Enamorándome del lobo

14

  Él era quién iba al mando, yo solo lo seguía. ¡Diablos! Besa tan bien. Sus labios sobre los míos hacen que todo en mí se encienda, que mi corazón lata a mil por hora; que mis piernas tiemblen y que no pueda mover mis manos para apartarlo. Una parte de mi quiere empujarlo contra la pared pero otra quiere apegarlo más a mí, y yo no puedo moverme.

  Se detiene a mirarme a los ojos. No logro decir nada. Se inclina para darme otro beso pero antes, escuchamos aullidos provenientes del bosque. Eso hace que toda mi piel se estremezca. Miro por la ventana de mi cuarto. Esta vez no es sólo un aullido, son varios.

  Kayler mira también por la ventana y frunce el ceño. Se aleja un poco de mí.

  —Me tengo que ir. —murmura. Se dirige a mi mesita de noche y coge una foto mía, la había tomado el año pasado en una feria. —Y esto —me enseña la foto—Ahora es mío.

  Reacciono.

  —¿Qué? —inquiero. Él sale de mi habitación dejándome sola. Le sigo el paso, ¡Dios! No quiero que se vaya y menos con mi foto. —Yo no te la he regalado.

  Antes de llegar a la puerta principal y tomar el pomo me voltea a ver.

  —Ahora es mía —sonríe. —Te veo mañana, ahora tengo que hacer algo.

  No quiero que se vaya, ¿porqué no quiero que se vaya?. Que confusión.

  —Kayler, —lo llamo. El voltea a verme. ¿Le digo que no se vaya? Me siento más segura si estoy con él, además afuera hay lobos ¿no le dará miedo?. —Nada. Olvidalo.

  Sonreí.

  Me devolvió la sonrisa y se fue, dejándome sola. Me quedé viendo como se adentraba en su auto, lo encendía y arrancaba. No pude evitar sentirme vacía. Sin su calor, sin... ¡¿Qué estoy diciendo?!.

  Sacudí mi cabeza para alejar esos pensamientos retorcidos y cerré la puerta. Inconscientemente puse mi mano sobre mis labios. Los lamí.

  Me dio un beso. Él me dio un beso. Y lo peor es que me gustó.

  No. No. No puedo sentir nada por él. Kayler es de esos chicos que te rompen el corazón y no quiero terminar con mi pobre corazón roto. De por sí ya lo han roto antes.

  Me senté en el sofá a contemplar la luna. Recuerdo los aullidos. Lo lobos volvieron. Es raro: cuándo Kayler no estaba, no había ni rastro de los lobos; y ahora que volvió... Volvieron.

  ¿Será que lo siguen? No, que locura.

  ***

  La luz invadía mis ojos, los cerré más y me envolví con la colcha de pies a cabeza. Me sentía con calor, eso es raro porque en este lugar hace frío. Anoche me acosté temprano, no supe a qué horas vino mamá.

  Hoy dormiré hasta tarde.

  Sentía un peso en mi cintura. Me estorbaba. Empuje sea lo que sea para deshacerme de eso. Abrí los ojos de inmediato al sentir que era como un... ¿Brazo?.

  ¿Se metieron ladrones? ¡Me van a violar lo sé!. ¿Qué hago? ¿me levanto y huyo? ¿lo golpeo con mi zapato? ¿cuántos serán? No tengo dinero sólo veinte dólares en mi bolso.

  Giré mi rostro hacia el susodicho, lentamente. Jadeé al ver ese rostro tan conocido cerca del mío, dormido tan tranquilo en mi cama. ¡En mi cama!.

  —¡Kayler! —exclamé su nombre, zarandeándolo. Me senté en la cama y le quité mí colcha. Estaba solo en pantalones.

  Él empezó a removerse. Abrió sus ojos y sonrió.

  —Ven aquí. —me rodea con sus brazos y me obliga a acostarme. Aprieto los labios en una sola línea.

  ¿Qué hace aquí? ¡¿Y cómo entró?!.

  —Kayler, ¿qué haces aquí? —intentaba zafarme.—¿Cómo entraste?.

  Gruñó.

  —Tranquila, entré por la ventana —susurró, con los ojos cerrados— Duérmete, es temprano.

  Inhala, exhala, inhala, exhala.

  —Kayler, me voy a levantar. Puede venir mi mamá. —me removía para zafarme. ¡Qué brazos tan fuertes!. Ni se inmuta.

  Resoplé.

  Se le escapó una risita.

  —Excusas.

  —Kayler.

  —No.

  —Kayler.

  —No.

  —¡Kayler! —espeté.

  Me soltó.

  —Bien. No dejan dormir —gruñó.

  Me levanté y enarqué una ceja.

  —Já, que lindo. —dije sarcástica. —Lárgate de aquí, mamá puede venir en cualquier momento.

  —Relájate. —se sentó en la cama y restregó sus ojos. Su cabello lo tenía despeinado, daba cierta ternura mirarlo así. Me miró. —Deja de babear por mí.

  Cogí mi almohada y se la lancé. La atrapó.

  Maldito.

  —¿Porqué estás aquí? —cuestioné, cruzándome de brazos. —¿A qué hora llegaste?.

  Se puso de pie y se dirigió a mí baño. Lo seguí.

  —Estoy aquí porque me apetece y... Llegué como a eso de las tres de la mañana.

  Miré que cogió un cepillo de dientes, que antes no estaba ahí por cierto, y empezó a cepillarse.

  —Yo no tenía ese cepillo de dientes ahí. —apunté.

  Me miró por el espejo.

  No contestó.

  Segundos después que terminó de lavarse los dientes salió del baño y buscó su camisa. La encontró y se la puso.

  —Yo lo traje. —responde por fin.—Por cualquier cosa.

  Respiré profundo.

  —Kayler, no me gusta que entres a mi cuarto sin avisar, un día de estos me vas a matar de un infarto. —dije, refiriéndome a que pensé que era un ladrón. —Te imaginas si hubiera entrado mamá y nos encuentra así.

  Me llevé una mano a mi sien.

  Se acercó y me dio un beso en la frente, tomándome por sorpresa.

  —Me tengo que ir. —me mira—Quizá venga más tarde.

  Empieza a caminar a la ventana.

  —Por cierto, —se dirige a mí—Te vas a tener que ir acostumbrando a esto. —sonríe y salta.

  Abrí mis ojos de inmediato. ¡Son dos pisos!. Corrí a la ventana y me fije. Respiré tranquila al verlo dirigirse a su auto. ¡¿Cómo es que no se rompió un pie al saltar así?!.

  Fruncí el ceño. Si yo me tiro así me rompo los dos.

  Bajé a la cocina para desayunar; no había ni rastros de mamá. De seguro anoche llegó muy tarde. Me preparé un café y me senté en el comedor; revisé mi teléfono para ver si tenía algún mensaje pero no había ninguno. ¡Já! Nadie se acuerda de mí. Ni siquiera mis viejas amigas de mi antigua escuela.



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En el texto hay: hombres lobo, romance, amor

Editado: 27.11.2023

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