🌸 Capítulo 13 — Carolina
Estoy a tres pasos de la barra cuando escucho una voz que reconozco aunque haya música, ruido, gente y luces parpadeando como si el lugar estuviera respirando.
—Vaya, Serrano… no sabía que venías hacia aquí.
Me giro despacio, demasiado despacio para lo que correspondería a alguien sobria, pero bueno… la tercera copa empieza a hacer su magia.
Martín está a medio metro de mí.
Rodrigo detrás, con dos copas en la mano como si fuera un camarero de lujo, los dos mirándome.
—Yo… venía a por otra ronda —digo, señalando a la barra como si hiciera falta.
—¿Otra hermanita? —pregunta Rodrigo, negando divertido.
—No estoy borracha —respondo inmediatamente.
Martín sonríe con una sonrisa pequeña, de esas que no se ven pero que se sienten.
Pues muy bien.
Perfecto.
Justo lo que necesito: que me sonría así estando con mi hermano, en esta situación.
—Voy a pedir yo. ¿Qué queréis? —Rodrigo se adelanta.
—Lo mismo de siempre, Martini con limón —digo.
—Yo lo mismo de antes —añade Martín y Rodrigo nos mira como quien acaba de descubrir un chisme nuevo.
—Ahora vuelvo. Intentad no pelearos sin mí.
Se va. Y entonces me doy cuenta de que estoy sola con Martín en medio del bar, con música que vibra en el estómago y luces que hacen que su camisa blanca parezca más clara.
Genial.
—¿Lo estáis pasando bien? —pregunta.
—Sí —respondo—. Mucha gente, música alta… Este lugar me gusta.
—Te veo distinta.
—¿Distinta cómo?
—No sé… —se encoge de hombros—. Más relajada.
Relajada, sí ya. Ojalá lo estuviera, porque ahora mismo tengo un leve calor en la cara que no sé si es del alcohol, del ambiente o de estar delante de él.
—Es viernes —respondo.
—¿Y eso ayuda?
—Mucho.
Nos quedamos en silencio un momento. No incómodo, solo… extraño. De esos silencios que tienen demasiadas cosas que no deben decirse.
Por suerte o por desgracia, alguien aparece para romperlo.
—¡Martín! —Una voz aguda se abre paso entre la música.
Yo cierro los ojos un segundo porque no hace falta mirar para saber quién es.
Selena.
Perfecto, el universo como siempre, puntual para arruinarme la noche.
Ella se acerca como quien desfila, vestido rojo, melena suelta, sonrisa perfecta y perfume intenso.
—Te he visto entrar y te estaba buscando —dice, tocándole el brazo—. ¿Podemos hablar un momento? Solo será un segundo, lo juro.
—Claro, dime. —Martín, fiel a su perfecta educación, sonríe.
Selena me mira como si hubiera ganado un premio y yo sonrío de vuelta como si no me afectara en absoluto. (Spoiler: no sé porqué pero me afecta)
—¿Podrías ayudarme con lo de la campaña de bombones? —pregunta ella—. Lo comentamos antes, ¿te acuerdas?
—Sí, pero pensé que lo revisaríamos el lunes.
—Ya bueno, pero… —pone voz dulce—. Es que me gustaría dejarlo adelantado.
—Selena, no ves que estamos en un bar —respondo yo antes de pensarlo. Ella me mira, altísima, perfecta y peligrosamente sonriente.
—Solo es un minuto, Carolina —insiste con una mirada tan intensa que podría fundirme.
Martín respira hondo, como quien intenta no ser borde.
—Podemos verlo luego, ¿te parece? Ahora, lo siento como ves estoy… —me mira un instante—. Ocupado.
Ocupado conmigo. Lo ha dicho él, no yo, él.
—Ah… —Selena parpadea, sorprendida. —Claro. Bueno, entonces luego te busco —dice, dedicándome una mirada que, si fuera un láser, tendría un hueco quemado en la frente.
Cuando se va, dejo escapar el aire que ni sabía que estaba aguantando.
—Lo siento. —Martín suelta una risa leve.
—No te disculpes —digo, moviendo la cabeza—. No es culpa tuya que algunas… personas tengan un alto nivel tan terrible de descaro.
—¿Algunas personas? —replica divertido.
—Sí. Algunas. —Me mira como si pudiera verme más allá del maquillaje y del vestido. Y no sé por qué demonios hago esto, pero lo hago.
—No entiendo qué le pasa contigo —digo—. En serio. Es como si hubiera decidido adoptarte como proyecto personal. —Martín se ríe, de verdad esta vez.
—Lo he notado.
—¿Y no te incomoda?
—¿Quieres saber la verdad? Un poco sí.
—Pues dilo, si no, no va a parar.
—¿Decir qué?
—Que no quieres nada con ella. Que no estás interesado, que pare de una vez.
Él me mira de frente, sin apartar sus ojos de los míos.
—No quiero ser borde.
—No hace falta ser borde —respondo, algo más suelta por la copa—. Solo… se claro.
Martín guarda silencio unos segundos.
—¿Y tú? —pregunta de repente—. ¿Tú también quieres que se lo diga?
Mi corazón se detiene, o deja de funcionar o algo parecido.
Es como si se me alinearan todos los nervios del cuerpo de golpe.
Trago saliva y evito la pregunta.
—Solo digo que podrías evitarle hacerse ilusiones —respondo, intentando sonar lógica.
—Tú eres la que evita las ilusiones —añade él, despacio.
Me muerdo la lengua para no contestar algo que mañana me haría arrepentirme.
Y justo entonces, como salvavidas oportuno, aparece Rodrigo con tres copas.
—A ver, gente guapa, que se está montando cola en la barra.
Martín y yo damos un paso atrás como si nos hubieran pillado robando. Rodrigo nos reparte las copas.
—¿Todo bien por aquí? —pregunta, mirando entre nosotros dos como quien lee subtítulos invisibles.
—Perfecto —respondo demasiado rápido. Rodrigo asiente, claramente enterado de todo.
—Bueno, pues brindemos por el viernes —dice.
Brindamos.
Y ahí, con una copa de más y el vaso aún frío en la mano, hago algo que jamás pensé que haría.
—¿Quieres bailar? —pregunto, sin gritar ni titubear.
Ni siquiera miro al suelo.
Se lo digo de frente a Martín.
Rodrigo abre la boca y Martín parpadea. Yo inspiro profundamente, esperando no morir de la vergüenza. Pero por supuesto no me decepciona, él sonríe, despacio pero sinceramente.