***Luke***
No pensaba permitir que Gabriela Gavotti fuera una mujer reprimida. No estaba dispuesto a ver como una mujer como ella desperdiciaba tantas virtudes ocultándolas del mundo. El mundo debía ver quien era la verdadera Gabriela, una mujer decidida y apasionada, dedicada a lo que ama, y quien sabe cuántas otras cosas más.
No tengo idea de por qué, pero quería ayudarla, sentía la necesidad de hacerlo. Yo, un hombre seguro, uno que no temía mostrar su verdadero yo, aunque realmente dentro de mí se ocultaba algo que no quería mostrar. Muy en el fondo.
Sin embargo me sentía en la obligación de mostrarle al mundo lo poco que sabía de ella y que nada mas eso, me hacía sentir que era sumamente maravillosa.
Sé que quizá suena loco, que yo, Luke Rodríguez, un niño bonito, tengo todo lo que podría querer, no soy un hombre al que le interese ayudar a otros, pero a ella quería ayudarla, quizá porque me recordaba tanto a mi yo de hace cinco años. Tan ingenuo e inocente, lleno de sueños que parecían salir de cuentos de hadas. Aunque nunca fui reprimido, al menos no respecto a mi talento.
Ya no recuerdo cuando fue que me convertí en un hombre sin deseos de formar una familia, no recuerdo cuando fue que aprendí que para mí, involucrarme emocionalmente significaba una soga al cuello.
Solo sé que lo único que reprimo ahora, es ese antiguo deseo de tener algo formal, de ser amado, de tener una familia.
Ya tengo una familia, tengo a mis hermanas, a quienes mantengo, y lo hare por al menos otros diez años. Ya tengo amor, ellas me lo dan. El placer que podría querer, lo obtengo sin mucho procedimiento. Citas románticas, cenas, flores, regalos, no son necesarias, son una pérdida de tiempo cuando puedo conseguir lo mismo con tan solo dos palabras.
Quizá soy así para ocultar mi fragilidad, esa que algún día deje ver.
Pero Gabriela, ella era todo menos frágil, y eso lo sabía, quizá esa era otra razón por la que me gustaba. Todo de mi quería tenerla, sentirla, probarla, pero muy dentro de mí, era más que placer lo que quería con ella. Sin embargo no podía, no quería, no me expondría a ser vulnerable, nunca más, me lo prometí a mí mismo y lo cumpliría.
Quizá quiero ayudarla para olvidar que soy tan reprimido como ella, aunque en otro aspecto, pero lo soy. Quizá quiero ayudarla porque me siento apenado por ver tanto talento y tanta belleza desperdiciada, solo porque un imbécil le dijo que no podría, solo porque no tenía alguien que creyera en ella.
¡Eso es!
Era lo que más me identificaba, lo que más me motivaba a ayudarla. Yo nunca tuve nadie que creyera en mí. Mi madre, ella… bueno, solo estuvo para apoyarme y decirme: “Lo lograras”; porque era su obligación, pero realmente nunca lo creyó, nunca creyó en mí, y podía saberlo porque podía notarlo en su cara cuando decía que creía en su hijo.
Mi padre era un imbécil bastardo, nos abandonó cuando era niño, mi padrastro era otro conformista. Yo no, yo quería luchar, yo quería ser grande, no quería conformarme con la vida de barrio que llevaba, quería tenerlo todo, y tuve que luchar solo para conseguirlo. Solo basto que una persona, una sola persona, creyera en mí por el tiempo suficiente para que pudiera lograrlo.
Al final me sentía tan identificado con ella, porque sabía que solo necesitaba alguien que creyera en ella. Mejor de lo que su padre lo habia hecho. Que en lugar de reprimirla, la ayudara a ser libre. Ella era como un lindo pajarito enjaulado, despojada de tanta libertad para expresarse y volar con tanta belleza y talento.
¡Está decidido, la ayudare!
Arregle todo, tome una de las hermosas pinturas que ella habia hecho, las cuales ahora guardaba en mi habitación, y por la mañana fui a los estudios Art life, a la academia de arte. Entregue la pintura y los datos de Gabriela. Me dieron una invitación especial para formar parte de la academia, y pulirla, de forma gratuita.
¡Claro que lo hicieron!
No solo porque me conocían bien, sino porque ella era talentosa, y la ganancia generada por su talento, iba a ser mayor que la obtenida a través de ella, solo por pagar para pulirlo.
Me llene de sosiego y en mi cara se plantó una sonrisa cuando escuche hablar a los maestros de la academia, alagando el trabajo de Gabriela. Ellos lo alabaron, decían que era de las mejores cosas que habían visto. Yo lo sabía, llevaba mucho tiempo en el mundo de las artes.
Fui a la oficina, dispuesto a entregarle la carta de invitación a mi jefa, con una sonrisa de oreja a oreja. Por alguna razón me sentía feliz de poder ayudarla, sabía que este solo sería el comienzo para lo que sería la explosión más grande de belleza y personalidad que resultaría en ella luego de que comenzara a hacer su sueño realidad. Al fin volaría alto y en libertad.
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Editado: 30.03.2021