«Pablo Valenzuela, aquí tienes tus pertenencias» Fueron las palabras mágicas que tardó tres años en escuchar. Por fin, después de tanto calvario recuperaba la vida que le arrebataron.
La primera bocanada de aire fresco, ese que se respira en libertad, lejos de empujarlo a atesorar lo más preciado que a menudo se subestima, vino a recordarle que no podía darse el lujo de tirar por la borda los sueños que alguna vez buscó hacer realidad.
Era un delirio. Después de lo sucedido en su último trabajo, arriesgarse a volver a pasar por lo mismo, no parecía la decisión más sensata aunque resultaba una obviedad que los aires de venganza y la necesidad de probarle al mundo y a sí mismo que estaba preparado para los desafíos más demandantes, era, en definitiva, lo que nublaba su juicio y lo obligaban a no rendirse e intentarlo una vez más.
Sin embargo, por mucho que anhelaba volver al ruedo cuanto antes, no era sencillo reinsertarse en un mundo donde no se perdonan los traspiés y se condena sin miramientos a los mariscales de la derrota.
Por lo pronto tenía en claro, pese a la ansiedad que lo consumía, que debía proceder con cautela; no podía permitirse un paso en falso y para eso tenía que organizar el rompecabezas de su vida, la misma que estaba en pausa desde aquella fatídica e infortunada noche en que todo cambió.
—Gracias por ir por mí a la cárcel.
—¿Estás bromeando? —sonrió mientras terminaba de preparar los sándwiches—. Para qué están los amigos sino para apoyarse en los malos momentos.
—¿Y cómo estuvo todo por aquí durante mi ausencia?
—Tendrás más novedades y anécdotas tú de la prisión de lo que yo pueda decirte sobre este pueblo. ¡Jamás pasa nada interesante! No importa si te alejas por un siglo o despiertas de un coma un milenio después, aquí, en los confines de la diversión, todo permanecerá intacto, impoluto, muerto.
—¿Y qué me dices de ti? —preguntó antes de asaltar con voracidad aquella baguette apetitosa—. A juzgar por este cuchitril en el que estamos cómodamente almorzando, no te animaste a decirle a Tamara Agostino lo que sientes por ella.
—Bueno, me gusta la soltería.
—¿Es tu forma de disfrazar tu falta de valor para hablarle a una mujer?
—Ya discutimos esto —bufó—. ¿Qué pasa si me rechaza? Tendría que verla todos los días con una humillación insoportable.
—Tal vez, si no fueras tan cobarde, ya estarían viviendo juntos y criando a un par de hermosos bebés. ¡Eso sí! Dios deberá apiadarse y hacer que salgan a la madre —bromeó entre carcajadas.
—Brindo por eso.
El clima distendido, así como las charlas que buscaban hurgar los lugares comunes, daban a la pareja de amigos un contexto ameno para sobrellevar el mal trago que todavía les resultaba imposible digerir.
—¿Continúas trabajando en el mercado que está sobre la Avenida?
—Hablando de eso… tengo una noticia para ti, una buena.
—¿En serio? —preguntó Pablo mientras terminaba de masticar una manzana deliciosa—. Llevo tiempo esperando algo parecido.
—¿Recuerdas a mi primo Kevin?
—¿El de los ojos saltones?
—Sí, ese —respondió con una sonrisa—. Él abrió un local de comidas rápidas en el centro y está necesitando un mesero.
—Supongo que no será difícil hallar uno, pero no veo qué tiene que ver eso conmigo.
—Le hablé de ti —carraspeó—. Dijo que estaba dispuesto a darte una oportunidad a pesar de tus últimos antecedentes.
—¿Acaso estás ofreciéndome un empleo?
—De algún modo debes rehacer tu vida.
—¡Y lo haré! —se exasperó—. Pero ya tomé una decisión hace tiempo sobre el rumbo que deseo para…
—Pablo estuviste en prisión —interrumpió vehemente—. La próxima vez que algo salga mal te darán perpetua o, incluso, algo peor.
—No habrá una próxima vez.
—¿En serio quieres volver a arriesgarlo todo?
—Lo hubiera logrado si no se interponía esa mujer; ella me tendió una trampa.
—Continúas con esa historia…
—Sé que nadie cree mi versión, pero juro que es real. Tenía todo bajo control cuando de repente, quién sabe de dónde, apareció ella y lo echó a perder.
—¿Quién era? Te dieron la oportunidad de realizar un identikit en la corte y te negaste.
—No necesito que nadie la encuentre; lo haré yo mismo.
—O tal vez no existe ninguna mujer y simplemente no pudiste hacerlo.
—¿Ahora dudas de mi destreza? —preguntó frunciendo el ceño.
—Solo no quiero que te ocurra nada malo.
—¿Por qué mentiría sobre lo que pasó aquella noche?, ¿acaso encontraron la daga y yo no me enteré?
—Ese es el motivo por el que apenas te dieron tres años. La caratula calificaba como allanamiento y no como robo de propiedad privada.