Enamórate de mí

12

La alegría de darse cuenta de que la oscuridad se estaba desvaneciendo embargó a Bruno. Su amada estaba comenzando a recordar, no sabía hasta qué punto, pero el inicio de ello era un maravilloso avance. Cada vez estaba más cerca de volver a verla, de hablarle como antes de que se entrometieran en su amor.

Bruno cerró los ojos y disfrutó de las sensaciones que emergían. Estaba dejando de flotar, asentándose por fin luego del martirio de permanecer a la deriva sin saber si volvería a ser parte de la realidad de Daniela. Cuando escuchó la dulce voz de su amada pronunciando el nombre de Beatriz, sintió que podía llorar de felicidad. Al abrir los ojos, las mismas nubes de agua difusas que vio Daniela, aparecieron ante él. De nuevo podían ver a través de los ojos de Beatriz.

—Bien hecho, amor mío —susurró Bruno gobernado de orgullo, aunque sabía que ella no podía escucharlo.

Ella había conseguido vencer la droga experimental que los científicos le aplicaron, la misma que hizo a todos los pacientes experimentales con delirios graves que residían en el asilo, terminaran sufriendo alucinaciones incontenibles. Los hacía perder la memoria, el contacto con la realidad y la capacidad para detenerse. Los hacía olvidar quiénes eran o lo que eran para convertirse en monstruos sangrientos y pelearan en la guerra. Total, si morían nadie los iba a extrañar.  

—Quiero verlos —escuchó de pronto Bruno a Daniela hablándoles en un susurro—. Quiero verlos a ambos.

—Tomaré un espejo para que hablemos, pero no creo que Bruno pueda participar. Incluso a mí todavía me cuesta trabajo hablar con él.

Beatriz decía la verdad. Luego de que Daniela fuese forzada a asistir a terapia y la alejaran de ellos dos, el primero que fue encerrado en el abismo mental, fue él. Desde entonces no había hecho más que con templar a Daniel a desde la distancia mientras era devorado por la oscuridad.

—¿Por qué?

—Él fue lo primero que el psiquiatra te hizo asimilar —explicó Beatriz—. Era más intolerable para él que tuvieras una personalidad del sexo opuesto en tu interior, en especial si sostenían una relación sentimental. Dijo que nosotros no existimos, que solo somos fragmentos de ti. ¡Patrañas! Los tres éramos felices hasta que ellos decidieron involucrarse en algo que no entienden, nos cuidábamos entre nosotros. Ellos nos hicieron pedazos.

—Pero… ¿me estás diciendo que ustedes existen de verdad?

La voz de Daniela sonó temblorosa. En el fondo la manipulación del psiquiatra seguía latente, la hacía dudar aunque se resistiera. Sin embargo, Bruno estaba tranquilo. Sabía que ella iba a vencerlo de la misma manera en que venció la droga experimental. Lo conseguiría por su propia fuerza de voluntad.

—Tal vez habitamos el mismo cuerpo pero no somos la misma persona —respondió Beatriz de forma paciente mientras tomaba un espejo del pasillo de higiene personal y lo colocaba frente a su rostro. Se frotó despacio el cabello, la vista fija en el cristal. Podía ver a Daniela reflejarse en el espejo—. Mírame, Daniela. Escúchame. ¿Realmente crees que no existo?

El silencio se extendió por la habitación. Daniela estaba insegura todavía, contrariada. No sabía qué pensar. ¿Es que acaso su percepción de la realidad estaba ya tan fragmentada que no podía diferenciar entre la realidad y una alucinación? De ser así, ¿cómo podía averiguar que los sentimientos que la inundaban hacia ellos dos eran reales? No tenía cómo saber la verdad, así que optó por seguir la única alternativa que tenía: creerles.

—Existes —afirmó Daniela en un susurro—. Y Bruno también.

Las nubes de agua se borraron y dieron paso a la claridad total en el interior de su mente. Bruno estaba de pie frente a ella, al otro lado de una especie de río de cristal que les impedía tocarse, pero se podían contemplar. Beatriz sostenía en las manos un espejo de bolsillo para observar a Daniela reflejándose en sus ojos. La conexión entre los tres se había reestablecido.




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