Enamórate Bailando

CAPÍTULO 2: El ritmo de la Libertad

El sábado por la noche, The Garden estaba más vivo que nunca. Las luces tenues iluminaban el espacio que serviría como pista de baile, y la música se colaba por cada rincón como una corriente cálida.

Ir a todos los sociales se había vuelto mi adicción, necesitaba aprender más, no había faltado a ningún social desde que inicié. Me encantaba la sensación de olvidar todo y sentir la música.En mi nueva faceta de bailarina, decidí vestirme con un conjunto negro sencillo pero elegante y cómodo para poder bailar.

Ya llevaba alrededor de dos o tres horas en el lugar, había estado charlando con mis nuevas amigas Lorelai y Katrina, dos señoras aproximadamente entre quince y veinte años mayores que yo. Eran un amor, muy preciosas y finas, me encantó su compañía desde el día uno que entre a la academia.

—El mesero ha tardado demasiado —comentó Lorelai, buscando al responsable de llevar las bebidas a la mesa.

—Iré a la barra a ver que ha sucedido, aprovecharé a ver que más tienen disponible. No tardo —dije levantándome de mi asiento.

Mientras me acercaba a la barra, observé a Fernando, quien estaba apoyado con una postura relajada, conversando con alguien más, una chica y otro chico que al parecer eran de su grupo cercano, o algo así podía haberme percatado.

Su mirada se cruzó con la mía, y decidí acercarme a la barra del lado donde él estaba acomodado, para saludarlo.

—Hola —saludé, captando su atención—. Vos y yo tenemos una amiga en común.—Solté sin previo aviso.

Fernando alzó una ceja, intrigado.

—¿Ah sí? ¿Quién?

—Ariella Maxwell —contesté con una sonrisa de complicidad.

Su expresión cambió de inmediato y una pequeñita sonrisa cálida le suavizó el rostro.

—¿Ariella? ¡Qué pequeño es el mundo! ¿Desde cuándo la conoces?

—Desde hace un par de años, en el gimnasio. Empezamos bailando juntas en clases de Zumba y nos hicimos muy cercanas en poco tiempo.

—¡Qué buena onda! Yo la conozco desde ...siempre...casi, por nuestras mamás. Es como una hermana para mí.

Sonreí. Ese intercambio de palabras me había gustado.

Ahora que lo pienso, probablemente no le caigo mal. Ahí frente a Fernando me di cuenta que en realidad era un chico guapo, fuera de la ropa cómoda con la que teníamos que asistir a clases, se veía aún mejor.

Desvié un rato mi atención y pregunté por nuestro pedido en la mesa, al caballero que se encontraba atendiendo, me pidió una disculpa y ordené una gaseosa extra.

Intercambiamos una última mirada con Fernando y me alejé con una sonrisa para dejarle espacio con sus amigos. Pero algo en me decía que esa no sería la última conversación de la noche, tampoco la última del futuro.

Y no me equivocaba.

Un par de canciones después, percibí una presencia acercándose entre las mesas del restaurante. Era Fernando, con su seriedad inconfundible y su caminar seguro.

—¿Te gustaría bailar? —preguntó, extendiéndome la mano con una media sonrisa que parecía ensayada.

Lo miré, un poco sorprendida, pero encantada. Aún estaba convencida de que no era tan buena bailarina para que disfrutara de bailar conmigo.

—Claro —respondí con una sonrisa enorme en el rostro, tomando su mano.

La música empezó, y nuestros cuerpos se encontraron por primera vez en la pista, como dos personas que hablaban el mismo idioma: la salsa.

La conexión fue inmediata. Cada paso, cada giro, cada pausa tenía una fluidez casi mágica. Él marcaba con firmeza y suavidad, y yo intentaba seguirle. Parecía que entendíamos los mismos códigos, sin decir una sola palabra. Sentí cómo el ruido del mundo se desvanecía, y solo quedábamos nosotros. Era de las pocas veces que realmente estaba disfrutando una salsa completamente, sin estar pendiente de hacerlo bien, solo me estaba divirtiendo.

Me sentía libre, me sentía yo.

Cuando terminó la canción, ambos sonreímos y le agradecí por sacarme a bailar.

—¡Gracias!— Sonreí ampliamente y subí mis manos para que él chocara las suyas contra las mías. Era una costumbre en las clases, señal de haber hecho un buen trabajo. —Gracias por sacarme a bailar.

—Gracias a ti, es la primera de muchas. A menos que no te agrade bailar conmigo, solo dime.—Comenzamos a abandonar la pista, mientras sonaba otra canción.

—¿Cómo crees? Me gustó bailar contigo —respondí mientras me tomaba de la mano para bajar con cuidado por los tres pequeños escalones de la pista de baile.

Me dedicó una pequeña mueca que era una sonrisa, antes de dejarme en mi silla dónde yo estaba sentada. Se acercó a Katrina y la invitó a bailar.

Poco después, los profesores se acercaron a la mesa. Me encontraba sola, mis amigas estaban en la pista de baile.

—¡Hey! ¿Ya te enteraste del bootcamp de bachata? —me dijo Katie con una sonrisa gigantesca—. Es estas próximas dos semanas. Estaría bueno que te unas. Vamos a montar una coreografía para el próximo social.

Abrí los ojos, sorprendida ante la invitación.




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