñarle las alas?

—Al fin una buena campaña. La de Navidad se la dieron a la competencia, pero… ¡está vez no! ¿Te imaginas que te emparejan con Martín? —Suspira. Otra loca detrás de sus huesos.

—¿Emparejan? —repito, como si la palabra me diera alergia.

—Sí, juntos. El amor y la razón. La fusión perfecta —canta, teatrera. —Todo el mundo sabe que Martín cree en el amor, no en los rollos de una noche.

Martín Salazar.

Martín, con su sonrisa de anuncio de pasta dental y su manera extremadamente prudente y educada de existir.

Martín, el guapísimo y educado hombre que dice “por favor” y “gracias” incluso a los ratones.

Martín, el que tiene el cuerpo de un Dios griego y que nunca se enfada, el que nos trae café a los del equipo, el que, aunque es tan guapo como atractivo y hace que todas las chicas suspiren, nunca da pie a nada más. Y además es él que si me mira a los ojos cuando habla, me obliga a que yo cambie de tema, porque aunque no lo diga, me atrae. Sí, ese, el que no me miraría ni aunque fuera la última mujer del planeta tierra, porque creo en las relaciones sin complicaciones, al contrario cariño que él.

Don perfecto no es que me caiga mal, nada de eso. Es amable, muy guapo como ya había dicho y simpático… Pero… Es que él representa todo lo que yo no entiendo: es el tipo de gente que todavía cree en el amor como si no lo hubieran actualizado desde el siglo pasado.

Él cree en el amor.

Y yo no.

Y ambos trabajamos en publicidad, lo cual es casi poético: vendemos emociones en las que no confiamos.

Mientras espero que cargue el ordenador, Lina sigue hablando de cómo “sería un sueño” que Martín la mirara.

Yo asiento y sonrío, pero por dentro pienso que si de verdad el amor fuera tan fácil de vender, ya tendría mi propia marca.

A media mañana, recibo el segundo correo del día:

“Carolina y Martín — reunión 11:30h. Proyecto especial San Valentín.”

Perfecto, si es que me lo veo venir.

En esta campaña, me esperan flores, corazones y PowerPoints con tipografía cursiva.

Suspiro.

Miro mi taza de café y le hablo en voz baja como si me escuchara.

—Aguántame tácita, que se viene temporada de amor.

Y la taza, que no responde, al menos no me contradice.

Lo cierto es que no tengo nada en contra del amor.

Simplemente creo que, si existe, debe de tener muy mal sentido del humor…




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