Enamorada? Pero... Si no es primavera.

CAPÍTULO 6

🌸 Capítulo 6 — Carolina.

Son casi las ocho cuando salgo de la agencia con Lina.

El día se me ha hecho eterno, es de esos en los que sientes que el reloj avanza solo para recordarte que sigues aquí.

Aun así, cuando Lina me propone pasar por la cafetería de Jenna, no tengo ni fuerzas ni para negarme.

—Vamos, Carol, un café y desconectamos —dice, tirando de mí asegurándose de que no pueda escapar.

—Tú lo que quieres es excusa para comerte un trozo de tarta.

—Y la tengo —responde, riéndose.

Cuando llegamos el local está lleno. Huele a café, a lluvia y a bollería recién hecha.

Jenna está detrás del mostrador, con el cabello recogido y el delantal un poco torcido. Una clara señal de que ha sido una tarde movida.

Cuando nos ve, sonríe como si la hubiéramos salvado del aburrimiento.

—¡Por fin aparecéis! Pensé que os habíais mudado a vivir a la oficina.

—Pues casi —responde Lina, dejando el bolso en una silla—. Rodrigo hoy ha estado imposible, creo que ha revisado hasta las grapas del archivador.

—Entonces os pongo lo de siempre. ¿Café doble?

—Sí, y algo dulce, por favor —respondo.

—Marchando —dice, mientras anota el pedido.

Nos sentamos en la mesa de siempre, la del fondo. Afuera llueve con ganas y el sonido del agua contra el cristal es lo más relajante que me ha pasado en todo el día.

Lina se descalza discretamente dejando los zapatos bajo la mesa y suspira.

—No sé cómo voy a llegar viva al viernes. Tú hermano no me deja ni respirar.

—Con cafeína y paciencia —digo—. O con cafeína y sarcasmo, que también funciona.

Jenna llega con tres tazas humeantes de cafe y una porción generosa de tarta de zanahoria.

—Aquí tenéis. Y recuerda que el viernes salimos.

—Sí, lo sé —respondo—. A las nueve, ¿verdad?

—Eso dijimos —contesta ella—. Te puedes unir si quieres Lina. —le comenta a mí compañera.

—Me apunto —dice Lina enseguida—. Si voy con vosotras, seguro que me animo.

—Perfecto —dice Jenna—. Cuantas más, mejor. No me falléis.

Lina me mira con esa sonrisa de “ahora no te escapas”.

—Ya te has quedado sin excusas, Carolina.

—Lo sé —digo—. Iré, pero no prometo quedarme hasta tarde.

—Eso lo dices ahora —responde ella—. Pero te conozco.

Bebemos un sorbo de café en silencio. Por fin, un momento sin correos, sin clientes y sin Rodrigo repitiendo la palabra “urgente”.

—¿Te has enterado de dónde será la cena de Navidad? —Lina rompe el silencio.

—Sí, Rodrigo lo ha mencionado hoy. Es un restaurante nuevo, más formal que otros años.

—Ya veo a medio equipo intentando parecer elegante —dice Lina.

—Y a mí me toca escuchar el discurso que preparo Rodrigo al día siguiente, mientras vosotras dormís la mona —añade Jenna, desde el mostrador.

—Es cierto, todos los años viene, te lo recita y luego te felicita las navidades ¿Por qué será?... —digo bromeando. Aunque pensándolo bien... Yo también podría jugar a ser una Celestina como ha intentado tantas veces él.

Las tres reímos. Jenna se acerca de nuevo con servilletas y se apoya en la mesa.

—He oído que el chef del nuevo restaurante es guapísimo.

—Entonces Lina no falta seguro —respondo.

—¡Oye! —se queja ella—, si a mí me hubieran puesto a trabajar con Martín, no me lo pensaba. Iba a por todas.

—Tú irías a por todas con cualquiera que te sonriera —respondo riendo.

—Con cualquiera no, pero con él sí.

—Pues suerte que no te ha tocado —digo—. Así no tengo que escucharte hablar de tus tácticas de conquista en plena reunión.

—Anda, reconócelo. Te cae bien.

—Es buen compañero, nada más.

—Claro —dice con una sonrisa—. Y yo odio los zapatos nuevos.

—No voy a discutir eso —respondo, todavía riéndome.

Jenna nos deja un plato de galletas recién horneadas.

—Invitación de la casa. Os hacen falta después de tanto estrés.

—Eres un ángel —dice Lina.

—Lo intento —responde Jenna, antes de volver a la barra.

Nos quedamos un rato más hablando de todo y de nada. De trabajo, de lo rápido que se acerca la Navidad, de lo caro que está el metro.

Fuera sigue lloviendo, pero aquí dentro el tiempo parece otro.

Durante un segundo pienso que la vida sería mucho más sencilla si todo se resolviera con café y tarta.

Cuando terminamos, recogemos nuestras cosas.

Jenna nos despide desde la barra con la mano en alto.

—El viernes os quiero aquí a las nueve y con buena cara —dice.

—Lo intentaremos —respondo.

Salimos bajo la lluvia, compartiendo paraguas.

Lina sonríe.

—Entre el trabajo, la cena de empresa y la salida del viernes, esto parece una maratón.

—Sí —digo—, pero al menos esta vez habrá risas.

Caminamos un par de calles juntas hasta que ella toma otro rumbo.

Yo sigo hacia el metro, con el sonido del agua y el olor a café todavía pegados a la ropa.

Y no sé por qué, justo antes de bajar las escaleras, me viene a la cabeza el rostro de Martín.

Sacudo el pensamiento enseguida, pero no se va. ¡Jolines! Tal vez el café que me ha servido Jenna tenía más azúcar del que creía...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.