“Para bien o para mal, el shinigami te abrazará…”
Observo como coloca nuevamente en el estante que posee en su dormitorio el libro que estaba leyendo hasta hace unos instantes y se pone de pie para recibir a la invitada de hoy. Calmada y tranquila se acerca a la puerta en espera al llamado.
Afuera camina una anciana, con un bastón de madera bastante gastada, arrugas acentuadas y una sonrisa muy honesta y tranquila. Toca lenta y suavemente la agrietada puerta hasta que la muerte le abre, mostrándole una sonrisa jovial.
La ancianita, que antes estaba con los marrones ojos oscuros y achinados, los abre como platos en sorpresa a lo que tiene delante de sus ojos. Se coloca bien los espejuelos para fijarse bien si lo que está mirando es cierto y no solo una mala pasada de su vista.
—¡Tere! —se coloca una mano en la boca e inmediatamente se le nubla la vista y es recibida con un abrazo de la muerte, simulando ser la susodicha Tere.
—Hola amiga, cuánto tiempo sin vernos, ¿no? —inclinando levemente la cabeza la observa fijamente a los ojos y le sonríe, causando que la abuelita le sonría y se limpie las lágrimas ya de manera calmada.
—Sí, hace ya tres años que no nos habíamos visto. Desde tu muerte —aun tomadas del brazo entran a la casa de la parca y se sientan en dos sillones frente a una chimenea, en uno descansa un precioso perrito y al frente una mesa con dos tazas de té. Dios sabrá qué será ese perrito en verdad, aquí la vida no dura por lo cual ese debe ser un truco barato.
—¿Ya te cansaste de nuestra casa tan sola, apartada de todo y de todos, sin mí y sin Geraldine, Susan? —la mencionada mueve la cabeza suavemente en un gesto de afirmación, aún con las comisuras del labio bien alzadas, notando se sus surcos en el acabar de la sonrisa.
—¿Este es el paraíso? —observa su alrededor al hacer dicha pregunta.
—No lo es, pero es la entrada antes del paraíso —contesta distraída, soplando el té antes de tomar un pequeño sorbo.
—¿Por qué aún no estás en el paraíso? —frunce el ceño, demostrando su duda ante esta aclaratoria.
Dejando la taza de té, se levanta la muerte y aprecia la forma en la que envejecen los seres humanos, su pelo entre plateado y dorado, su rostro y manos llenos de pliegues, espalda encorvada y pies ligeramente doblados, sin poder soportar todo el peso mucho tiempo de pie.
—Ya Tere está en el paraíso —muestra su verdadera y horrorosa forma. El bug de su rostro ya no se nota, una complicación menos para nosotros— Usted ha sido traída aquí, a mi morada para ser llevada con ella, al paraíso —Susan no se muestra extrañada ni con miedo, al contrario, la comisura de sus labios aumenta, sus ojos se vuelven a achicar y rota una pequeña lágrima en su mejilla— ¿No me tienes miedo? —inclina un poco su cabeza, incapaz de entender lo que está pasando por la mente de la señora Lekins.
—¿Por qué te tendría miedo? —sonríe ladeando la cabeza y observa a través de una de las polvorientas y arcaicas ventanas— Desde pequeña me han dicho que si ves a la muerte solo te causaría horror y pánico, pero también me decían que, si no encontrabas al amor de tu vida, ibas a ser infeliz. Pero heme aquí; definitivamente fallé al encontrar a el amor de mi vida, pero me la pasé muy bien envejeciendo al lado de mi mejor amiga —vuelve su mirada llena de cariño hacia la muerte—. Así que, ¿Si eso que me dijeron de pequeña fue mentira, no será mentira también lo de que la muerte solo causaría horror?—ladea su cabeza, deseando saber lo que piensa la parca pero sin darle tiempo a responder sigue conversado— Ya tengo ganas de reencontrarme con mi mejor amiga —se levanta con lentitud, agarrando su bastón y manteniendo la mirada fija en los rojos ojos del extraño ser frente a ella habló—. Así que puede llevarme a dónde esté Tere ya, no importa si es el infierno o el cielo, solo quiero estar a su lado.
La parca no tiene palabras para reflejar cómo se siente, nunca antes se había sentido así. Por lo cual, lo único que logró hacer y articular fue un pequeño y simple “vale”. Moviéndose hasta donde estaba su dichosa palanca, aquella que había usado incontables veces, y la jaló con lentitud, deseando haber tenido un poco más de tiempo con aquella veterana de la vida.
No podía realizar aquella acción porque sabe que va contra nuestras normal por lo cual solo sonríe intentando parecer gentil, sin lograrlo en absoluto. Pero antes de que Susan cayera le comentó.
—Me encantó conocerte —dijo con sinceridad.
—A mí también, shinigami —de manera sonriente ascendió y desapareció junto al sonido de su bastón golpeando el suelo al caminar.
La muerte se sintió extraña, hace muchos años no la llamaban shinigami, presintió que sería un augurio de mala muerte, nunca mejor dicho, de que le quedaba poco en ese puesto, ya que cada mil años era renovado por otro humano nacido en el lugar y momento incorrecto.
—Una vez fui humana, pero la verdad, ya no recuerdo nada de aquella vida —comenta para sí misma, creyendo que está sola en aquella habitación— ¿Habré vivido lo suficiente como Susan o habré muerto tan pronto nací?
Pequeña ilusa, lastimosamente eso no lo sabrás, o tal vez sí. Quién sabe, nuestro humor es muy variable, aunque ya falta poco para que se acabe todo.
Editado: 07.05.2021