Enamórate de mí

11

Daniela estaba sumida en una oscuridad extraña que parecía cubrir hasta donde su vista consiguiera alcanzar, pero al mismo tiempo tan frágil que podía romperse en cualquier momento. No entendía en dónde se encontraba ni mucho menos cómo llegó ahí, sin embargo, no sentía el más mínimo terror. Por el contrario, estaba tranquila, como si una maravillosa calidez se encargara de mantenerla a salvo.

Sumergida en aquel lugar, el miedo se esfumaba de su corazón. Flotaba. Oía sonidos tenues que adormecían los sentimientos negativos que pudieran embargarla. Había voces. Entonces cayó en la cuenta de que las voces no nacían del exterior, sino que resonaban en sus tímpanos desde adentro. Reconoció dos de ellas: la de Bruno, que pronunciaba su nombre con amor y anhelo, y la de Beatriz, que hablaba con alguien más. Cerró los ojos unos segundos y volvió a abrirlos de golpe, sin saber si eso marcaría una diferencia.

Para sorpresa de Daniela, la oscuridad empezó a clarearse. Podía ver entre nubes de agua difusas, que había estantes con medicinas, productos de aseo personal y refrigeradores alrededor. Sin duda era una farmacia. Por un momento se sintió confundida, sin embargo, de inmediato volvió a ese recuerdo fugaz que tuvo al estar en las escaleras. Entendió.

—¿Beatriz? —susurró. Su voz hizo eco en la profundidad del lugar donde flotaba con tanta calma. La sintió brotar desde adentro—. ¿Beatriz, me escuchas?

—Te escucho —respondió Beatriz.

La felicidad que embargó a Daniela al descubrir que por fin había dejado de estar sola, duró mucho menos de lo que le habría gustado. Difusamente recordó tanto a Bruno como a Beatriz, sus mejores amigos en el mundo, pero también que fue justo esa amistad la que los llevó a ser encerrados en el asilo mental.

Daniela padecía trastorno de identidad disociativo y había sido atendida por un psiquiatra amigo de su madre, esto después del divorcio de sus padres, cuando tenía siete años de edad. Daniela no quería relacionarse con nadie más, el mundo exterior la asustaba, los hombres en especial luego de ser víctima de constantes abusos por parte de su padre; él quería, en secreto, que ella reemplazara el lugar de su madre.

Una noche luego de que Daniela se resistiera a cumplir con las obligaciones de esposa a las que él quería forzarla, y saliera huyendo rumbo al primer piso donde se escondió en el armario viejo y mohoso del abuelo, Bruno emergió de su interior. Lo vio aparecer en el espejo que reposaba en la puerta derecha del armario, tenía la sonrisa más amorosa y compasiva que jamás había recibido. Él juró protegerla. Cuando su padre llegó al segundo piso y abrió el armario de forma violenta, Bruno tomó la luz para lanzarse contra él a golpes.

Daniela supo que Bruno no había salido bien librado de ese enfrentamiento, de hecho había perdido en todos los sentidos en lo que alguien podía perder, pero Daniela no sintió ningún tipo de dolor. Cuando ella volvió a tomar la luz, las punzadas en todo su cuerpo eran débiles, apenas las sentía. Bruno realmente la había protegido. Era armario se volvió la zona segura.

Dos años más tarde, cuando el tío de Daniela se mudara a vivir con ellos, las cosas empeoraron para Daniela y Bruno. Ya no importaba quién estuviese en la luz, porque el dolor conseguía traspasarlos a ambos. Los igualaron en número, pero los superaron en fuerza. En maldad. Fue ahí cuando Beatriz nació, el día que terminó por caerse de las escaleras. Ese día, al despertar, estaba en el hospital con una gran venda alrededor de la cabeza.

—No te preocupes, cariño. No volverán a hacerte daño —le había dicho su mamá.

Había múltiples evidencias del maltrato en el cuerpo de Daniela, y fue suficiente para que la arrancaran por fin del lecho de su padre, sin importar cuánto dinero tuviera para comprar abogados corruptos. La tranquilidad volvió a su vida pero no a su mente. Estaba fragmentada, dividida en tres personas.    

Durante años el trastorno de Daniela pasó desapercibido, su madre supuso al principio que era a causa del maltrato y que pronto mejoraría. En la adolescencia, cuando Bruno le declaró su amor a Daniela, la joven decidió sostener una relación con él en secreto. Cuando tenía veintiún años, su madre se dio cuenta de ello por las constantes pláticas que la joven sostenía con Bruno y Beatriz en su habitación, así que decidió llevarla con un especialista.

El resto de su memoria estaba en blanco.




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