🌙 Capítulo 15 — Carolina
Salimos del bar en silencio, aunque el bar todavía se me queda pegado a la piel: la música, el calor, la pista llena, la mano de Martín sujetándome cuando casi me caigo, su forma de mirarme… Todo mezclado en mi cabeza de una forma que no sé ni por dónde empezar a ordenar.
Jenna va delante buscando las llaves de su coche mientras se queja del frío; Rodrigo camina detrás de mí como si nada hubiera pasado hace un momento; y yo voy en medio, intentando relajar los hombros, como si eso fuera a quitarme el nudo que llevo en el pecho.
—Subid, venga —dice Jenna abriendo el coche— que me estoy congelando.
Yo me siento en el asiento del copiloto y Rodrigo se mete atrás.
La puerta se cierra y el silencio me cae como si fuera un cubo de agua fría.
Jenna arranca y no pone música, perfecto. Más silencio para pensar lo que no quiero pensar.
—¿Todo bien? —pregunta suave, sin mirarme directamente.
—Sí —respondo.
Rodrigo suelta una risa de esas que no hacen ruido, pero se sienten.
—Vale, pues si tú lo dices… —comenta.
—Yo lo digo —replico seria, mirando la carretera, estoy molesta precisamente con él.
Nadie habla durante unos segundos. Jenna gira en una esquina y después de un rato en el que ninguno habla, lo hace ella.
—Si necesitas que pare para tomar agua, ir al baño o lo que sea, lo hago.
—Estoy bien, tranquila —repito.
Rodrigo se acomoda en el asiento, y por cómo resopla sé que se viene otra frase suya que no quiero oír.
—Solo voy a decir una cosa y me callo —anuncia.
—Rodrigo… —suspiro.
—Tu cara cuando ha aparecido Selena… ha sido un poema.
Cierro los ojos, pero veo como a Jenna se le escapa una sonrisa pequeñita, porque sabe que es verdad.
—No tenía, ni he puesto ninguna “cara” —respondo sin girarme.
—Claro —dice Rodrigo.
—Y yo soy monje.
Jenna suelta un pequeño “ejem”, como para que se calle, quiere evitar qué discutamos.
Yo respiro hondo. Tener a dos personas que me conocen tan bien es agotador cuando quiero fingir que todo está perfectamente controlado.
—Solo ha sido un baile —digo—. No hace falta que hagáis un análisis de mi estado emocional, ¿vale?
—Nadie está haciendo análisis —dice Rodrigo—. Pero cuando estás cerca de él, estás rara. No voy a hacerme el ciego.
—Estaba normal, son tus ganas.
—Bueno, pues tú normal para mí es rara, sé cuando algo te afecta —responde él, sin mala intención.
Muerdo el interior de mi mejilla para no contestar algo brusco.
—No tienes que dar explicaciones. —Interviene Jenna. —Pero tampoco pasa nada por admitir que la escena te ha agobiado.
La miro de reojo.
—No me ha agobiado. Solo me molesta ver lo descarada que es la gente.
Rodrigo se inclina un poco hacia delante desde atrás.
—Carol… no te estoy pidiendo que me cuentes nada. Solo te digo que te he visto y que sé cuando algo te toca las narices, porque se te nota aunque intentes disimularlo.
No respondo. Porque no tengo cómo negar lo evidente sin sonar como una niña de diez años. Pasamos un par de calles más así, en silencio.
Hasta que Rodrigo suspira.
—Vale, yo sí voy a ser sincero —dice—. No hemos ido al bar por casualidad. —Lo miro un segundo. No me sorprende, porque lo conozco y ya lo sabía, pero igual me molesta un poco.
—Ya lo imaginaba.
—Que conste que no fui a vigilarte, ¿eh? Ni a empujarte hacia nadie. Ni a buscarte problemas. —Se aclara la garganta. —Fui porque sabía que irías y porque yo también quería salir, eso es todo.
—Podías haberme avisado —digo, sin mirarlo del todo.
—Sí —admite—, tienes razón. Tendría que habértelo dicho y más porque iba con Martín.
Eso me baja un poco la tensión de los hombros. Rodrigo nunca admite nada tan rápido. Jenna también levanta las cejas, sorprendida.
—Pero no quería molestarte —añade él—. Ni meterte presión. Simplemente pensé que si coincidíamos, pues…
—Bueno —digo—. Ya está, no pasa nada.
—Si te ha molestado, o te ha molestado que vaya con él, dilo —responde él—. No me voy a ofender.
—No estoy enfadada —miento.
—Ajá. —dicen los dos a la vez.
Les lanzo una mirada que intenta decir “dejadme en paz, no hablemos más”, pero sé ve que no estoy fina.
—Mira, Carol… —Jenna respira hondo. —Tú eres libre de no sentir o de sentir lo que sea. No tienes que justificarte delante de nadie. Pero también te digo que no eres de piedra, aunque te empeñes.
—Digo que no creo en el amor. En ningún momento estoy diciendo que sea de piedra, —respondo.
—No, pero intentas actuar como si lo fueras —contesta Rodrigo, sin borde—. Y no te sale, no te ha salido nunca.
Me callo porque me niego a hablar de Martín delante de ellos.
Me niego a admitir ni una sola cosa que me saque más de mi eje.
Rodrigo apoya un brazo en el respaldo del asiento.
—Lo digo sin segundas intenciones, ¿eh? —añade—. Simplemente… se que Martín te ha movido algo, Carol. Y no pasa nada, no lo hace menos real, ni lo hace más grande. Solo… te ha movido, ya está.
No le respondo, no sé qué decir sin decir demasiado. Jenna gira la llave para aparcar frente a mi portal.
—Hemos llegado —dice—. Te acompaño si quieres.
—No hace falta, estoy bien —respondo.
Rodrigo se inclina hacia delante otra vez, apoyando un codo entre los asientos.
—Oye… y por si sirve de algo —dice más bajo—. No volveré a ir a un sitio donde estés tú con un acompañante masculino sin avisarte antes. Tienes mi palabra.
Ese es mi hermano, no es perfecto, pero es honesto. Y se lo agradezco.
—Vale. —Asiento y abro la puerta.
—Buenas noches —digo.
—Buenas noches, Carol —responde Jenna.
—Si mañana no quieres levantarte de la cama en todo el día… llámame, puedo cocinarte algo a modo de ofrenda.
Esta vez sonrío un poco sin querer.
—Buenas noches. —Cierro la puerta.