Enamorada? Pero... Si no es primavera.

CAPÍTULO 7

✏️ Capítulo 7 — Martín

Después de que Carolina se marcha, Rodrigo me atrapa antes de salir.

Se pasa un rato hablando de plazos, presupuestos y las otras campañas que tenemos abiertas. Yo asiento, pero la verdad es que sigo con la cabeza en otra parte.

Carolina me ha dejado con el cerebro lleno de nuevas ideas y frases sueltas, como si me hubieran pasado un anuncio por dentro.

Cuando por fin salgo de la agencia, ya a anochecido. Arranco el coche con él que suelo venir mis miércoles y los viernes y pongo la radio. Necesito despejarme, así que conduzco sin prisa hacia las afueras.

Los miércoles suelo ir a ver a mi madre.

Ella vive en un centro especializado para personas con Alzheimer. Hace casi dos años que está ahí. Al principio me costó aceptarlo, pero ahora sé que está bien cuidada. A veces me reconoce, otras veces no. Aun así, cuando sonríe, lo hace con la misma ternura de siempre.

La enfermera de turno, Laura, me saluda en cuanto entro.

—Hola, Martín. Doña Celia ha tenido un buen día —dice, amablemente—. Ha estado charlando y hasta nos ha cantado un poco.

—Eso suena bien. —Sonrío.

Laura es de esas personas que transmiten calma. Se nota que quiere a los pacientes. Y a veces, cuando me habla, parece que también me dedica una parte de ese cariño. Lo percibo, aunque ella lo disimule.

Camino por el pasillo hasta la habitación de mamá. Está sentada junto a la ventana, mirando los árboles del patio.

—Hola, mamá. —Me acerco y la beso en la frente.

—Hola, guapo. —Me sonríe—. ¿Vienes del trabajo?

—Sí, acabo de salir.

—Tienes cara de cansado. —Se ríe—. Pero estás igual de guapo. —Me río yo también.

No sé si sabe exactamente quién soy, pero ver esa sonrisa me basta.

Le hablo de cosas simples: del tráfico, del tiempo, de la nueva campaña. Ella escucha, moviendo la cabeza como si entendiera cada palabra que le digo.

—¿Te acuerdas de Rodrigo? —pregunto, sin esperar respuesta—. Pues ahora trabajo con su hermana. Carolina.

—Ah, la chica de los ojos bonitos —dice, y yo me quedo quieto un instante.

No sé si lo dice por recordar o por pura casualidad, pero me deja sin palabras.

En ese momento se asoma una voz detrás de mí.

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —pregunta, mi hermana Lucia.

Me giro y la veo llegar con su bonita sonrisa, con el abrigo colgado del brazo y la energía que parece traer de casa.

—Solo hace un rato. Hoy está tranquila.

—Menos mal. —Saca el móvil y se acerca a mamá—. Mira, le he traído fotos de Nico.

Mamá las observa con una sonrisa dulce.

Nico tiene dos años y la capacidad de desmontar el salón en menos de un minuto.

Lucía se sienta enfrente, con ese aire sereno que siempre he admirado.

—¿Y tú? —me pregunta—. ¿Cómo va el trabajo?

—Agitado. Estoy con la campaña de San Valentín.

—¿Otra vez con corazones y flores?

—Más o menos. Pero esta vez con Carolina Serrano.

—¿Esa es la hermana de Rodrigo?

—La misma.

—Ah. —Lucía sonríe, divertida—. Así que el amor está en el aire.

—En el aire no sé, pero en los archivos, seguro. —Se ríe.

Laura entra de nuevo, con una taza de té para mamá.

—Ha estado especialmente animada hoy —nos dice—. Hasta me ha cantado una canción mientras la peinaba. Una de esas antiguas sobre amores imposibles.

Lucía me mira de reojo cuando Laura se va.

—Le gustas —dice sin rodeos.

—Lo sé.

—Y tú, ¿no piensas hacer nada?

—No sería justo. Es buena chica, pero no la veo de esa forma.

Lucía suspira.

—A veces creo que te exiges demasiado en el amor, Martín.

—Y yo creo que tú lo tienes todo, algo así es a lo que yo aspiro. —Sonrío.

—No te creas que todo es perfecto. Aunque sí que tengo suerte —responde—. Pero si te sirve de consuelo, la vida cambia cuando menos lo esperas.

No contesto. Miro a mamá, que ahora sostiene la foto de Nico y la acaricia con los dedos, despacio, como si pudiera sentirla.

—¿Crees que existe ese tipo de amor? —le pregunto a Lucía—. El que aguanta los años, la distancia, todo eso.

—Claro que existe. Papá y mamá lo tuvieron. Y me gusta que tú sigas creyendo en él, aunque no lo digas.

—No sé… —Me encogí de hombros—. Creo en el amor de verdad, pero a veces pienso que cada vez es más difícil encontrar a mi otra mitad.

—Entonces no lo busques —responde sonriendo—. Espera a que llegue nada más.

Lucía se levanta y me da un beso en la mejilla.

—No tardes mucho en irte. Yo me voy antes de que Nico se despierte y Santiago se vuelva loco. Por cierto, te esperamos para Nochebuena.

—Allí estaré.

Cuando se va, me quedo un rato más.

Le cojo la mano a mamá.

—Te echo de menos —le digo.

Ella no responde, pero me aprieta los dedos con suavidad.

Laura vuelve a entrar.

—Le hace bien que vengáis, se nota.

—A mí también —respondo. Ella me mira un momento, sonríe y baja la vista.

—Ojalá todos los hijos fueran así.

No sé qué decir, solo asiento.

Cuando salgo del centro, la noche está fresca y la ciudad parece más silenciosa.

Pienso en Lucía, en su casa con las risas de su pequeño, y en Nico feliz, corriendo detrás de su balón.

Pienso en mamá, en su sonrisa y en Carolina, que no cree en el amor, pero me hace pensar en el igual.

Y mientras conduzco de vuelta, me doy cuenta de que quizá no necesito una gran historia.

Solo alguien que me mire y me reconozca, incluso en los días en que yo mismo me olvido de quién soy.




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