Enamorada? Pero... Si no es primavera.

CAPÍTULO 16

🌹 Capítulo 16 — Martín.

Cuando llego a casa son casi las dos de la mañana. Cierro la puerta despacio, dejo las llaves en la mesa y me quedo un segundo apoyado contra la encimera porque, por mucho que intente ordenarle a mi mente que dejé de pensar, la noche sigue dando vueltas en mi cabeza.

Debería acostarme, pero la verdad es que no tengo ni un gramo de sueño; la pista de baile sigue pegada en mi cabeza, su mano con la mía, su voz, la forma en que me miró justo antes de separarse y sobre todo, lo que pudo haber pasado si Selena no hubiera aparecido como una tormenta mal programada.

Me sirvo un vaso de agua solo para hacer algo y repaso mentalmente su expresión cuando le he dicho que no me bastaba con una sola noche.

Esa respuesta no ha sido calculada, ni heroica ni nada parecido, simplemente me ha salido así porque es la verdad. Ella sabe de sobra que yo no soy el tipo de hombre que se conforma con una noche apasionada y ya está. Nunca he sido así y, si alguna mujer me ha confundido, jamás ha sido por mi parte.

Carolina Serrano no es un error que se comete a medias, no es alguien con quien probar suerte para ver qué pasa, y no sé en qué momento de su vida se convenció de que acercarse a alguien significaba perder el control o arriesgarse a sufrir algo terrible. Tal vez lleva tanto tiempo huyendo del amor que se ha olvidado de que no todo lo que dura hace daño.

Me paso una mano por el pelo y suelto un suspiro que no sé si es de cansancio o de frustración.

No quiero presionarla ni ser otro que insiste sin entender los límites; pero tampoco quiero quedarme atrás, como siempre hago, esperando a que el tiempo algo por mí. No, no con ella. Todo lo que hace para alejarse la acerca más a mí haciéndome sentir algo que no pienso ignorar.

Cuando me voy a la cama, sigo con la cabeza encendida. No sé exactamente qué es lo que voy a hacer, pero sí tengo claro que mañana no voy a volver a esconderme detrás de la educación perfecta ni del “no pasa nada”. Pasa, claro que pasa, y si ella cree que puede desafiarme diciéndome que no funcionaría, pues muy bien, que lo intente. No estoy aquí para ganar una discusión, pero tampoco voy a dejar que algo tan real se quede congelado por miedo.

No sé cuándo me duermo. Sé que el despertador suena y siento que no he descansado, pero al mismo tiempo siento que tengo la determinación de ir a por ella, clavada en el pecho.

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La oficina está tranquila, quizá demasiado para un lunes. Hay teclados sonando, algún comentario medio dormido y el olor del café recién hecho, pero yo solo estoy pendiente de un detalle: Carolina aún no ha llegado.

Me siento en mi mesa, reviso unos correos y en cuanto escucho el ascensor abrirse, sé que es ella. La veo aparecer por la puerta con el pelo suelto, una camisa simple y ese paso decidido que usa para fingir que nada la afecta. Deja el bolso, enciende el ordenador y, justo cuando está buscando algo en la pantalla, levanta la vista y nos encontramos.

Su mirada es un segundo nada más, pero suficiente para que ambos recordemos perfectamente todo lo que estamos intentando disimular.

Se acerca con su café en la mano y se planta frente a mi mesa como si viniera completamente armada.

—Buenos días —dice.

—Buenos días —respondo.

—¿Has tenido un fin de semana tranquilo? —pregunta, muy formal, muy correcta.

—No mucho, la verdad —contesto.

—¿Y eso? —dice como si no quisiera abrir ninguna puerta a hablar de nuestro encuentro.

—He estado pensando mucho.

—Eso nunca es bueno. —Levanta apenas una ceja.

—Depende de lo que se piense —digo, sin apartar la vista.

—¿Y en qué has pensado tú? —pregunta. No sé si realmente quiere saber la respuesta, pero lo dice con la cabeza alta.

—En lo que pasó el viernes. —Le ofrezco una taza de café.

Ella intenta mantener la compostura. Se acomoda el café entre las manos y respira como si quisiera borrar el tema, pero no lo consigue.

—Yo prefiero no pensar en eso —dice, con un tono tan neutro que casi parece practicado.

—Lo imaginé —respondo.

—Eres demasiado perceptivo —dice, cruzándose de brazos.

—No. Solo te observo.

Ella desvía la mirada por un segundo. Ese gesto me confirma todo lo que no piensa decir.

—Mira, Martín —empieza—. Lo del viernes fue divertido, nos lo pasamos bien y ya está. No hace falta darle más vueltas.

—¿Tú no se las das? —pregunto.

—No.

—¿Sabes? Mientes fatal.

—No estoy mintiendo.

—Carolina… —la nombro despacio. Ella me mira, desafiante, pero nerviosa en el fondo.

—¿Qué?

—Te afectó —respondo, sin rodeos.

Ella aprieta los labios, lo justo para que yo lo note.

—Y si así fuera, ¿qué? —pregunta—. Eres un hombre guapo y simpático, atraes a las mujeres. Lo sabes bien, pero eso no significa nada.

—Te equivocas, para mí sí.

Ella se queda en silencio un segundo. Es un silencio incómodo, pero no porque haya tensión negativa, sino porque ninguno sabe qué hacer con lo que está ahí entre los dos.

—Ambos pensamos muy diferente, no podríamos… —dice ella.

—¿Por qué no? —pregunto tranquilo.

—Porque no quiero complicarme. Y tú eres… tú.

—¿Y eso qué quiere decir?

Ella me mira como si fuera evidente.

—Significa que no eres un juego, no quiero quedar en malos términos contigo y que además, yo no necesito peligros así.

—¿Yo soy un peligro?

—Para mí sí —dice, sin apartar la vista.

—Interesante definición. —Me acerco un poco, solo un paso, pero suficiente.

—No te rías —responde, aunque no me esté riendo.

—No me río —digo—. Pero si crees que voy a hacer como si nada hubiera pasado, te equivocas. —Ella pone los ojos en blanco.

—Martín, no te pongas en plan “te voy a enamorar”, ¿vale? No funcionaría. No quiero complicaciones.

—Entiendo. —Asiento despacio y ella parece aliviada por un segundo.




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