Las matriculas para el nuevo semestre comenzaron. El verano también. Mi grupo de amigos y yo fuimos temprano para poder salir pronto del lugar e ir a comer un rico ceviche. Mientras esperábamos nos dimos cuenta de las coquetas miradas que un grupo de chicas, las cuales eran cachimbas, nos lanzaban. Mis amigos; no dispuestos a pasar de ellas, les devolvieron las sonrisas coquetas con algún que otro comentario que las hizo sonrojar. Eran esos pequeños detalles que encantan a un hombre.
En mi caso me encantaba el sonrojo de una mujer ante mis palabras, claro que no eran cosas fueras de tono. No juzgaba a quien le gustaba coquetear de ese modo, pues había conocido muchas chicas a las que realmente les gustaba eso, pero no era mi estilo. También me encantaban las tímidas miradas y los pequeños gestos como colocar el cabello detrás de la oreja, morderse el labio inferior, verla sonreír, la forma de caminar. No puedo negar que era un fanático de las mujeres que tenían el don y la gracia de mover las caderas sensualmente mientras caminaban.
—Pero miren nada más quien viene ahí—comentó Jean Franco con una sonrisa maliciosa.
Dándome la vuelta me encontré con la dueña de mis pensamientos. Y es que esa mujer se había colado en ellos y no parecía querer moverse de ahí.