Enamorado Del Alfa Kai (libro 1)

Capítulo 32

No me importó que todos a nuestro alrededor nos estuvieran observando, solo me aferré a su cuerpo sin dejar de derramar lágrimas.

No eran de tristeza, eran lágrimas de felicidad y nunca en mi vida había llorado de ese modo.

Los guardias tuvieron la intención de acercarse pero Kai hizo un ademán con su mano para que no hicieran nada, la rubia se alejó de mí pero yo no la solté.

No la quería lejos, no más.

Había tenido suficiente con su ausencia, la había extrañado demasiado. Nunca nos habíamos separado de ese modo, estuvimos juntos en todo momento que cuando la creí muerta mi mundo se vino abajo.

Traté de estar bien, tanto así que terminé apegándome al pelinegro.

—No puedo creer que estés aquí— mencioné con la voz rota, mirando cada rasgo de su rostro, todo dentro de mí temblaba. Estaba emocionado.

Creí que estaba muerta y me prive de llorarla creyendo que no lo merecía. Me contuve tanto como pude pero era tan difícil. Que complicado era el asimilarlo.

—Liam. Te estuve buscando por todas partes, no sabes todo lo que ah pasado— bajó la cabeza —. Dios, no puedo creer que al fin te encontré— sonrió y una lágrima cayó de su ojo derecho.

—Los guardias del Este dijeron que te habían matado...

—Sí, me hice pasar por muerta— me interrumpió de inmediato, se humedeció los labios —¿enserio pensaste que esos idiotas eran suficientes para matarme? ¿a mí?— volvió a reír.

—Omega— me llamó el alfa, colocando su mano en mi hombro.

Cuando hizo eso, Lucinda me jaló por el brazo, apresándome en su cuerpo, le dedicó una mirada seria a Kai, era de advertencia. Estaba a la defensiva.

Comprendía el motivo.

El semblante del pelinegro también cambió, se volvió tan sombrío como el de la rubia.

Se limpió las lágrimas de la cara y se colocó enfrente de mí, encarando a mi pareja.

Me sentí extraño al estar en medio de aquella guerra de miradas, Luci era una omega, pero era demasiado fuerte y capaz de hacerle frente a un alfa.

Ya no estaba aquella mirada llena de tristeza, ahora estaba una expresión llena de odio y rencor, demostrando que estaba dispuesta a cualquier cosa.

Mi alfa dio un paso al frente.

La otra se colocó más a la defensiva.

—Ni un paso más o te mato— le amenazó.

Me fijé en que todos estaban atentos a lo que sucedía, me sentí extraño y una sensación conocida invadió mi cuerpo, no quería darles otro espectáculo a esa manada. Por ello, tomé a la rubia de la muñeca, volteó a verme en el instante.

—Vamos adentro— comencé a moverme pero ella no dio un solo paso, se mantuvo quieta.

Al ver que no quería seguirme, me giré a verla.

—No, nosotros nos vamos.

—¿Qué?— estaba confundido.

—Eh estado buscándote por todas las manadas, la única que me faltaba era esta. Incluso regresé al Oeste, creyendo que tal vez tu padre te habría atrapado, me alivió un poco el saber que no— soltó un suspiro pesado.

—Lucinda, han pasado muchas cosas estos dos meses, tengo que contarte todo, pero primero debemos entrar, no quiero hablar de ello aquí afuera— volví a jalonearla, pero no se movió —. Sé que no confías en nadie de aquí pero yo soy distinto, cree en mí— pedí aún con mi rostro húmedo por aquel líquido que había derramado por los ojos.

Mi respiración se fue calmando, al inicio no pensé que fuera real, por eso quise comprobarlo por mí mismo, al verla creí que estaba viendo un fantasma.

Ya sabía que no era así.

—Anda, vamos— volví a tirar.

La rubia se quedó inmóvil un segundo, observando todo a nuestro alrededor.

La conocía perfectamente, sabía lo que estaba pensando, era capaz de intuir lo que sea que estuviera pasando por su cabeza. Ella era muy desconfiada, en el pasado yo era igual y es por eso que la comprendía.

Sin embargo, todo ah cambiado porque ahora tengo algo.

Tengo a Kai conmigo y sus padres también me apoyan, no estaba tan solo y ella tampoco lo estaría.

Pareció meditarlo y simplemente soltó un bufido para comenzar a caminar.

Nos dirigimos a la mansión de los Nortez, los pasos de ella eran cautelosos, Kai nos siguió, con el ceño fruncido, sus feromonas estaban amargas.

Todos en el lugar se miraron confundidos sin saber lo que realmente estaba sucediendo.

No me gustaba ser el centro de atención de esa forma, suficiente tenía con lo que había pasado al llegar a esa manada, habían visto lo peor de mí.

Dejando esos pensamientos de lado, me concentré en el presente.

Al entrar al lugar otra vez, los soldados estaban por todos lados en estado de alerta. Los miré a todos, a cada uno de ellos, con seriedad.

Solté la mano de Lucinda y me giré sobre mi propio eje.

—Kai, dile a todos que se vayan— ordené con firmeza. Ni siquiera lo pedí, solo se lo ordené.

El alfa se quedó en su posición, mirándome con seriedad, ¿acaso estaba dudando? Le mantuve la mirada también.

Inhaló aire profundamente y murmuró algo para sí mismo.

—Váyanse— le dijo a todos.

—Pero señor. Es una intrusa…

—¡Les dije que se vayan!— no lo dejó terminar.

Podía notar la indecisión entre todos, aún así no tuvieron de otra más que obedecer, bajando cada una de sus armas, cruzaron miradas con el líder y su esposa, quienes se encontraban algo alejados de nosotros.

Me quedé viendo en dirección a Seiri.

La pelinegra entreabrió los labios e hizo un asentimiento de cabeza.

Con eso les dio a entender a todos que se retiraran, entonces solo comenzaron a dejarnos solos.

La cantidad de soldados era abrumadora, demasiados.

Lucinda realmente era fuerte como para enfrentarse a tantos sin ningún problema, sonreí con nostalgia. Por un segundo había olvidado lo grandiosa que era la líder de la familia Velair.

—Lo mejor será que vayan al despacho, nosotros los dejaremos solos también— comentó la madre del alfa quien se acercaba a pasos lentos, su esposo la seguía.




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