Enamorados sin querer.

Estado crítico parte 2

Miraba cómo los paramédicos trataban de que Julián reaccionara, y él no hacía nada por volver. “Por favor, no me dejes”, sentía un dolor en el pecho que jamás creí sentir. Miro hacia mi lado y veo a Lara en los brazos de Ian; no deja de llorar, y la entiendo, me pasa lo mismo. Miraba a los médicos que trabajaban en él, y no reaccionaba. “Por favor, Julián…”

Desde el día que te conocí supe que eras el indicado para mí, y no me equivoqué. Desde que estamos juntos me has dado los mejores momentos, y todavía nos falta mucho más. No hay día que no agradezca el haberte conocido, por eso, por favor, no te vayas, no me dejes.

—¡Volvió! ¡Vamos rápido, avisa al hospital que vamos! Su pulso es muy débil, ¡pero está! —gritó uno de los médicos.

Al escuchar las palabras del médico, volví a respirar. Está vivo, Julián está vivo. Miré hacia donde estaban Ian y Lara y vi en ellos el alivio.

—¿Quién va a venir con nosotros? —preguntó el médico.

Volví mi mirada hacia él, pero no me estaba observando, tenía toda su atención puesta en Julián. Junto con el otro médico le colocaban el cuello ortopédico; ya habían preparado la camilla para subirlo. Miré nuevamente a los chicos, e Ian me hizo una seña para que fuera yo.

—Ve, nosotros los seguimos —dijo.

Los médicos no esperaron respuesta. Ya habían puesto a Julián en la camilla y se dirigían hacia la ambulancia. Los seguí sin decir nada. Me subí: había un médico a su cabeza con un aparato dándole aire manual, el otro revisaba sus signos vitales. Yo lo único que pude hacer fue tomarle la mano.

—Hola, con el hospital Morrison, sí, somos de Vial. Estamos yendo para allá con un herido de gravedad… por lo que se ve, lo han golpeado… sí, su pulso es débil… aproximadamente en siete minutos llegamos, tengan todo listo… gracias. Listo, nos están esperando —dijo uno de los médicos por la radio.

En todo el viaje que demoramos en llegar al hospital no le solté la mano, ni despegué mi vista de él. Le miraba el pecho todo el tiempo para asegurarme de que respiraba. En qué momento llegamos no lo sé, pero sentí cuando la ambulancia frenó de golpe y el médico se levantó. Abrió la puerta; no esperé al conductor y ayudé a bajar la camilla.

—Gracias, hijo, pero de acá seguimos nosotros —dijo uno de los paramédicos.

Me hice a un lado y los vi pasar corriendo. No quería perderlo de vista, solo sé que mis pies se movían solos. Estaba como en trance: sabía lo que pasaba, pero a la vez quería que fuera mentira. Al entrar a la sala de emergencias…

…el aire se volvió pesado, el sonido de los monitores se mezclaba con las voces apresuradas de los médicos. Me quedé parada frente a la puerta, incapaz de dar un paso más. Mis manos aún temblaban, el calor de la suya todavía en mi piel. Cerré los ojos, rogando al cielo que esta vez la vida no me lo arrebatara.




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