Enamorado de un Metamorfomago (teddyxjames)

El maldito Orión Malfoy.

Ted es un buen chico. Siempre se lo dicen. Le gusta escucharlo cuando su padrino lo presume con una mano en su hombro o cuando cualquier adulto lo felicita por ello frente a otros. Le hace sentir orgulloso que le digan cuan parecido es a su caracter al de padre, pese a tener más rasgos físicos de su madre. 

Pero, en el fondo, sintiendo como pelea contra una sonrisa que quiere dibujarse en su rostro al ver a un niño de dieciséis bajar completamente deprimido las escaleras y viendo que no puede evitar sentirse satisfecho, realmente sabe que no, que para nada es bueno.

Nadie que lo sea tendría que pelear contra el placer que le da verlo irse derrotado y triste. Esos no son los sentimientos instintivos de alguien bueno.  

«Es un niño Ted, madura de una puta vez», se reprende como siempre que sus pensamientos negativos hacia el hijo mayor de los Malfoy se hacían presentes. Es solo eso, es solo un niño, él no tiene porqué despreciarlo, porque quererlo lejos de su camino y del de su Jaime. James lo quiere, James es su amigo, lo valora, Ted no tiene derecho a sentirse satisfecho por ver que se va y le deja el camino libre. 

«Madura Ted, madura de una maldita vez» se reprende, carraspeando ligeramente, forzando a sus ojos a correrse de la espalda del chico que baja atormentado y con lentitud los primeros escalones.

Intentando mantenerse lejos de la oscuridad que a veces lo atormenta, vuelve la vista a su... ¿hermano? ¿primo? ¿amigo? Ya no estaba seguro cómo nombrar a Jaime. Antes, no habría tenido ningún problema; hoy cualquier palabra parecía mucho. 

Desde que este cumplió catorce años, las cosas se volvieron tan raras entre ellos que los nombres que eran comunes de alguna forma empezaron a quedar chicos o grandes, quién sabe. Por no mencionar que con el correr de los años se habían ido volviendo algo más distantes de por sí. 

Cuando eran pequeños Ted disfrutaba diciendo que Jaime era su hermano menor. Con el tiempo, sintiendo raro ahora que Jaime tenía dos hermanos menores,  empezó a decir que era su primo (cosa que solo se reafirmó cuando empezó a salir con Victorie), pero pasados sus catorce años, Ted solo respondía "amigo" cuando alguien le preguntaba. 

Ahora incluso eso era un poco exagerado. James ya no quería pasar tanto tiempo con él y cuando podía lo evitaba. Sintiendo la acidez quemar en su estómago al ver que —como siempre que estaban solos en esos días— pese a estar solos, ni siquiera lo miraba. Ya nunca lo hacía. Hecho que lo hería profundamente, pues nunca supo qué hizo o dijo para merecer el destrato de un chico con el que solía jugar hasta caer rendidos en la cama de su padrino. 

Claro que, si era realmente honesto, sus problemas empezaron cuando Jaime conoció a Orión. Desde el día en que Jaime y Orión se dieron la mano en el gran comedor, su relación se resintió. Y lo peor, es que no tenía maldito sentido. 

Y lo peor, lo realmente malo, era que no tenía sentido. Cuando Victorie entró en Ravenclaw, tuvo sentido. Ella era terriblemente inteligente y sagaz. Cuando el sombrero seleccionador dudó si él debía o no entrar en Hufflepuff, también le pareció creible. ¿Pero el hijo de Draco Malfoy en Gryffindor? 

Él había sido el mejor amigo de Jaime desde siempre. Cuando nació, y Ginny y su padrino lo trajeron a casa, él estaba esperándolos. Vic era divertida, pero él quería conocer de una vez al hijo de su padrino. Le habían dicho que podía ser su hermano mayor si quería y una parte de su corazón saltó de alegría. Bastó ver al bebé Jaime para que todo tuviera una nueva perspectiva. Se lo pusieron en los brazos y ni bien le aferró con la pequeña manita uno de sus dedos, sintió una emoción que no tenía nombre o forma, embriagarlo. Su pelo se volvió de un tirón azul eléctrico y desde entonces siempre que Jaime lo tocaba sucedía lo mismo. 

Todos le restaban importancia y decían que se debía a que estaba muy feliz o al simple hecho que amaba al bebé Jaime. Nadie comentó nada cuando al ir naciendo uno a uno de sus otros primos la situación no se repitió. Ninguno dijo nada cuando, con el paso del tiempo, quedó claro que él único que volvía su pelo azul era su primito Jaime.

Ahora, con Orión en medio, todo cambió. No ayudó que su padrino se enamorará de su padre y ahora formará parte de la familia oficialmente. Menos ayudaba saber que compartían cuarto en Hogwarts y se obligaba a no pensar en el hecho de que, a sus dieciséis años, las hormonas tendrían que estar atacándolos, a los dos, por igual, con fuerza...

Gimió para sus adentros nada más tener esos pensamientos, sintiéndose viejo y sobreprotector. ¿Desde cuándo le importaba un rábano las hormonas de James? Peor, ¿Por qué sentía la necesidad de romperle la mandíbula a alguien?.

Cerró con fuerza las manos en dos apretados puños y los escondió tras su espalda. Debía calmarse. Contó mentalmente hacía atrás y suspiró con disimulo. Debía empezar a controlar esa vena sobreprotectora que tenía con Jaime, él no tenía derecho a inmiscuirse en su... en sus... intimidades. 

Conteniendo una arcada, se dijo que eso era lo correcto, pese a que la palabra le supiera de una forma tan desagradable en la boca. Su pequeño amigo era ya casi un hombre, él mismo no era virgen a la edad del chico, no podía ir por ahí siendo aquello de lo que más se burlaba. ¿Cuantas veces se rio de sus compañeros sobreprotectores con sus pequeñas hermanas? ¿Cuántas veces miró divertido al tío Ron cuando este celaba a su pequeña Rose? Muchas, se reía a mandíbula abierta junto a su padrino cuando todos los Weasley entraban en motín con las pequeñas y los pobres idiotas que intentaban controlarlas. No podía él ponerse en el mismo plan con Jaime y Orión, no podía. Pese a no entender la necesidad visceral, debía controlarla. 




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