Encanto Navideño.

13- El Cántico.

El momento en el que se decora el árbol, siempre es especial. Nuestros padres ya no estaban físicamente, pero de alguna manera aún podía sentirlos; ellos estaban acompañándonos. Rory reía alegremente en brazos de Alex que la paseaba alrededor del árbol para que ella pusiera la guía. Luego fue el turno de Theo, gritaba que estaba volando y yo reí con ellos. La más graciosa fue Bella, ella decía que era el hada de la navidad y fingía tirar polvo mágico; aunque en realidad solo eran picadillos de papel brillante. No los había visto así de alegres en mucho tiempo.

La atmósfera en la sala era cálida y acogedora, llena de luces titilantes y risas sinceras. Boris, mi mejor amigo, estaba allí también, ayudando a los niños a colgar los adornos más altos. Alex, aunque sonreía, no podía ocultar del todo su celosía cada vez que Boris se acercaba a mí. Pese a ello, intentaba disfrutar el momento por el bien de los pequeños.

Me sentía llena de una felicidad nostálgica, casi como si mis padres estuvieran allí observando, orgullosos de la familia que éramos. Pero entonces, mi mirada se encontró con la de Sebastián, que estaba apartado, con el ceño fruncido. Sabía que había sido un año difícil para él, pero deseaba que este pequeño ritual pudiera traerle un poco de alegría.

—Sebastián, ¿quieres ayudarnos a decorar el árbol?

Le pregunté con una sonrisa, intentando transmitirle algo de la calidez del momento.

—No quiero participar en esto, Eva.

Respondió bruscamente, sin siquiera mirarme. Suspiré, intentando no dejar que su rechazo me afectara.

—Vamos, Seb, esto es para los niños, para la familia. Sé que te hará bien.

Insistí con suavidad. Pero su respuesta fue como un latigazo.

—¡Te dije que no quiero! ¡Déjame en paz!

Gritó, antes de salir furioso hacia la sala del piano. El aire festivo se congeló por un momento. Sentí una punzada de tristeza mientras veía cómo se alejaba, dejándonos en silencio. Boris y Alex intercambiaron miradas de preocupación, pero rápidamente intentaron retomar la alegría para los niños.

Decidí enfocarme en los demás, en mantener el espíritu navideño vivo. Después de todo, mis padres habrían querido que este momento fuera feliz para todos nosotros. Con una sonrisa renovada, volví a unirme a la decoración, prometiéndome que encontraría una manera de ayudar a Sebastián, aunque no fuera en ese momento. Pero, al parecer Alexander tuvo la misma idea y fue tras él, dejando a los gemelos y Bella jugando con un encantado Boris.

Esperé un tiempo prudente antes de seguir a Alex y esconderme tres el marco de la puerta. Desde allí, observé a Seb: estaba sentado en la butaca del piano y lo admiraba mientras sus dedos paseaban sobre las teclas. Supe entonces, que él estaba recordando a nuestra madre. En casa, ella solía sentarse y tocar el piano durante horas, nosotros, su público personal no alcanzábamos a cansarnos jamás de escucharla tocar. Al contrario, siempre deseábamos que siguiera tocando.

—Es un piano realmente hermoso — le comento Alexander acercándose por detrás y sobresaltando a mi hermano, pero este lo disimuló — ¿Tú tocas?

Al principio creí que Sebastián simplemente lo ignoraría, pero para mi sorpresa, decidió entablar conversación.

—No, Eva es la que solía hacerlo, pero lo que ella hacía no se le parece en nada a la música; más bien aquello era una tortura.

Alex se rio, y mis mejillas se ruborizaron de vergüenza. Afortunadamente, nadie estaba allí para verme.

—¿Puedo? —le preguntó Alex, señalando la butaca deseando sentarse.

Mi hermano miró el espacio vacío junto a él y luego se encogió de hombros, restándole importancia. Alexander se sentó, observando el teclado, y sus largos y finos dedos no pudieron contener las ganas de rozar la superficie. Al principio, solo tocaba teclas al azar, pero luego realizó una pequeña melodía que, por alguna razón, atrajo lágrimas a mis ojos. Era una melodía triste y solitaria que transmitía dolor y melancolía.

—¿Quieres oír el cántico de Evergreen Hollow? —preguntó Alex, su voz teñida de una melancolía palpable.

—¿Este pueblo tiene su propia canción? —preguntó, intrigado.

—Por supuesto que sí, pero es… trágica.

Alex comenzó a tocar el cántico de Evergreen Hollow con una tristeza profunda que resonaba en cada nota. Los acordes se sucedían con una melancolía desgarradora, evocando imágenes de tiempos pasados y almas perdidas. La desesperación se mezclaba con la pasión en su interpretación, cada tecla parecía llorar, contando la historia del pueblo.

En la mansión de Evergreen Hollow,

Donde el viento susurra y el tiempo es lento,

Una niña llamada Eliza, con corazón sincero,

Buscó consuelo en el Árbol de los Deseos, su refugio eterno.

Bajo la luna, el hielo crujió,

Y el rayo al árbol alcanzó.

Eliza, en su último suspiro,

Al árbol su alma confió.

Floreció una flor de azul profundo,

Con destellos de estrellas, un tesoro fecundo.

Su aroma de lavanda y miel,

Trajo esperanza a este rincón del mundo.

Pero Bartolomé, con avaricia en su ser,

La flor cortó, desatando el poder.

Una maldición cayó sobre el pueblo,

Encerrando a todos en un ciclo eterno.

Luces parpadean, puertas se cierran,

Susurros en la noche, almas que esperan.




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