💘 Capítulo 2 — Carolina
Si el amor es ciego, San Valentín sería como su festival de luces.
Eso es lo primero que pienso cuando salgo de la sala con la sensación de haber firmado mi propia sentencia publicitaria.
¿Yo, Carolina Serrano en una campaña de amor? ¿Qué locura es esta? Eso es como pedirle a un gato que cuide de una pecera.
Me levanto de golpe y camino directo a la oficina de Rodrigo. No espero ni siquiera a que mi compañero de proyecto y los demás vuelvan a sus oficinas.
Cuando llego, encuentro a Rodrigo hablando por teléfono, pero no me importa, entro igual.
—Jefe, necesitamos hablar. —Le digo y cruzo los brazos, en modo “no pienso tragarme esto”.
Rodrigo levanta la mirada, suspira y me hace un gesto para que espere mientras se despide de la persona al otro lado de la línea.
—Perfecto, el día 15. Te llamo luego, Inés. —Cuelga—. A ver, hermanita, ¿qué pasa ahora? —pregunta como si realmente no tuviera idea.
Y es que sí, mi adorado y ahora odiado jefe, resulta que también es mi hermano.
—¿Qué pasa? ¿Como que, que pasa? Pasa que esto no tiene ni pies ni cabeza. No tiene sentido. —Me adelanto un paso—. No puedo liderar una campaña de San Valentín. Y menos con Martín… No creo en el amor. No es ni mi línea, ni mi estilo.
—Precisamente por eso Carolina —dice, con esa sonrisa de jefe zen que me pone tan nerviosa y me gustaría borrarle de un golpe—. Quiero que el enfoque sea distinto. Más real, sin tanto cliché.
—Rodrigo, el amor es el cliché por excelencia —respondo—. No existe ninguna campaña “real” sobre algo que solo vive en los anuncios de perfume.
Antes de que pueda seguir, alguien llama a la puerta, y claro, el universo tiene sentido del humor. Y viene a reírse de mí.
Don perfecto tenía que ser.
Martín aparece tras ella. Perfectamente sereno, con esa perfecta y atractiva sonrisa.
—¿Puedo pasar? —pregunta, con ese tono suave y educado que nunca pierde, aunque esté parado en la puerta del infierno.
—Adelante, Martín —dice Rodrigo, claramente encantado de que haya llegado su refuerzo celestial.
Yo ruedo los ojos. Mi hermano intuye que me atrae Martín, pero no como él cree. Solo me atrae físicamente. Nada más.
Martín se apoya en el marco de la puerta y me mira con una calma que me desconcierta.
—Me han dicho por ahí —señala a Lina con una sonrisa —que tenemos una clara diferencia de opiniones.
—Diferencia no. Incompatibilidad absoluta. —Cruzo los brazos más fuerte—. Yo no creo en vender mentiras.
—¿Y quién ha dicho que el amor es una mentira? —replica, ladeando la cabeza, sonriendo de una forma atrapante, y acercándose despacio.
—Yo —contesto—. Y unas cuantas canciones de desamor.
Martín sigue sonriendo. Tiene esa sonrisa que no es condescendiente, pero tampoco inocente.
—Entiendo, entonces, es mejor que no estés. Tal vez es que no estás capacitada para una campaña de esta magnitud. Y es entendible.
Me quedo quieta.
¿Qué ha dicho?
¿Ha dicho que no estoy capacitada? ¿Perdón?
—¿Disculpa?
—Bueno, si no crees en el tema, difícilmente vas a conectar con él. Definitivamente, tienes que estar muy capacitada para hacerlo y no será algo fácil… —Lo dice sin levantar la voz, con esa calma irritante de quien gana discusiones sin discutir.
—No es eso. —Me acerco un paso más a él, desafiante—. Es solo que no pienso disfrazar de amor lo que muchas veces es egoísmo con globos en forma de corazón.
Él me sostiene la mirada, es solo por un segundo que me pierdo en sus preciosos ojos grises y se me olvida de qué lado de la discusión estoy.
Don perfecto tiene esa forma intensa de mirarte, como si fueras un enigma que piensa resolver sin romperlo.
—Quizá el problema —dice al fin, con media sonrisa provocadora — es que no has conocido el tipo de amor correcto, solo el egoísta.
—O quizá, el problema —respondo, bajando la voz— es que tú sigues creyendo que sí existe el amor para toda la vida…
Rodrigo, que ha estado mirando el intercambio como si viera un tráiler de Netflix, aplaude.
—Perfecto. —dice—. Esa tensión es justo lo que quiero para la campaña. He dado en el clavo.
—¿Qué? —Martín y yo hablamos al mismo tiempo.
—Está decidido. Vosotros dos vais a trabajar juntos en esto. “El amor y la razón”. La campaña, por si no os lo había dicho, se llama así. Y acaba de empezar en este preciso momento.
—No me lo puedo creer…
—¿Podéis ir saliendo? —me interrumpe —tengo que hacer unas llamas.
Salgo de la oficina con la sensación de que el universo y mi querido hermano se ha aliado contra mí.
Martín camina detrás de mí, al contrario que yo, muy tranquilo.
—No te preocupes —dice, alcanzándome en el pasillo—. Prometo convertirte en una fiel creyente.
—No te preocupes tú —respondo sin girarme—. No pienso convertirme en tu milagro.
—¿Apostamos? —pregunta en un tono coqueto que no había escuchado antes y que me descoloca completamente.
—Idiota… —digo, y sigo caminando.
Un segundo después juraría que lo escucho reír por lo bajo…