Encanto Navideño.

2-El Gato.

No estaba segura de si debía o no, entrar en esa imitación de casa con mis hermanos a cuesta. Pero ellos no le dieron tiempo a pensar, los pequeños terribles se empujaron uno al otro peleando por quien abría la puerta. Para tener solo ocho años, eran dueño la de una fuerza increíble.

-¡Yo voy a entrar primero Rory!

-¡No! ¡Yo soy la mayor Theo, así que entró yo!

-Ninguno de ustedes será el primero en poner un pie dentro; esa seré yo.

Dije con aire autoritario mientras bajaba a Bella y, ella corrió en busca de los brazos de Seb, pero él solo rodó los ojos e hizo como si no la hubiera visto lo cual, provocó un puchero en la pequeña. Y por experiencia, ya todos sabíamos lo que seguía a continuación. Bella tenía una extraña afección por su hermano mayor y cuando esté la ignoraba como acababa de hacer, su respuesta era un puchero como advertencia y, si él no cambiaba de actitud, entonces, todo el barrio y, posiblemente todo el pueblo se enteraría de que una bebé vivía con nosotros. Sus berrinches tenían la capacidad de romperte los tímpanos si estabas demasiado cerca.

-Seb. – le dije en tono de advertencia para que dejara de ignorar a la pequeña y la tomara en brazos, pero él solo me ignoró también a mí – Estoy bastante segura de que no querrás pasar la próxima hora secando las lágrimas de Bella, y tratando de consolarla.

Al fin, él se dio por vencido y accedió a hacerle upa; ante su notable victoria, Bella prosiguió a gritar alegremente mientras tiraba suavemente del cabello castaño y ondulado de su hermano mayor.

-Bien, ahora que ya todo está en orden…. Entremos a ver qué tal está por dentro.

En cuanto mi mano se estiró hacia el picaporte, una brisa helada recorrió mi espina dorsal, seguido por una corriente que erizo los bellos de mi nuca. Entonces, el picaporte giró, y la gran puerta se abrió con un estridente chirrido de bisagras sin aceitar durante las últimas décadas.

-Bien, eso no fue para nada extraño y mucho menos aterrador.

Sorprendentemente, el interior estaba menos deteriorado que el exterior; quizá la constante exposición al sol, el agua; las terribles y devastadoras tormentas invernales por las cuales era tan conocido el pueblo de Evergreen Hollow, habían pasado factura sobre la mansión Kingsley.

-Niños, como la adulta que soy, seré la primera en entrar a inspeccionar el sitio.

No termine de hablar, cuando el par de gemelos ya había ingresado al sitio arrasando con todo a su paso, como si de un huracán se tratase. Rory corrió hacia la escalera principal y, en el camino derribó una pequeña mesa antigua de hierro fundido que años atrás, había tenido mejor pinta. Theo por su parte, siguió a su hermana de cerca, pero a último minuto se desvió hacia la izquierda atraído por una vieja armadura de caballero de la edad media; de seguro, si eso era legítimo, debía valer unos cuantos billetes, pero no estaba dispuesta a vender la herencia familiar. No mientras pudiera evitarlo.

Theo hizo varios intentos de elevar el gran maso, pero sin suerte alguna y lo único que sí logró, fue levantar una gran, y espesa nube de polvo. Sumado al accidente de Rory con la mesa… uno podría decir que la habitación había sido invadida por una extraña neblina gris. Las vetas de sol que se filtraban por las ventanas delataban las motas de suciedad flotando en el aire y danzando como auténticas dueñas del lugar.

-¡Niños! ¿No acabo de decirles que yo sería la primera en entrar?

-¡Mira Eva! – me grito Rory sin prestarme atención en lo más mínimo, mientras señalaba un bulto en el descanso de la cima de la escalera, donde se dividía en otros dos tramos; uno iba hacia la derecha y otro hacia el lado izquierdo de la casa. – ¡Es un gatito!

-No, no lo es.

Dije casi de inmediato sabiendo que, si admitía que en realidad, si se trataba de una pequeña bola de pelos, ella iría tras él. Pero aún así, ella insistió.

-¡Que sí! ¡Es un bonito gatito!

-Que no, no lo es, solo te lo imaginas.

Estaba segura de que ella estaba por desistir de la idea del felino, pero como siempre mi buena suerte estaba de vacaciones. Justo cuando Rory daba la vuelta para ir con Theo, el pequeño felino soltó un tierno y muy sonoro maullido. Uno que no podría negar que pertenecía a un gato.

-¿¡Ves!? ¡Te lo dije Eva, es un gatito!

Grito Rory antes de salir disparada escaleras arriba asustando al pobre animal que corrió hacia la escalinata de la derecha con mi hermanita detrás.

-¡No! ¡Aurora no corras por la escaleras, te puedes caer! ¡Además, no sabemos el estado de las mismas, están deterioradas!

-Sabes que ella no se detendrá.

Dijo Seb con una media sonrisa de soberbia mientras que Bella trenzaba sus pequeños dedos en su cabello.

-¡Yo iré a buscarla!

Dijo Theo son pensarlo y salió corriendo en la misma dirección que su gemela. Ahora entendía el miedo constante de mis padres cuando yo subía y bajaba corriendo los escalones en casa. Incluso, mi padre nos había enseñado de pequeños a todos a bajar escalón, por escalón sentados. Con las pompis apoyadas en el primer escalón e ir descendiendo con la mano agarrada a la barandilla principal y arrastrando el trasero sobre la superficie hasta tocar el siguiente y así sucesivamente. Pero los pequeños gemelos siempre se habían reusado a usar esa extraña, pero divertida técnica.

-Quédate aquí con Isabella – le dije a Seb mientras me encaminaba hacia las escaleras – no se muevan de ahí.

-¿Y a dónde más iríamos? A diferencia de nuestros hermanos menores, yo no siento deseos de investigar este basurero.

Le di una mirada de advertencia; él solo se encogió de hombros y me dio la espalda, recorriendo con la mirada las viejas y altas paredes que lo rodeaban. Seguro que se las imaginaba como una cruel, fría y oscura prisión. Mi corazón se encogió al pensar en ello. Solo podía rogar que un día las viera como algo más: como un dulce hogar.

La escalera emitía una sinfonía de crujidos y gemidos, cada uno más aterrador que el anterior. Con cada paso, los escalones protestaban bajo mi peso, como si estuviera en una maldita película de terror para la cual no estaba preparada. No, en realidad, tal vez sí lo estaba; después de años de ver películas de terror, algunas malas, otras no tanto, y unas pocas realmente excelentes, sabía que nunca debía caminar a oscuras por la casa si algo no olía bien, jamás abrir la puerta a extraños y, por supuesto, la regla de oro: no jugar juegos estúpidos en un cementerio y nunca, jamás, correr hacia el callejón o la habitación más tenebrosa. Todo eso lo había aprendido del cine, pero ni todas las películas del mundo podrían haberme preparado para ser madre de cuatro niños de la noche a la mañana. ¿Tenía miedo? ¡Por supuesto que sí! Estaba aterrada, pero no dejaría que mis hermanos lo supieran.




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