Su madre la levantó en el aire, las piernas colgando y las risas que le llenaban los pulmones a más no poder. La giraba sobre sí misma y Mikasa no podía sentirse más dichosa. En sus brazos, solo ellas dos, juntas y felices... felices.
Suspiró profundo y abrió los ojos, el techo blanco de la habitación le dio la primera visión de ese nuevo día. Se incorporó y se sentó, notando que otra vez se había despertado mucho antes de la alarma, y que una pequeña humedad le adornaba por debajo de los ojos.
No podía evitarlo, mientras más se acercaba su cumpleaños, más la acechaban los recuerdos y las memorias de su ciudad, de su feliz niñez, de esos tiempos que a veces parecían cuentos infantiles sacados de alguna biblioteca para los chicos de kínder.
Pero la vida a veces es como una licuadora que en menos de dos segundos te desmiembra con la fuerza de la realidad, la angustia, la maldad del mundo, y cuando menos te das cuenta, estás camino al basurero con todos los sueños rotos y deshilachados. Con tu vida cambiada por completo, con un giro inesperado que nunca planeaste, y no queda otra que seguir avanzando a veces sin tener muy claro los rumbos. Así se sentía.
Sacudió la cabeza, era su día de descanso, no le haría nada bien empezar con pensamientos tan deprimentes. Además, una verdadera geisha debía tener la fortaleza mental suficiente como para sobreponerse a cualquier vicisitud. Levantó la frente y comenzó su rutina, aunque sabía de sobra que no era necesario. O más bien, que no debía hacerlo.
Mikasa no sabía lo que era estar de ociosa, tampoco gustaba de la vagancia, aunque la regenta, Kiyomi, la geisha de más alta alcurnia de todo Kioto y respetada en los círculos políticos más poderosos, se había hartado de repetirle que no se trataba de pereza, sino de darle un descanso adecuado a su cuerpo, que lo necesitaba, más con todo lo que trabajaban ellas.
Mikasa sentía que no le afectaba de la misma manera que a otras, estaba bien así, rebosante de energía y ganas, ansiosa por sumergirse en la vorágine de tareas, porque si se detenía... entonces todos los miedos volvían a surgir, y por eso parar no era una opción, la única forma de sobrevivir era moviéndose lo máximo posible. No conocía el descanso.
De todos modos sabía que si no se tomaba su tiempo, sería regañada, y quería evitar encuentros de ese tipo con su superior. Todos sabían que Kiyomi era de temer cuando se molestaba, recordó fugazmente todos aquellos días en donde la ponía a pulir los pisos del salón a mano, con trapos y cera, al menos todo ese ejercicio le había fortalecido –aún más- ambos brazos. Al principio no podía dormir del dolor que sentía en los músculos, por lo que rápidamente aprendió a ceñirse a los pedidos de la regenta y a acatar las órdenes con celeridad.
Después de darse un cálido baño y elegir un cómodo y fresco solero, salió al patio trasero, el cual era inmenso. El pasto siempre estaba recortado milimétricamente, olía fresco, sano, su verde te atrapaba. Arbustos de todo tipo decoraban las esquinas, al igual que las hileras de flores de diferentes colores y tamaños, algunos caminos se abrían por diferentes sectores todos adornados con piedras blancas y regados por aquí y por allá algunos banquitos de madera le daban un toque como de parque donde uno podía pasear y sentarse un momento a relajarse. El jardín era su lugar favorito, le generaba paz estar en contacto con la naturaleza, y tenía el beneficio de tener un bosque "encantado" en el fondo de la casa. Por eso, hacer los quehaceres que involucraba pasar tiempo allí le hacía bien.
Respiró el aire fresco y esquivó la ropa colgada en las sogas hasta llegar a un banco de madera al lado de un cerezo. Allí se sentó. Si era honesta consigo misma, cuando lograba conciliar esa paz interior, podía disfrutar del relax. No era tan malo.
Sacó su celular y lo primero que hizo fue mandarle un mensaje de buenos días a su madre, cosa que hacía a diario. Visitó sus redes sociales y vio cómo había incrementado el número de seguidores que tenía tanto en Twitter como en Instagram. Revisó la bandeja de mensajes para responder algunos. No que fuese famosa o súper conocida, pero muchas personas le mandaban palabras de aliento sobre lo grácil que era su trabajo, las hermosas fotos que subía, sus videos. Si bien Mikasa no era muy dada al público, tenía sus fans, y a veces era agradable tener algún tipo de reconocimiento.
Abrió los últimos mensajes. Algunos respondidos con un corazón, y otros aún por responder. Uno de los más nuevos era de un usuario que le había mandado un texto algo largo y no se había tomado la molestia de leerlo sino hasta entonces. No le sonaba el nickname "PicsChurch", pero sí el nombre con el que se presentó: Farlan.
Ah, Farlan, sí, se acordaba. Habían pasado varios años, pero habían sido buenos momentos. Decidió responderle ya que no lo había hecho antes.
Parecía que ese día estaba plagado de nostalgias. No era supersticiosa, pero en las tierras orientales que habitaba hacía ya varios años, era imposible que no se le pegaran algunas creencias y costumbres. Kiyomi solía decir que todo pasaba por algo, y en cierta manera sintió que el mensaje del amigo de la infancia de su primo querido, era como un recordatorio, una llamado de su lejano hogar. Una señal.
Cuando menos acordó estaba entrando a mirar las fotos de Farlan, lo cierto es que apenas sí recordaba un chico delgado, alto, de rubios cabellos y sonrisa tímida con el que habían compartido una que otra merienda. Por lo general él y su primo se aliaban y hacían "misiones de valientes", en las que casi siempre la excluían porque "era una nena". Lo cierto es, Mikasa siempre les ganaba en todo y, ni Farlan ni su primo, Levi, soportaban ser vencidos por dicha nena, ah pero cuando se trataba de ir a jugar a la pelota con otros chicos del barrio siempre la convocaban, porque sabían que era muy buena y no se largaba a llorar ante un empujón. Sonrió ante el recuerdo.