🍸 Capítulo 11 — Martín
La oficina está casi vacía cuando cierro por fin la laptop. Es viernes, pero, al final, la jornada se me ha alargado más de lo que pensaba. La mayoría se ha ido hace un buen rato; ahora solo quedan algunas luces encendidas y el ruido de la impresora de administración.
Carolina se ha marchado hace unas horas. Ha salido rápidamente, con una energía que parecía llenar el pasillo incluso con prisa. Ha dicho algo de que tenía planes con Jenna y Lina, y que necesitaba tiempo para tener pelea con el armario.
Desde que se ha ido, todo está más silencioso.
Guardo el portátil en la mochila y recojo unos pocos papeles que me quedan en la mesa. Estoy dispuesto a irme a casa cuando escucho la puerta del despacho abrirse y veo a Rodrigo acercándose.
—¿Te queda mucho? —pregunta, apoyándose en el marco de la puerta.
—No, ya casi estoy —respondo—. Estaba cerrando unos correos.
—Muy bien. —Asiente—. Así no tendré que darte la charla del equilibrio entre vida y trabajo.
Sonrío un poco.
—Esa te la sabes demasiado bien.
—Alguien tiene que recordártela —dice—. Tú no vas a hacerlo solo.
Termino de guardar mis cosas y apago la pantalla.
—¿Has hablado con tu hermana? —pregunto—. Ayer la vi por el centro y me dijo que iba a pasarse a ver a tu madre.
—Sí, he hablado con ella hace un rato —responde—. Mamá está tranquila. Dice que se ha quedado muy tranquila, no hace falta que vaya.
Me encojo de hombros.
—Solo han dado un paseo por el jardín y han estado viendo unas fotos viejas. Lo de siempre.
—Con eso tiene bastante —dice Rodrigo—. Pero a ella le gusta cuando vas tú.
No sé qué contestar a eso, así que solo asiento.
—Bueno —añade, cambiando de tema—, ¿planes para esta noche?
—Nada especial —respondo—. Pensaba ir a casa, hacerme algo de cenar y descansar.
Rodrigo frunce el ceño como si hubiera dicho una barbaridad.
—¿En serio? ¿Viernes noche y tu plan es sopa y sofá?
—No he dicho sopa —replico—. Pero no suena mal, será sopa.
—A ver, Martín… —entra en el despacho como si fuera suyo y se sienta en la otra silla—. Llevas toda la semana aquí metido, más la visita a tu madre, más aguantar a mi hermana…
—Tu hermana se aguanta sola —respondo.
—Bueno, a mi hermana en modo campaña de San Valentín —corrige, señalando con el dedo—. Que eso ya es otro nivel. Te mereces una copa.
—No me hace falta —digo—. De verdad, estoy bien.
—Yo sí la necesito —responde—. Y no pienso ir solo. Además, te debo una.
—No me debes nada.
—Claro que sí —insiste—. Me has sacado de dos reuniones aburridísimas esta semana, has calmado a un cliente que ya estaba medio loco y, para rematar, estás trabajando con mi hermana sin huir. Eso merece por lo menos una cerveza.
Niego con la cabeza, pero me hace gracia su forma de pedirme que vaya.
—Exageras.
—No —dice, poniéndose serio—. Venga, vamos un rato, nada de noche eterna. Solo un rato y luego cada uno a su casa.
Me lo pienso unos segundos. Podría insistir en irme directo a mi sofá, pero lo cierto es que tampoco me viene mal despejarme.
—¿A dónde? —pregunto.
Rodrigo sonríe como si se acabara de ganar la lotería.
—A un sitio que me han recomendado en el centro. Un local nuevo. Buen ambiente, buena música, nada raro.
—¿Un bar? —resumo.
—Un bar —confirma—. No te voy a llevar a un karaoke… todavía.
Suspiro, pero al final asiento.
—Vale, pero solo un rato.
—Sabía que no me fallarías —dice, levantándose—. Dame cinco minutos y salimos.
Mientras él recoge sus cosas, yo termino de ordenar las mías. Bajamos juntos en el ascensor. La puerta se abre y el frío de la calle nos recibe.
—¿Está muy lejos? —pregunto.
—No. Diez minutos en coche —dice—. Así nos da tiempo a criticar la semana de camino.
—Eso sí lo sé hacer —respondo.
—Vamos en mi coche, pensaba ir a la clínica, así que no vine en metro.
—Me parece bien. —Se acomoda en el asiento del acompañante.
Avanzamos por la calle, esquivando gente con prisa por empezar su propio viernes. Rodrigo se coloca el cinturón y me mira.
—Por cierto —dice—. ¿Qué tal llevas trabajar con Carolina?
—Bien —respondo—. Trabajamos a gusto. Se entiende rápido lo que quiere.
—Eso es verdad —admite—. Es exigente, pero cuando conecta con alguien, lo hace de verdad.
Siento algo raro con esa frase, pero me limito a encogerme de hombros.
—Tiene las ideas claras —añado—. Y eso ayuda.
—¿Y tú? —pregunta.
—¿Yo qué?
—¿Tú las tienes claras?
—En el trabajo, sí —respondo.
Rodrigo se ríe.
—Claro, en el trabajo. —Hace una pausa—. En fin, ya hablaremos de eso otro día. Hoy solo vengo en modo amigo.
—¿Seguro? —pregunto.
—Bueno… amigo y jefe —dice—. Que no se te olvide del todo.
Llegamos a la zona del local y, como por obra de magia, encuentro un lugar para aparcar casi en la misma puerta. Hay varias terrazas, luces y música saliendo de distintos sitios. Rodrigo señala una puerta con gente entrando y saliendo.
—Es aquí.
Desde fuera no parece muy grande, pero se ve lleno. Al entrar, el ambiente nos envuelve al momento: música, gente bailando, otros sentados y risas.
—No está mal —comento.
—Te dije que estaba bien —dice Rodrigo—. Vamos a buscar un hueco en la barra.
Avanzamos un poco entre la gente. Rodrigo mira alrededor con atención, como si buscara algo… o a alguien.
—Ve buscando un sitio —dice—, y mientras pido —asiento—. ¿Qué te pido?
—Sorpréndeme —respondo, y desaparece entre la gente como si llevara toda la vida en ese sitio.
Me quedo apoyado junto a una columna, esperando que despejen un poco en la barra. El local está lleno de grupos: gente riendo, algunos bailando cerca de las mesas, otros pegados al móvil. Nada fuera de lo normal.
Dejo que la vista recorra el lugar sin mucha intención.