🌸 Capítulo 17.
Carolina.
En el turno de tarde de la cafetería siempre hay prisas, pero es cuando más camareros hay y podemos hablar con Jenna.
Lina y yo entramos riéndonos de algo que ya ni recuerdo, y justo cuando vamos a sentarnos, Jenna aparece desde la barra con el delantal puesto y una bandeja en la mano.
—Buenas tardes… ¿qué habéis hecho? Traéis cara de que hay drama —pregunta sin rodeos, levantando una ceja.
—No hay ninguno —respondo, dejando el bolso en la silla.
—Sí, sí tiene. A ella se le ve en la cara, pero seguro que no quiere contar nada hasta que estemos las tres —me delata Lina sin un mínimo de piedad.
—¡Que no hay drama! —repito, cruzándome de brazos.
Jenna deja la bandeja, se sienta con nosotras y nos mira como una madre a punto de llamar la atención a dos niñas que han hecho algo.
—Carolina. Habla —ordena.
—No hay nada que hablar —respondo, aunque sé perfectamente que va a dar igual lo que diga. Van a insistir.
Lina apoya los codos en la mesa y me mira con los ojos muy abiertos.
—Cuéntalo. Estás demasiado callada y no es normal.
—No voy a contarlo.
—Entonces si hay. Pues cuento yo lo que me parece.
La miro amenazante, pero Lina no se inmuta ni medio centímetro, así que sé que estoy perdida desde antes de empezar.
—Vale, ya. Os voy a contar algo —suelto, harta de la presiones. —Ambas se inclinan hacia delante como si fueran dos investigadoras del FBI.
—Esta mañana —empiezo—, Martín me ha dicho que… bueno… que piensa enamorarme.
Las dos se quedan quietas un segundo. Muy quietas, incluso demasiado. Parecen una estatua de hielo.
Y de repente…
—¿¡Quéeeee!? —gritan a la vez.
Jenna deja caer la boca hasta el suelo, literal, y Lina se abanica con la mano como si le faltara el aire.
—¿Pero cómo que va enamorarte? ¿Así, sin anestesia? —pregunta Lina.
—Exactamente así —respondo—. Como si fuera lo más normal del mundo.
—Pero… ¿Por qué así de repente? —pregunta Lina —¿el viernes me perdí algo? —veo como Jenna le hace un gesto, como diciendo que luego le cuenta.
—¿Y tú qué le has dicho? —pregunta Jenna, inclinándose más.
—Que tenga suerte con ello —respondo—. Evidentemente.
—¿Evidentemente por qué? —dice Lina, ofendida por mí.
—Porque no tiene sentido, porque no creo en… eso, y porque no estoy para complicaciones… porque… —me quedo sin excusas a mitad de frase— porque no.
—¿Y cómo te ha hecho sentir? —Jenna entrecierra los ojos.
—Igual…
—Mentirosa —murmura Lina.
—Carolina…
—He dicho que Igual.
Pero ninguna me cree, Jenna me conoce demasiado, y Lina… Lina directamente vive para mis contradicciones.
—¿Tu “igual” significa “mucho”? —dice Jenna.
—No significa nada —respondo demasiado rápido incluso para mí.
Lina se gira hacia Jenna con cara de “lo sabía”.
—¿Sabes qué pasa? —dice Lina— Que Martín siempre te mira como si fueras algo divino, inalcanzable. Y tú… bueno… tú miras como si no sintieras nada, pero en realidad, en tus ojos se refleja que sientes demasiado.
—Eso no es verdad —respondo.
—Claro —dice Lina—. Y yo soy astronauta.
Jenna sonríe de lado, pero no interviene. Ella observa, procesa, y cuando habla… da en el centro.
—Martín no sé atrevería a decir eso porqué sí—comenta—. Y si lo ha dicho es porque lo siente de verdad.
—Ya, pero eso no significa que yo tenga que… Aprieto los labios.
—¿Responder? —pregunta Jenna.
—¿Enamorarte también? —añade Lina.
—Chicas… —suspiro—. Martín es guapo, atractivo y todo un caballero. En eso estamos de acuerdo. Pero no estoy hecha para eso del amor, paso de enamorarme, no quiero depender emocionalmente de nadie. Y no quiero sentir nada más que no sea atracción física.
—Bueno —dice Lina, levantando la
taza—. Pues mala suerte amiga, porque ya lo estás sintiendo.
—No estoy sintiendo nada.
—Ya. —Suspira Jenna con esa calma que da más rabia que cualquier grito—. Entonces, ¿por qué llevas toda la tarde tocándote el cuello cada vez que dices su nombre? —Dejo caer la mano inmediatamente.
—Casualidad —murmuro. —Lina sonríe victoriosa.
—Claro, una bonita casualidad —dice.
Hablamos un rato más, ellas dos sacándome información como si cada una de mis palabras fuera oro y yo intentando no revelar demasiado. Lina, entre sorbo y sorbo, nos cuenta emocionada que conoció a un chico el viernes y que está segura de que es “material de historia”. Jenna, por su parte, menciona de pasada —muy de pasada— que llevó a Rodrigo a su apartamento, pero lo dice tan rápido que parece una nota al pie de página.
—Repite eso —dice Lina.
—Nada, que lo llevé a su casa —contesta Jenna mirando el móvil.
—¿Y que más? —esta vez me toca a mí reírme.
—¡Nada más!
—Ya. Y yo soy la reina de Inglaterra —dice Lina.
Jenna rueda los ojos, pero no nos da más detalles. Yo sonrío porque, si ella se está callando algo, es grande.
Cuando salimos de la cafetería, Lina se despide en la esquina, feliz con su “historia romántica recién estrenada”. Jenna vuelve dentro a trabajar y yo me quedo sola en la calle.
El aire de la tarde está frío, pero no es eso lo que me eriza la piel. Camino despacio hacia mi calle, repasando cada frase que he dicho… y cada una de las frases que no he querido decir.
Lo que más me preocupa, no es lo que Martín me ha dicho esta mañana, sino lo que ha provocado en mí al decirlo.
Cada vez que lo recuerdo tan seguro, tan tranquilo, tan él, siento ese pequeño tirón en el pecho que llevo días intentando ignorar. Me cabrea sentirlo, pero más me cabrea no poder apagarlo.
Paso frente a un escaparate y me veo reflejada. No estoy sonriendo, pero tengo esa expresión rara en la cara, como si aún no supiera si estoy nerviosa o...
—No —me digo en voz baja—. No puedo.
Pero sigo caminando y, aunque no quiera, hay un punto exacto en mi pecho que late un poco más rápido desde que él me ha dicho que piensa intentarlo.