Enamorándome de la fea

Capítulo 10

Por unos instantes Manuel se quedó impávido frente a la figura de la mujer que tiene en frente. Bajo la mirada confuso sin saber que decir, pero se mordió los labios tomando un lápiz que estaba cerca de él y fingió estar revisando unos documentos arrugando el ceño molesto por el apoyo de Francisco a Tania.

 

—Necesito hablar contigo —musitó la mujer con esfuerzo, ya que la voz se le quebró en la última palabra. Sino fuera por la compañía de Francisco, no se sentiría con la fuerza de decir aquello.

 

—¿Para qué? —le preguntó con sequedad desviando la mirada—. ¿Acaso no tienes orgullo?

 

Tania tragó saliva nerviosa perdiendo sus palabras ante la frialdad de Manuel. De verdad es que se lo esperaba, después de todo, si era verdad lo que le habían confesado, era esperable esa actitud desafiante de ese hombre. Sin embargo, se quedo callada, se lo esperaba pero no que su cuerpo no fuera capaz de decir lo que por días había guardado. Francisco puso su mano en su hombro intentando con ello a darle ánimos.

 

—No, no lo tienes —se respondió así mismo con una mueca de burla dejando el lápiz de golpe sobre la mesa—. Si lo tuvieras no te aparecerías frente al infeliz que te dejo botada en la boda, frente a quien huyó para no casarse.

 

—Es que yo…

 

—No, no lo tienes —arrugó el ceño apretando los puños—. Me dan asco las mujeres patéticas.

 

Y diciendo esto se puso de pie dispuesto a salir de la oficina, pero Francisco lo agarró del brazo con brusquedad reteniéndolo contra la pared, toda la rabia acumulada está huyendo de su cuerpo y enfocándose en el canalla de su hermano ¡¿Acaso ni el dolor de Tania lo hace entrar en razón?!

 

—Ah, verdad que siempre Tania te ha gustado —respondió irónico intentando soltarse de los brazos de Francisco que lo ahogaban—. La has amado desde niños ¿Por qué no aprovechas tu oportunidad?

 

Notó como su hermano mayor, el tranquilo y controlado Francisco estaba a punto de darle un puñetazo, y la verdad que lo quería, la verdad es que Manuel quiere recibirlo para acallar sus sentimientos de culpa que comienzan a torturarlo. Pero solo a centímetros de recibir el golpe Bastián detuvo el brazo de Francisco.

 

—Ya basta —reprendió, con una seriedad que sorprendió a ambos hermanos.

 

Pero es difícil para ellos, Francisco a pesar de por mucho tiempo guardar silencio no le perdona no porque se quedara con la chica de la cual él estaba enamorado, sino porque la dejara abandonada en la boda huyendo como un cobarde. Sin importarle su dolor al ser humillada de esa forma frente a toda su familia, sin siquiera detenerse a escuchar sus llantos, su desconsuelo. Y peor verla ahora y no mostrarse arrepentido sino que ofendido porque se le ocurrió buscarlo.

 

Manuel en tanto lo ahoga el tener que seguir escondiendo sus razones y la culpa que lo hiere más a ver a Tania. Esta siendo duro, cruel, un idiota, pero mil veces prefiere que lo odie al verla así de triste, prometió guardar el secreto y así lo hará cueste lo que cueste. Se siente desbordado, a punto de mostrar como se siente en realidad, pero no puede, no debe.

 

—No quiero seguir con esto —musitó Manuel saliendo del lugar sin que ninguno de sus hermanos pudiera detenerlo.

 

Y quiso correr rumbo a su auto, pero aquello llamaría la atención del resto de sus hermanos, por lo que solo avanzó a paso rápido evitando incluso a Cristina, su secretaria, que quiso darle una información, no le importaba nada más que huir, salir del edificio, alejarse de Tania.

 

Tocó desesperado el botón del ascensor apoyando su cabeza ante la impaciencia de no verlo llegar, y apenas este abrió entro corriendo casi a punto de chocar con Silvana que se lo quedo mirando impávida ante la imprevista presencia de aquel hombre.

 

Estuvo a punto de bajar al sentirse enfrentado a aquellos ojos marrones, que parecen más enormes de lo usual, pero al sentir a su hermano mayor que lo llamaba por el teléfono móvil, solo entró ignorándola y apretando el botón para cerrar las puertas con rapidez.

 

El silencio fue incómodo para ambos, Manuel golpeaba el piso con su zapato, impaciente por la lentitud del ascensor en bajar, de repente un corte de luz provocó la brusca detenida del elevador. Estuvieron a punto de caer, pero lograron afirmarse, se miraron asustados. Manuel entró en desesperación y se puso a apretar el botón de emergencia en forma repetida, a lo lejos Silvana con su teléfono en mano observaba la exageración de aquel hombre.

 

—¿Esta bien? —le preguntó alzando ambas cejas.

 

—No —respondió con brusquedad e impaciencia moviéndose de un lado a otro—. ¡¿Cómo voy a estar bien?! ¡Estoy atrapado y encerrado con… usted!

 

Había pensado en decir algo despectivo, pero prefirió callar, no es el momento. Además que pasa si esa mujer lleva un arma y le dispara, luego al darse cuenta de la estupidez que pensaba dejo caer su cabeza en la puerta cerrada del ascensor.

 

—Peor hubiera sido quedarse atrapados solos —se rio Silvana alzando ambos hombros.

 

La observó molesto sin entender que le causaba risa, aunque tenía razón, pero ¿Por qué justo quedarse encerrado con ella en vez de quedarse atrapado con cualquier otro trabajador? Más extraño se le hizo cuando vio como esa rara mujer se acomodaba en el piso, se sentaba y sacaba un sándwich para comérselo. Hizo una mueca en su rostro ¿Cómo puede tener hambre en ese momento? 

 

—Debería sentarse, calmarse, ya vendrán por nosotros, no vale la pena desgastarse gritando —le indicó con una tranquilidad que lo sorprendió.

 

—Puede que nadie venga y muramos aquí cuando el oxígeno se nos acabe —cruzó los brazos apoyándose, y aunque intentó sonar frio, el miedo en su rostro no lo puede esconder.



#987 en Novela romántica
#337 en Otros
#132 en Humor

En el texto hay: humor, romance, jefe enamorado

Editado: 19.04.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.