Enamorada? Pero... Si no es primavera.

CAPÍTULO 8

🌸 Capítulo 8 — Carolina

Llego a la oficina con el segundo café del día en la mano y la sensación de no haber dormido lo suficiente.

En cuanto enciendo el ordenador, Rodrigo aparece por detrás de mi.

—Reunión en diez minutos —dice, tan tranquilo.

—Qué sorpresa, justo cuando estaba a punto de ser productiva —respondo.

—Vamos...—añade—. Martín necesita tu opinión. Ha preparado algo y quiere revisarlo contigo.

Cuando voy a levantarme, mi estómago gruñe.

—Perfecto —murmuro. —Nada como una reunión temprana para recordarme que aún no he desayunado. —Aunque... Interiormente agradezco que Martín no haya actuado por su cuenta y que tenga en cuenta que soy su compañera de proyecto. Muchos otros de aquí no dudarían en mostrar lo que tienen sin contar conmigo para llevarse el favor del "jefe".

Mi compañero ya está en la sala cuando entro. Tiene la camisa remangada y un cuaderno que parece estar lleno de apuntes.

—Buenos días. —Levanta la vista y sonríe.

—Supongo que eso todavía está por verse —digo, dejando el bolso sobre la mesa y me coloco a su lado.

Rodrigo se sienta frente a nosotros.

—A ver, ahora sí, contadme cómo va el concepto.

Martín abre su cuaderno y empieza a explicar una idea sobre la campaña: un enfoque más emocional, centrado en los pequeños gestos cotidianos.

Lo hace con esa calma y tranquilidad que me desconcierta… y un poco me desespera.

—Vale —digo cuando termina—, me gusta la parte visual de la que hablas, pero el mensaje tiene que ser más claro. Si decimos que el amor está en los detalles, tenemos que mostrar cuáles. ¿No?

—No hace falta decirlo todo —responde Martín—. A veces lo que no se dice es lo que más se siente.

—No estamos escribiendo poesía, Neruda. Estamos trabajando —replico.

Rodrigo levanta las cejas y sonríe.

—Me encanta, esto parece un debate de pareja.

—No lo es —decimos los dos a la vez.

Rodrigo se ríe.

—Tranquilos, solo era un decir. —Se levanta. —Pero en este caso, creo que Martín tiene razón. Un poco de sutileza puede funcionar.

—Sí, claro —respondo—. Qué raro que le des la razón a Martín.

Martín me mira con una sonrisa ladeada.

—No te pongas celosa —dice él, divertido. —Tampoco es para tanto.

—Por favor, sabes que sí —respondo, cruzando los brazos.

Rodrigo se levanta.

—Os dejo solos, que seguro que lo resolvéreis mejor sin mí.

Nos lanza una mirada sospechosamente encantadora y se marcha.

Nos quedamos en silencio unos segundos.

—Así que tienes razón, ¿eh? —le digo.

—Eso parece —responde él, con una sonrisa que querría apagar con un botón.

—Vaya novedad —murmuro. —Para mi hermano todo lo que tú hables, es como para un cristiano el evangelio.

Martín apoya las manos sobre la mesa.

—Carolina, solo he expuesto lo que me parecía mejor. No lo hago para llevarte la contraria.

—Lo sé. Simplemente es que tienes un talento natural para hacerlo —respondo y él suelta una risa suave.

—Venga, hagamos una cosa. Dejamos mi idea de fondo, pero probamos tu enfoque visual. Y si funciona, lo dejamos así.

—¿Eso es una rendición?

—Eso es una tregua. —Asiento intentando no sonreír.

—Vale, trato hecho. —Hago una pausa—. Y como has cedido un poco, te invito a un café.

—¿Así de fácil tenemos tregua?

—No te acostumbres. Es solo porque yo necesito tomarme otro.

Salimos al pasillo y ya huelo el café. La gente mira sus monitores fingiendo que está despierta, mientras Martín camina a mi lado, tranquilo.

Esperamos junto a la máquina, cuando me mira de reojo.

—Al final juntos no lo estamos haciendo tan mal, ni discutimos tanto.

—Eso porque no hemos llegado aún al diseño —respondo—. Ahí soy más peligrosa. Nos reímos los dos.

Cuando el café termina de servirse, él me lo pasa.

—Aquí tienes.

—Gracias. Si el café está malo, anulo la tregua.

—Trato justo —me mira con una intensidad, que durante un momento hace que me pierda en mis pensamientos. No puedo creer que alguien tan atractivo, sea tan anticuado en el tema de las relaciones.

—Voy a ver si al fin hago algo productivo. —digo y vuelvo a mi escritorio.

Martín me sigue y se sienta cerca. Por un momento, el día parece menos pesado. Pienso que quizá trabajar con Martín no está tan mal, te hace sentir cómoda, es bueno en lo que hace, es leal y... Bueno, solo espero que mi comodidad no se note.

Estoy revisando unas notas cuando escucho el sonar de tacones. No hace falta mirar: es Selena. Con su perfume a vainilla entrando antes que ella.

—Martín, ¿tienes un momento? —pregunta desde la puerta, con una sonrisa digna de anuncio.

Martín se gira.

—Estoy con algo, pero si es rápido…

—Es solo una duda del proyecto de los bombones —dice, acercándose demasiado—. Es que hay algo que no entiendo y tú te explicas tan bien…

Ay, por favor, no ruedo los ojos por vergüenza.

Martín mira mis documentos, vuelve a mirarla.

—En diez minutos voy —responde amable—. Estoy revisando esto con Carolina.

—Perfecto —dice ella, mirándome como quien revisa competencia. —Cuando se va, resoplo.

—Madre mía —murmuro—. Qué entusiasmo. En cualquier momento se mete dentro de la mesa.

Martín se ríe. —Es simpática.

—Sí, simpática, intensa… y ofrecida —susurro.

—¿Qué?

—Nada. Solo digo que ojalá sea verdad que era una duda rápida.

Él me observa.

—Si no te conociera como lo hago, diría que estás celosa.

—Por favor... Yo no me pongo celosa. Solo me molestan las personas que hablan casi cantando y se apoyan así en mesas ajenas.

Martín sonrie como si hubiera resuelto un acertijo.

—No te preocupes, será rápido —dice levantándose.

No sé por qué, pero esa frase me altera más de lo que debería.

—Pues ve antes de que te prepare un examen entero de dudas —respondo.

—Sí, señora —dice él, divertido. —Ah y solo para que lo sepas, ella no me interesa. Prefiero terminar esto contigo.




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