Me encontraba sumida en mis pensamientos cuando sentí un suave tirón en mi buzo. Al girarme, vi a mi hermana pequeña, Bella, mirándome con esos ojos grandes y curiosos. La tomé en brazos, asegurándome de no hacer ruido para no perturbar la atmósfera tranquila de la casa.
Nos dirigimos al salón principal, donde los gemelos y mi mejor amigo Boris estaban ocupados colocando las decoraciones navideñas. La habitación era un torbellino de colores y risas, y el espíritu festivo llenaba cada rincón.
—Eva, ¿puedes ayudarnos a colocar el muérdago en la entrada? —me pidió Rory, con una sonrisa traviesa.
Asentí, encantada de ser parte de la decoración. Justo en ese momento apareció Alex, y al escuchar la petición de Rory, se ofreció a ayudarme.
—Yo te ayudo con el muérdago —dijo Alex, con una sonrisa cálida.
Salimos juntos al frío de la noche, sintiendo el aire helado en nuestros rostros. Alex se subió a una pequeña escalera que había junto a la casa, mientras yo sostenía el muérdago en mis manos. La noche era clara y estrellada, y el silencio solo era roto por nuestras suaves respiraciones.
—He estado hablando con Sebastián —dijo Alex mientras colocaba el muérdago en su lugar—. Solo necesita tiempo para asimilar las cosas.
Asentí, agradecida por su comprensión y apoyo. Cuando Alex bajó de las escaleras, nuestros ojos se encontraron. Sentí un cosquilleo recorrer mi cuerpo y, por un momento, el mundo pareció detenerse.
Él me miró y sonrió, señalando arriba.
—Estamos bajo el muérdago —dijo, con una chispa de diversión en sus ojos.
Al principio no comprendí, pero entonces Alex tomó mi rostro entre sus manos y, suavemente, sus labios se posaron sobre los míos. El beso fue tierno y lleno de una calidez que me envolvió por completo. Sentí que mi corazón se aceleraba y, sin pensarlo, le devolví el beso. Mis manos se aferraron a su abrigo, buscando anclarse a ese momento que deseaba que nunca terminara.
Todo lo que sentía era una mezcla de emociones intensas: la sorpresa inicial, la calidez del cariño que siempre había sentido por Alex y una pasión que comenzaba a despertar en mí. Por un instante, el frío de la noche desapareció y solo existíamos nosotros dos, compartiendo ese beso bajo el muérdago.
Finalmente, nos separamos, ambos respirando profundamente. Nos miramos a los ojos, y en ese silencio compartido, supe que algo había cambiado entre nosotros.
Justo cuando nos separamos del beso, la puerta se abrió de golpe, y allí estaban mis hermanos y Boris, mirándonos con expresiones de asombro. Los gemelos no pudieron resistirse a hacer una pequeña broma, riéndose y señalando. Sin embargo, Sebastián solo resopló y, visiblemente molesto, se dio la vuelta y se marchó al interior de la casa.
—Sebastián, espera —lo llamé, pero me ignoró por completo.
Alex, notando mi preocupación, fue tras él sin pensarlo. Sin embargo, me quedé un momento en el frío, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Finalmente, tomé a Bella de la mano y junto con los gemelos y Boris, entramos en la casa.
Sin hacer ruido, seguí a Alex sin que él se diera cuenta. Lo encontré en la habitación de Sebastián, donde Alex estaba hablando con mi hermano, tratando de calmarlo.
—Sebastián, el cántico de Evergreen Hollow no es solo una canción —le decía Alex—. Es una historia, y es real. Lo que cuenta es solo una parte, nadie conoce toda la historia completa. ¿Quieres saberla?
Sebastián, aunque todavía molesto, asintió con interés. Me oculté tras la puerta, escuchando atentamente.
—Siento pena porque no le das una oportunidad a Eva —continuó Alex—. Ella hace todo por ustedes, y un día te arrepentirás si no cambias tu actitud.
Sebastián se rió, pero no de felicidad, sino con una amargura que hizo que Alex frunciera el ceño.
—Yo también tuve una hermana mayor —confesó Alex, su voz cargada de emoción—. Éramos muy unidos, pero cuando más me necesitó, le fallé.
Sebastián, intrigado, preguntó con suavidad:
—¿Qué le pasó a tu hermana?
Alex respiró hondo y comenzó a relatar la historia con una tristeza palpable en su voz.
—El cántico del pueblo cuenta parte de la historia. Eliza era mi hermana. Vivíamos en la mansión junto con nuestros padres. Bartolomé y mi padre eran socios y mejores amigos. Un día, mi padre descubrió que su esposa le era infiel con Bartolomé. Se enfureció y comenzaron a discutir sin darse cuenta de que estábamos escuchando. Eliza trató de intervenir, pero nuestro padre la ignoró. Ella salió corriendo hacia el bosque, y yo fui tras ella, intentando seguirle el ritmo. Pero cuando llegué al lago, ella ya estaba desapareciendo bajo el hielo. La capa era muy fina y no soportó su peso. Yo no sabía nadar y me quedé congelado sin saber qué hacer. Solo tenía cuatro años. Intenté regresar a la casa, pero me perdí. Para cuando me encontraron, había anochecido y mi hermana había fallecido.
La voz de Alex temblaba ligeramente al recordar aquellos dolorosos recuerdos.
—Fue entonces cuando nació la leyenda del árbol. Al principio parecía una mentira, pero luego comprobamos que el árbol sí concedía ciertos milagros si eran buenos y desinteresados.
Sebastián, al escuchar la historia, pareció lamentar la pérdida de Alex, y ambos se quedaron en silencio, pensando en el pasado y en las heridas que nunca terminan de sanar.
Observé desde mi escondite, sintiéndome agradecida por Alex y su esfuerzo por conectar con mi hermano. Quizás había esperanza para que finalmente encontráramos paz y entendimiento en medio de nuestras propias tormentas.
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Editado: 16.02.2025