"Enajenación"
Jamás pensé que perdonar a alguien me resultaría tan difícil. Sabía que tenía que hacerlo, debía hacerlo por el bien de nosotros... pero cada vez que lo intentaba, todas esas malas emociones volvían a mí.
Intenté encontrar alguna justificación para su manera de actuar, aunque mi mente no comprende ni comprenderá los motivos por los que lo hizo, simplemente es algo irracional.
Sin embargo, hay un dicho que dice «cada cabeza es un mundo», y eso es lo que me repetí un millón de veces para dejar mis sentimientos a un lado.
Además, traté de aplicar lo mismo que hice cuando Louis besó a Madison; utilizar la razón en lugar del corazón. Confiaba en que, si me funcionó una vez, podría funcionar otra vez.
Con cada día que pasaba, sentía que iba progresando, hasta llegar a un punto en el que podía pensar y recordar a Kate sin ganas de estrangularla como venganza... simplemente era un mal recuerdo que intentaba sobrellevar y superar.
Los nervios me invadieron por completo cuando, emocionalmente, sentí que estaba lista, e hice mi mayor esfuerzo por no dejar que ese loco plan me agobiara.
Debía hacerlo.
Debo hacerlo.
Solo espero que Madison tenga razón. No me queda de otra que...
... confiar...
... en...
... ella.
Mirando a mi alrededor, me doy cuenta que las calles me parecen conocidas y que estoy en el medio de ellas: es la parte de la avenida principal que queda cerca de mi casa, pero luce diferente, como si estuviese más modernizada. Es de noche, por lo que todas las luces de los postes, casas y negocios están encendidas. Los autos pasan cerca de mí, pero es como si yo no estuviera; no tocan la bocina, pensando que pueden arrollarme por estar donde estoy.
Todo luce extraño, siento que no estoy en mi ciudad, a pesar de que luce prácticamente igual.
Doy media vuelta para observar la calle detrás de mí, es la que conduce a mi casa, por lo que decido irme por ese camino. Al salir de la avenida, me encuentro al profesor de física frente a mí, aunque unos metros más allá. Él camina en mi dirección, mirándome como si tuviese mucho tiempo sin verme.
—¿Dónde estamos? —pregunto, sintiendo cierto alivio al encontrarme a alguien conocido.
Él no dice nada, sino que señala hacia un letrero que está del otro lado de la calle, donde tiene plasmado el número de la calle, la avenida y la ciudad: Múnich. Inmediatamente frunzo el ceño, ¿qué hago aquí?
—Ven conmigo —me dice el profesor.
Sin decir una palabra, y sin dudar, lo sigo donde va. Nos dirigimos hacia una calle secundaria, todo se torna un poco más oscuro a medida que nos alejamos de los autos y sus luces. Al cruzar, la escena cambia por completo, hemos abandonado la calle y ahora estamos en el instituto.
De fondo, se escuchan gritos de emoción de un enorme público, porras, las animadoras diciendo y haciendo su rutina, la música de fondo siendo opacada por las paredes que dividen la cancha de donde estoy.
Giramos nuevamente, esta vez aparecemos en el área de los deportistas. Desde donde estamos se escuchan murmullos, pero sus voces van tomando claridad a medida que nos acercamos.
Son palabras de aliento, y salen de la boca de Louis. Aún no los veo, pero sé que están ahí. El siguiente ruido que hacen me hace suponer que ya Louis ha terminado su discurso y se preparan tanto física como mentalmente para salir a jugar.
—¿Es el partido final? —pregunto, dudosa.
—Así es.
El equipo sale en dirección a la cancha antes que nosotros podamos llegar hacia donde ellos están.
La escena cambia una tercera vez, encontrándome de pie justo en la salida de los jugadores, sola. Ya el partido ha comenzado y van empatados uno a uno. Dirijo la mirada al público, viendo a todos nuestros amigos sentados juntos, básicamente todos los estudiantes del instituto se encuentran aquí, ya que el contrincante es una escuela que se ha ganado la fama de tener uno de los mejores equipos de la ciudad. Son un buen rival para nosotros.
Kate también se encuentra allí en el público, mirando el rumbo de la pelota con atención y emoción.
Una sensación extraña me invade al verla ahí, mi cuerpo tiene ganas de hacer algo y automáticamente se mueve en esa dirección. Paso justo por el medio de la cancha, ya que es un atajo, y sucede lo mismo que sucedió con los autos: los jugadores pasan cerca de mí, pero ninguno me percibe ni choca conmigo.
El balón me roza la cara y por acto reflejo me detengo en seco; seguidamente siento un vacío en mi pecho que me ahoga poco a poco y me debilita. La escena comienza a reproducirse en cámara lenta, todo silenciándose de manera repentina, sin embargo, eso no causa ningún efecto en mí.
Caigo de rodillas en el césped y apoyo los glúteos en mis talones, a la vez que pongo las manos en la grama; respiro profundo para estabilizarme y luego me llevo una mano al pecho, comprobando que todo está bien.