Encanto Navideño.

6-Rencor.

Sentía como mi cuerpo dolorido se mecía de un lado a otro, y a su vez el lejano murmullo de mis hermanos llamándome, pero por alguna extraña razón a mis ojos les costaba abrirse. Era como si los hubieran pegado con alguna especie de pegamento mágico, intentaba abrirlos, pero el cansancio y la pereza podían más que yo.

—Ya les dije, ella palmo. — Seb estaba bromeando, pero a su vez pude notar un tinte de preocupación en su voz y eso me alertó — Debemos traer un vaso de agua para tirárselo en la cara.

—¡Ya lo traje!

Gritó Theo y sus pasos resonaron en las tablas del cuarto, que crujían con el peso de su cuerpecito.

—Mamá solía hacerle esto cuando ella regresaba de alguna fiesta y no despertaba al otro día.

Es verdad. No era de ir a muchos bailes. Si en toda mi adolescencia fui a cinco, es decir demasiado, pero aún así, Seb recuerda que a la mañana siguiente me costaba horrores despegar las sábanas de mi cuerpo. Hoy me sentía igual.

—¿Y que pasa si se murió?

La vocecilla de Rory estaba más quebrada que sería, pero ella intentaba ocultarlo. Siempre quería ser la valiente de la familia.

—¡Calla Aurora! Que ella no está muerta — Le reprendió Sebastián y eso me mosqueo bastante. La pobre estaba a punto de llorar, debía despertar de una vez — Además, aún respira.

—Por supuesto que estoy viva niños.

—¡Eva!

El coro de gritos retumbó por la habitación y, el conjunto de niños se abalanzó sobre mí en cuanto abrí los ojos.

—Ya, solo me quedé dormida ¿Cuántas veces les pasó a ustedes y no hago un espectáculo de eso?

—Nos asustaste…

—Asustada….

Bella apoyo el comentario de Theo con una mono palabra, pero que decía mucho más que cien de ellas. Ellos en serio se habían asustado y yo no podía hacer más que tratar de tranquilizarlos; de hecho, ni yo sabía porque estaba así.

—Bien, debemos desayunar — dije repentinamente al recordar que Alex estaría aquí temprano con su gente para comenzar a trabajar — hoy debemos ir al pueblo a escoger un nuevo árbol de Navidad.

—¡Siiii!

Los tres pequeños saltaron de la alegría y se marcharon corriendo de la habitación; seguramente irían a revolver las cajas restantes con los utensilios de la cocina. Seb por su parte coloco su últimamente habitual cara de amargado, se arreglo los puños arrugados de su camisa leñadora antes de lanzar un sonoro y molesto suspiro hacia la nada.

—¿Y ahora qué?

Le pregunté al tiempo que buscaba a tientas la pantufla, pero no logré hallarla. Resople y me puse de pie para luego buscar debajo de la cama de Rory. Quizá su nueva mascota había secuestrado a mi pobre pantufla con orejas de conejo.

—Nada.

Fue la maravillosa respuesta de mi hermano a la pregunta más realizada en los últimos meses. Era como un pequeño juego que habíamos adoptado: él arreglaba los puños de su vestimenta o los arremangaba y luego lanzaba un suspiro a la nada, entonces yo le preguntaba, y él siempre respondía “nada”. Pero ambos sabíamos que si había algo.

—Sebastián, ya estoy bastante cansada de esta especie de juego, siempre haces lo mismo, dices e insistes en que no es nada y luego, cuando a ti te da la gana sueltas la bomba de lo que te está pasando, pero por supuesto escoges el lugar y momento incorrecto para hacerlo. Pero no está vez.

Le aclaré, antes de ponerme de pie y mirarlo a los ojos en un vago intento por intimidarlo. Aunque estaba bastante segura de que había fracasado. Y es que: ¿Quién se va a tomar en serio a una loca recién despierta con el cabello hecho un lío, vistiendo su pijama y con un pie desnudo? Estaba claro que él no.

—Lo sé, entiendo que estos últimos meses han sido difíciles para ti, pero ya estoy harta de que no me ayudes.

—¿Qué estás harta dices?

—Si, Seb. Sabes que en los últimos meses no he hecho otra cosa que intentar acerarme a ti para conectar como lo hacíamos antes. Pero tú no me ayudas, y al final, cada intento termina en la basura y acabamos discutiendo. Es como si estuviéramos en alguna especie de bucle o algo así.

—Bien —dijo él con enfado antes de comenzar a hablar — ¿De verdad quieres saber lo que me pasa?

—¡Si!

—Pasa que tú has estado pasando de nosotros. Durante los últimos meses solo has elegido tu por todos; dices que es pensando en lo mejor para nosotros, pero sabemos que no es así; lo haces pensando solo en ti. De lo contrario, nos habrías consultado antes de sacarnos obligados de nuestra casa para arrastramos a este basurero al que ahora, quieres que llamemos hogar. Pero este no es nuestro hogar y lo sabes, mis amigos no están aquí, ellos están a cientos de kilómetros y….

—Entonces, todo este alboroto y está faceta de niño rebelde ¿Es porque te aleje de tus amigos? ¡Por dios Sebastián! ¡Necesitas madurar! ¡Yo necesito que madures! Necesito que me ayudes o no podré con todo.

—¿Qué madure? ¡Pero si aquí la que necesita madurar y espabilar eres tú! Primero nos arrancas de nuestro hogar y ahora, me sales con que ni siquiera hemos podido conservar el árbol de navidad familiar. ¡Eres tan necia que ni siquiera te das cuenta de que intentas ocupar un lugar que no te pertenece! ¡El lugar de mamá te queda demasiado grande para ti! Tu deberías haber ocupado esos boletos y no ellos.

Eso dolió. Y mucho, pero él no lo notó, o no quiso hacerlo. Se marchó negando con la cabeza y dejándome sola en la habitación, pero ahora entendía porque de su comportamiento: él sentía rencor hacia mi, y lo peor, me culpaba del accidente de nuestros padres. Y quizá tenía razón; después de todo, quién había sacado esos boletos y quién iba a utilizarlos: era yo. Pero a último momento y por imprevistos de la vida, decidí que mejor y se los regalaba a ellos para que al fin pudieran cumplir sus sueño de luna de miel. Yo era la responsable de que ahora fuéramos huérfanos.




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