Enamorándome del lobo

45

  Abrí los ojos y lo primero que vi fue un jardín, habían flores, árboles... Como cuando es primavera, todo es de colores y las hojas de los árboles se caen. Me levanté con cautela, recordando que el dolor de antes ya no lo sentía, me sentía bien... Sin dolor, ni físico ni emocional.

  Estaba vestida con una bata blanca y iba descalza, mi cabello estaba suelto también. Miré a mis alrededores en busca de algo, de alguien que me hiciera saber dónde estaba. Este lugar no se parecía en nada a la tierra. Sé que suena alocado pero lo es. Caminé sin rumbo, había uno que otro pajarito. Encontré un río, el agua era tan clarita que daba cierta admiración y entonces lo vi.

  Ahí, en unos cuantos metros más adelante de mí, estaba él, esa personas que más amé en el mundo, esa persona que me había dejado a tan poca edad, ahora estaba parado justo frente a mí, sonriéndome.

  Mi papá.

  Cubrí mi boca con una mano y dejé escapar un sollozo. No me lo podía creer. ¿Esto era un sueño? Si más no recuerdo estaba en el fondo del lago, muriéndome... Entonces ¿estaba muerta? ¿era eso?.

  —¿No le das un abrazo a tu padre? —cuestionó, abriendo sus brazos para mí.

  Sonreí nerviosa y, sin pensarlo, corrí hacie él y lo abracé. Sentí una enorme paz al tenerlo conmigo, al sentir sus brazos rodeándome, su calor otra vez cerca de mí. Jamás pensé que algún día lo iba a volver a ver. Lo extrañaba tanto.

  —No sabes cuánta falta me has hecho, —musité, dejando escapar otro sollozo. Las lágrimas empezaron a salir, eran de felicidad.

  —Lo sé, pequeña, también ustedes me han hecho falta. —susurró en mi oído.

  Nos separamos lentamente y lo miré a los ojos. Él limpió una lágrima de mi mejilla.

  —Nunca creí volver a verte. —admití, aún llorando.

  Sonrió pasivo.

  —Yo tampoco esperaba verte tan pronto. —admitió también, con cierto desconcierto.

  Un nudo en el estómago se me instaló. Entonces había muerto.

  —¿Estoy muerta? —pregunté más para mí misma.—Ya no veré a mamá, ni a mis amigos... Ni a Kayler. —muy en el fondo pude sentir una punzada de dolor en mi pecho, en mi corazón.

  —Claro que los verás, Carolina, no sé aún porqué estás aquí pero este no es tu lugar. —dijo.

  Fruncí el ceño. No entendía bien qué me quería decir.

  —¿Qué? ¿cómo? No entiendo. —me separé un poco de él. —¿Acaso no estamos en el cielo? Quieres decir que... ¿debí haber ido al infierno? —la piel se me erizó al decir eso último.

  Papá se relajo un poco y sonrió, negando con la cabeza.

  —No, pequeña, lo que quiero decir es que este no es tu momento. No es tu hora. Todavía tienes mucho porqué vivir. —explicó.

  El alivió se abrió paso en mí. Ya me estaba asustando.

  —Deberías de explicarte mejor, me estabas asustando. —le dije, sonriendo y llevándome una mano al pecho.

  Rió.

  Me hacía tanta falta escuchar esa risa. No lo pensé dos veces y lo volví a abrazar, esta vez un poco mas fuerte porque no lo quería soltar, tantos años sin verlo, sin abrazarlo y ahora que tengo la oportunidad de hacerlo la aprovecharé.

  —Quisiera quedarme contigo. —susurré.

  Me sobó la espalda.

  —Yo también, pero ya llegará el momento en el que estemos todos juntos. —lo dijo con mucha seguridad que parecía real. Quizá él ya haya visto el futuro. Decidí creer en él y pensar que esta no sería la última vez que nos veríamos.

  —Cuida a tu mamá, Mike parece un buen tipo. —murmuró. En ese momento me separé de él y lo miré.

  —¿Cómo sabes que mamá está con Mike? —cuestioné, arqueando una ceja en su dirección.

  Sonrió. Tenía algo de barba y juraría que lo veía más joven, rejuvenecido, como si tuviera casi mi edad.

  —Siempre estoy con ustedes, cuidándolas. Aunque no puedan verme, siempre estoy ahí. —confesó.

  Sentí tan bonito cuando lo dijo que iba a llorar otra vez, pero me contuve. En ese momento sentí un dolor en mi pecho y un mareo, como si de pronto todo este lugar se iba a desmoronar.

  —¿Qué me pasa? —pregunté.

  —Tranquila, solo déjate llevar, él llegó a tiempo. —murmuró, pero sus palabras ya eran como ecos y todo parecía tornarse borroso.

  No entendí bien lo que quiso decir papá pero ya tenía una idea, más o menos.

  —Carolina, vuelve conmigo. No me dejes. —escuchaba la voz de Kayler detrás de mí. Volteé rápidamente pero no había nadie, escuchaba la voz como un susurro en el aire. —Vuelve conmigo.

  Era él. Me volví a mi papá pero ya no estaba, otra vez lo había perdido.

  —Solo déjate llevar. —escuché la voz de mi padre por última vez.

  Con todo el dolor de mi alma eso hice, cerré los ojos y me imaginé en casa, con mamá, Anne y Kayler.

  Abrí los ojos y de inmediato expulsé un líquido que tenía en mi boca, era agua.

  —Carolina, volviste. —los brazos de Kayler me rodearon con algo de fuerza, yo también lo abracé, me sentía un poco débil y desorientada.

  —Kayler... —musité su nombre.

  Se despegó de mí y tomó mi cara entre sus manos, mirándome fijamente a los ojos.

  —Aquí estoy. —susurró—. Creí que te había perdido. —me besó la frente.

  Recordé el sueño, o quizá no fue un sueño, era tan real. Pero luego recordé la vida real y de imediato me vino a la mente Paige.

  —¿D-donde está Paige? —pregunté.

  Ya estaba de día, quizá eran como las cinco y media o seis de la mañana. Kayler estaba sin camisa, solo llevaba unos pantalones cortos, completamente mojados, por lo que supuse que él fue el que me sacó del lago. A eso se refería mi papá cuando dijo él llegó a tiempo.

  Kayler miró el suelo de la para mía, seguí su mirada con algo de miedo. Pero entonces la vi. Paige estaba tirada en el suelo, sin vida. Tenía los ojos abiertos que casualmente me daban a mí, tenía la boca entre abierta y su cabellera rubia estaba sin vida. En su cuello, estaba una marca de dos colmillos. Kayler la había mordido, tal y como ella lo había hecho conmigo.



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En el texto hay: hombres lobo, romance, amor

Editado: 27.11.2023

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