🌸 Capítulo 12 — Carolina.
La música en la pista está tan alta que vibra hasta la mesa. El local está lleno y Lina ya lleva diez minutos despotricando sobre hombres que desaparecen y reaparecen como si fueran aplicaciones en modo ahorro de energía.
Es decir; un viernes normal.
Tengo la copa en la mano y, por fin parece que por una vez en toda la semana, siento que puedo respirar sin tener una idea pendiente persiguiéndome por la nuca. Solo quiero esto; aire, ruido, risas con mis amigas y no pensar demasiado.
He pensado lo justo en Martín mientras me arreglaba.
Muy justo, pero lo suficiente para imaginar que cara pondría si me viera, por una vez, con algo de ropa como esta, que no es la típica de oficina.
A ver no es como si me importara lo que piense, en absoluto...
Jenna levanta su copa.
—Por el viernes —dice.
—Y por no volvernos locas con nuestros trabajos —añado.
—Y porque los hombres se espabilen —dice Lina, que siempre va un paso más allá.
Reímos y me siento ligera. Estando así con ellas en este lugar, me siento bien, sorprendentemente bien.
Dejo la copa en la mesa y me coloco bien el vestido porque Lina no para de decirme que “ese escote merece salir más a menudo”. La ignoro. Jenna empieza a contar la historia de un cliente de la cafetería que quiso pagarle con monedas de otro país. Y yo… yo dejo que la mirada se me vaya un segundo hacia la barra.
No sé por qué lo hago, solo lo hago.
Como si hubiera sentido algo detrás, como cuando notas que alguien te mira y giras sin querer.
Y ahí está.
Martín.
Mi cerebro se congela un segundo, uno. Un segundo absurdo que no debería significar nada, pero lo hace. Él está apoyado en la barra con una copa en la mano. Rodrigo está a su lado hablando, claramente encantado de que lo escuche. Martín asiente, tranquilo, lleva la camisa blanca remangada y los botones del cuello un poco abiertos. Se mucho más relajado que en la oficina.
Más…
No. No voy a decir “más guapo”, gracias.
Mi estómago da un vuelco extraño.
Siento un algo que sería entre incómodo, sorpresa y algo que no pienso nombrar.
—Caroooool… —dice Jenna despacio—. ¿Por qué has puesto esa cara?
—¿Qué cara? —respondo demasiado rápido.
—La de “no esperaba ver eso”.
Lina gira la cabeza tan rápido que casi tira la mesa.
—¡Madre mía, es Martín!
—Y sigue estando muy guapo —añade Jenna, porque es peligrosa cuando observa.
—Es casualidad —digo, levantando la copa—. Rodrigo lo habrá arrastrado con él.
—Casualidad, ajá —murmura Lina—. Y yo soy millonaria.
Intento ignorarlas al gual que intento ignorarme. Intento ignorar el hecho de que ver a Martín aquí no me ha molestado. Me ha… sorprendido, solo sorprendido y nada más.
Y lo peor es que no sé si es la música, el ambiente, o el hecho de que nunca lo había visto fuera de la oficina, pero se ve… distinto...
No lo voy a admitir.
Jamás.
Doy un sorbo grande a mi copa. Otro. Como si ese segundo de… lo que sea… se pudiera diluir con alcohol.
Pero entonces, Martín levanta la vista y me ve.
Y yo lo noto. Nuestros ojos se cruzan un segundo, pero mi cuerpo reacciona antes que mi cabeza.
Él dice algo a Rodrigo. Mi hermano gira la cabeza y también nos ve y sonríe como el demonio que es.
—Aquí vienen —dice Lina, emocionadísima.
—No puede ser... —cometa Jenna.. ¿nerviosa?
Yo intento parecer normal, como si este tipo de cosas me pasaran todos los fines de semana. Y no, no me pasan.
Martín se acerca primero. Rodrigo detrás, como escolta innecesaria.
—Buenas noches —saluda Martín, educado, con esa tranquilidad que a veces me pone nerviosa.
—Buenas —respondo, con mi mejor voz neutra.
Jenna sonríe y Lina también. A veces creo que disfrutan demasiado del caos ajeno.
—Qué casualidad veros aquí —dice Rodrigo con una inocencia tan falsa que me da risa.
—Sí, claro… una casualidad enorme. Seguro que casi lo has obligado a venir —respondo.
—Calumnias. —Rodrigo sonríe con toda la cara de culpable del mundo.
—Buen sitio —dice Martín, mirando alrededor antes de volver la vista hacia mí. No sé por qué siento ese pequeño impacto otra vez. No me gusta sentirlo, pero no lo puedo esquivar.
—Venimos a desconectar —dice Jenna mirando a Rodrigo.
—Lo imagino, a sido una semana dura —responde Martín. Lina se inclina un poco hacia él.
—¿Tú también has venido a desconectar?
—Algo así —dice él, sonriendo un poco—. Rodrigo insistió.
—Yo no insisto —corrige Rodrigo—. Yo motivo.
—Claro —murmuro bebiendo lo que queda de mi copa.
Martín observa la mesa, nuestras copas y nuestras caras.
—Solo veníamos a saludar —dice—. Ya nos vamos, no queremos molestar.
—No molestáis —respondo rápido, quizás demasiado y Rodrigo sonríe porque es un ser que se alimenta de estas cosas.
—Bueno, pues saludados quedáis —dice Lina—. Y podéis volver a acercaros cuando queráis, ¿eh?
Yo le lanzo una mirada asesina que Lina ignora completamente. Martín ladea un poco la cabeza, divertido. No sé si por Lina o por mí.
—Disfrutad la noche chicas —dice.
—Igual vosotros —respondo.
Se dan media vuelta y regresan a la barra. En cuanto se alejan, las dos se me tiran encima como dos investigadoras del FBI con olor a chisme.
—Carol, por favor, dime que has visto lo mismo que yo —dice Lina.
—Ha visto gente saludando —respondo, seria.
—¿Gente? —repite Jenna—. Eso no era “gente”. Eso era Martín viniendo directo hacia ti, amiga.
—Porque estaba aquí al lado, Jenna. No dramatices.
—Dios mío… cómo te ha mirado… —Lina se abanica.
—Nadie me ha mirado de ninguna forma —insisto.
—Claro —dice Jenna—. Y yo soy astronauta.
Resoplo y vuelvo la vista hacia la barra. No porque me importe, sino porque… Bueno. Habrá que ver si puedo pedir la siguiente ronda.