Por insistencia mía no partimos ese día, sino a la mañana siguiente, eran las cuatro de la madrugada cuando ambos abandonamos la cabaña. Esa vez sí me sentí mal por dejar ese sitio atrás, el alfa pudo notarlo, me abrazó y prometió que volveríamos en un futuro.
Asentí ante lo dicho y mi lobo revoloteó feliz porque Kai se imaginaba un futuro junto a nosotros.
En esa ocasión tuve la oportunidad de viajar en mi forma animal, algo que el pelinegro había aceptado a duras penas, le demostré de muchas maneras que ya estaba en perfecto estado y que no había necesidad de que me cargase como había hecho en varias ocasiones.
Fue agradable la sensación de recorrer el bosque a su lado, no con él llevándome, sino a un costado suyo. Aunque también se mantuvo alerta en todo el camino, entendía perfectamente el motivo, pues ya habíamos sufrido un atentado.
Y por lo que me dijo al parecer nadie más que Eris sabía de nuestra llegada hacia su manada, los nervios estaban presentes en todo momento pero aún así traté de relajarme, Kai había mencionado que se encargaría de todo. Por lo tanto decidí confiar.
Esa misma tarde hicimos una parada frente a un gran lago para tomar un breve descanso y reponernos.
—Ya falta poco, pequeño— informó mientras sostenía una carta y una flecha. A pesar de haberme dicho eso había algo raro en él. No lucía nada contento como el día anterior.
—¿Pasa algo?— pregunté mientras terminaba de hidratarme.
—No… es solo que… hay algo extraño— mencionó dubitativo mientras fruncía el ceño con extrañeza.
—No entiendo lo que quieres decir— dejé el jarrón de agua para luego meterlo dentro de la mochila del alfa.
Se acercó hasta a mi lado y se sentó apoyando su cabeza en mi hombro para luego extenderme la hoja. Al parecer era una carta enviada por Eris, tenía el sello de la manada del Norte.
—La letra…. Es extraña. Eris no suele escribir de esa forma, es decir, puedo identificar su escritura pero esta carta la siento rara. ¿Quizás estoy siendo paranoico verdad?— preguntó, expectante por mi respuesta.
Aún así no sabía que decirle, era cierto eso de que últimamente estaba muy a la defensiva, era verdad que había tenido actitudes paranoicas. Pero no sabría decirle si en esta ocasión estaba actuando igual, pues no tenía conocimiento sobre la forma de escribir del soldado. De hecho no sabía nada del castaño.
—No lo sé Kai. Tú debes conocer bien a tu sirviente como para saber todo de él. Si piensas que algo está mal entonces es porque debe ser así— alcé los hombros sin más. Pensando en que en realidad no lo estaba ayudando en nada.
Bajó la mirada al suelo, quizás debatiendo sobre qué hacer al respecto. Permaneció de esa manera unos segundos y después soltó un gran suspiro, con gran determinación se puso de pie y arrugó la carta, la guardó en su bolsillo y se dirigió en dirección para tomar ambas mochilas.
—Vamos a continuar con el viaje sin importar nada, de todos modos ya es hora de que te conozcan— se acercó nuevamente hacia mí y me extendió su mano.
En ese preciso instante pensé en lo maravilloso que era el pelinegro, me daba calma la sensación de seguridad que me brindaba, dejando fuera mis sospechas e intrigas sobre su persona debía admitir que me hacía sentir seguro, y sobre todo amado.
Con una sonrisa en el rostro tomé su mano y la apreté con fuerza para luego ponerme de pie, me sonrió de la misma manera y comenzamos a alejarnos del lago.
Miró hacia el cielo y dijo que en dos horas llegaríamos a su manada, estaba anocheciendo. El viaje me había resultado bastante agotador, quizás porque había pasado un tiempo desde que no tenía tanto movimiento corporal.
Llegamos al Norte en dos horas tal y como había predicho, los nervios volvieron a atormentarme justo cuando pudimos ver los muros que protegían a su pueblo.
Volvimos a nuestra forma humana en cuanto estuvimos lo suficientemente cerca de su manada, el clima helado fue la prueba de que efectivamente estábamos en su hogar, tragué grueso y me abracé a mi mismo debido al frío que comenzaba a perforar mi piel.
Kai sacó de la mochila un abrigo suyo y me lo extendió, antes de ponérmelo me lo llevé a la nariz para sentir sus feromonas a Laurel, necesitaba de su olor para tranquilizarme. Pareció notar mi necesidad y me arrebató el abrigo para colocármelo él mismo, después me rodeó con sus brazos y esparció de su aroma por todo mi cuerpo.
—No necesitas hacer eso si me tienes aquí— susurró contra mi oreja, su aliento me pareció más cálido de lo normal.
Enterré mi nariz en su cuello buscando sentir con mayor intensidad su olor. Lastimosamente no pudimos permanecer mucho tiempo en esa posición ya que al parecer habían notado nuestra presencia los guardias que se encargaban de custodiar los muros.
En cuanto sentí a veinte de ellos dirigirse en mi dirección me voltee enterrando mi cara en su pecho, él llevó sus manos a mi cintura y me pegó todavía más a su cuerpo. El corazón no dejó de latirme con rapidez en ningún segundo. Mi pulso se aceleró en cuanto se posicionaron a nuestro lado.
Mayor fue mi sorpresa en cuanto Kai sacó de su bolsillo una placa, tenía la insignia del Norte y su nombre completo, los soldados al verlo inmediatamente se pusieron de rodillas como muestra de respeto.
—Perdone que no lo hayamos reconocido mi señor— habló uno de ellos, tenía una cabellera larga, más que la de mi alfa.
—No importa, quítense del camino— ordenó con voz fría. Ni siquiera fui capaz de reconocer ese tono en él, me pareció muy extraño, tal vez porque estaba acostumbrado a un trato especial de su parte.
Era obvio que conmigo tenía que ser diferente, no podía tratarme igual que a sus sirvientes, debía imponer autoridad, después de todo hacia parte de la familia del líder y del heredero.
Los soldados se hicieron a un lado luciendo un poco confundidos, también fui capaz de notar la curiosidad por saber sobre mi identidad. El alfa se mantuvo alerta en todo momento y en ningún instante dejó de sostenerme.