Eva.
Me desplomé por una pequeña escalinata de piedra, tragada por la oscuridad repentina y absoluta. Sentí cada peldaño en mi espalda hasta que mi cuerpo golpeó el suelo frío. Intenté ubicarme, pero el lugar era completamente desconocido y no veía nada. Tomé una profunda bocanada de aire, alzando mis manos para palpar las paredes. Mis dedos se encontraron con una superficie rugosa y cubierta de polvo y telarañas, evidencia de que este lugar había estado abandonado por años.
Mi mano finalmente dio con una llave de luz, notoriamente polvorienta y adherida por finas hebras de telarañas. Respiré hondo, con temor y ansias, y giré la llave. Una luz mortecina iluminó el espacio, revelando una habitación secreta.
El lugar estaba hecho de piedra, emanando un frío que calaba hasta los huesos. Una fina capa de polvo cubría cada superficie, dándole un aire de abandono y misterio. En las paredes colgaban cientos de fotografías, creando un mosaico inquietante y fascinante a la vez. Había imágenes del bosque cercano, personas del pueblo en situaciones de supuestos milagros, y varias del emblemático árbol junto al lago.
Cada fotografía parecía contar una historia oculta, rodeada de misterio. Al observar las imágenes, una mezcla de fascinación y temor me invadió. Sentí como si estuviera descubriendo secretos que no debía conocer, y la atmósfera opresiva de la habitación me hacía sentir pequeñísima y vulnerable.
Una fotografía en particular capturó mi atención: era del árbol del lago, con una luz celestial que parecía emanar de sus ramas, rodeado de personas que aparentaban estar orando o maravilladas. El aire denso y cargado del lugar, junto con las historias no contadas que se ocultaban tras esas imágenes, me dejó una sensación de inquietud profunda.
Mientras me paraba allí, en medio de esa habitación polvorienta y llena de telarañas, no podía evitar sentirme atrapada en un enigma antiguo y perturbador. La realidad y la fantasía se entremezclaban, y no sabía si debía alegrarme por haber encontrado este lugar o temer por lo que pudiera descubrir a continuación.
Mientras exploraba la habitación secreta, noté algo peculiar en la esquina más alejada: una escalinata de piedra cubierta de polvo y telarañas. Parecía haber sido olvidada por el tiempo, al igual que el resto del lugar. Decidí subir con cautela, cuidando de no hacer demasiado ruido. Cada peldaño crujía bajo mi peso, como si la escalera misma estuviera protestando por ser usada después de tanto tiempo.
Al llegar a la parte superior, me encontré con una ventana en el techo, tan polvorienta y abandonada como todo lo demás. Con un esfuerzo considerable, logré abrirla, dejando que una ráfaga de aire fresco y frío penetrara en la habitación. La luz del exterior era tenue, pero lo suficiente para iluminar mi entorno. Me asomé por la ventana y vi el bosque extendiéndose más allá, con sus árboles alzándose majestuosos. A lo lejos, muy vagamente, distinguí el lago. La vista era impresionante y, por un momento, me sentí conectada con la naturaleza que me rodeaba.
De repente, una presencia hizo que se me erizara la piel. Me giré y allí estaba Eliza, la niña que había visto antes en la habitación. Su cabello castaño oscuro enmarcaba su rostro, y sus ojos de un azul intenso me miraban fijamente. Parecía casi etérea, como si fuera parte del mismo aire que respiraba.
—Debes preguntar por el cántico del pueblo —dijo Eliza con voz suave pero firme—. Y también, pregunta a Alexander sobre su familia.
Su mensaje era claro, pero lleno de enigmas que no comprendía del todo. Sentía una mezcla de miedo y curiosidad, pero algo en su presencia me transmitía una necesidad urgente de seguir sus palabras. Eliza me miró por un instante más, y luego desapareció tan repentinamente como había aparecido, dejándome sola con mis pensamientos.
La brisa fría que entraba por la ventana me despertó de mi trance. Todavía sentía la piel de gallina por la aparición de Eliza y sus palabras resonaban en mi mente. Me pregunté qué secretos guardaba el cántico del pueblo y qué relación tenía con la familia de Alexander. Decidí que debía encontrar las respuestas, aunque me aterrorizara lo que pudiera descubrir.
Mientras volvía a bajar por la escalera de piedra, la habitación secreta me pareció aún más opresiva, como si las paredes de piedra quisieran guardar celosamente sus misterios. Cada paso que daba me acercaba más a resolver el enigma, pero también sentía que me adentraba en un laberinto del que no sabía si podría salir.
Con el corazón acelerado y una sensación de urgencia, me dispuse a salir de la habitación secreta sin ser vista ni escuchada. Deshice mis pasos con el mayor sigilo posible, cuidando de no hacer ruido mientras subía la escalinata de piedra. La oscuridad seguía envolviéndome, pero la luz tenue de la ventana me había ayudado a memorizar el camino de salida. Tomé una última bocanada del aire polvoriento antes de deslizarme de regreso a la biblioteca.
En cuanto entré al recibidor, mis ojos se encontraron con Boris, mi mejor amigo. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y alivio al verme. Sin embargo, no tardó en notar mi estado nervioso y asustado. Corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.
—¿Estás bien?
Me preguntó, su voz llena de preocupación.
—Sí, estoy bien.
Mentí, aunque ambos sabíamos que no era así. La seguridad de sus brazos me proporcionaba una paz momentánea, y al sentir su beso en la cima de mi cabeza, me inundó una sensación de comodidad que tanto necesitaba.
Justo entonces, noté a Alex parado detrás de Boris. Su rostro reflejaba aflicción, dolor y enojo a la vez. A su lado, Rory y Theo trataban de contener su risa infantil. Me aparté rápidamente de Boris, sintiendo como si hubiera hecho algo mal.
—¿Está todo bien?
Preguntó Alex, su voz revelando el dolor que sentía por lo que acababa de presenciar.
—Sí, todo está bien —respondí, tratando de sonar convincente—. Creo que deberíamos ir a armar el árbol de Navidad.
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Editado: 16.02.2025