Encantus. Alas condenadas (libro 4)

Capítulo 1: Valle de lágrimas

Capítulo 1:

Valle de lágrimas

 

Más allá de la frontera de las tinieblas existen tierras inexploradas por la corte oscura. Inaccesibles para cualquier hada, elfo, duende… Extensos bosques habitados por criaturas antiguas y peligrosas que pudieron haber quedado atrapadas en el olvido o decidieron desaparecer. Cuál sea la razón, su existencia es incierta.

El valle no fue registrado en ningún mapa de Encantus, ni siquiera rastros para su ubicación. Oculto por un manto poderoso y primitiva magia, pude sentirlo de inmediato.

El tiempo en que Maritza vivió no está claro para mí, hay muchas cosas sobre la bruja que desconozco, lo que sí. Fue hace mucho, muchísimo tiempo. Agadria es un hada antigua, muy vieja, su magia se parece a la de este sitio. Antigua. Poderosa. Cantando a través de mí, incitándome a unírmele. Una sensación muy extraña, nunca me he sentido atraída a ningún poder fuera del que ya corre por mis venas. Ni siquiera la tentación que ofrece la hermandad me resulto atrayente.

Escuche del valle por la bruja. Ella lo mencionó en una ocasión.

En el tiempo en que Iris y Agadria eran unas jóvenes hadas, ocurrieron eventos que fraccionaron a la corte oscura, y esta es una de sus partes perdidas. Un domo de montañas encapsula la espesura de inmemoriales robles con una apariencia poco característica, su corteza entre una escala de gris oscuros y negro, las hojas varían entre la tonalidad de grises. No es una naturaleza muerta, todo lo contrario, el valle es como esa contraparte de la corte oscura actual. La magia es vibrante, fluye de la tierra, los árboles, la hierba, el aire… Es como se supone, debe ser la corte oscura. Es especial. Es el santuario de un ser amado. Se dice que Idris derramó tantas lágrimas que de ellas brotaron orquídeas púrpuras que parecen negras.

Es una belleza peligrosa.

Le prometí a Mafer ayudar para encontrar al hada suprema, es lo que me ha traído hasta aquí. Me tomó seis meses dar con el valle, no fue fácil, llevo cinco días caminando en círculos hasta que di con el crucero de tres caminos. Justo donde me encuentro ahora, decidiendo que rumbo tomar.

Veamos.

A la izquierda se abre un sendero serpenteante, según da a una planicie de profundas y oscuras aguas con quién sabe qué tipo de criaturas dentro. Una excursión al inmenso lago no me dará las respuestas que busco. Lo que me deja con, posiblemente, el de la derecha que atraviesa el extenso boscaje hacia las montañas. Mi mejor opción es el del medio, me llevará directo al jardín de orquídeas negras, el centro del santuario.

Camino en esa dirección. Aspiro el aire fresco y húmedo.

—¿A dónde crees que vas, jovencita? —Salto fuera del camino. Fuertes palpitaciones azotan mi pecho sin piedad. Miro alrededor. Aferro el cuchillo con fuerza, lista para atacar si es necesario. No veo a nadie… —Estoy aquí.

La voz proviene de un arbusto entre el sendero de la izquierda y el centro. Una mujer se desprende de él. Mayor, con platinadas hebras que caen a sus pies y una piel canela arrugada como una pasa, ojos verdes oscuros que fácilmente pasarían por negros.

—Voy hacia el jardín —contesto con recelo.

—Nadie ha podido entrar a aquí en… Ya ni sé cuánto tiempo ha pasado —se sienta al pie del roble.

—Debo continuar.

—¿Por qué tanta prisa? No encontrarás lo que buscas en ninguno de los caminos. Ven —palmea el espacio libre a su lado, invitándome a ocuparlo—, conversemos un poco.

No me siento motivada a socializar con una desconocida. Lo que conozco del valle es nada, no sé quiénes habitan este lugar y mi yo desconfiada me dice: Retrocede y aléjate. Por otra parte, necesito encontrar respuestas, pistas, hasta con pequeñas migas de información me conformo.

El tiempo sigue avanzando y el resto de los herederos está del otro lado. No puedo saber qué clase de calamidades este orquestando la hermandad. Las defensas sellaron las puertas, unas barreras transparentes que nos mantienen aislados del resto del mundo. Fueron creadas por Idris para proteger Encantus de la maldad que representa la hermandad. Ya intentó destruirlas, solo lograron debilitarlas. Ahora es diferente, los herederos les dieron fuerza a las defensas para expulsar definitivamente a la hermandad. Si alguien puede abrir las puertas de nuevo es Idris, y para eso tengo que encontrarla.

Me acomodo en el suelo, en medio del camino. Mejor guardar la distancia.

—Niña inteligente. Te daré una advertencia. —Ahora quiero salir corriendo de aquí. No, no puedo. Si ella intenta hacer cualquier movimiento estúpido, mi cuchillo se hará camino a su garganta y bañaremos el verde pasto en sangre. —No debes confiar en quienes habitan este valle.

¡Qué consuelo! Ya me siento más tranquila.

—Tengo algunas preguntas. ¿Podrías responderlas?

—Quizás.

Es un juego para ella. Asiento, mientras una voz interior grita: Has caso a su maldita advertencia.

—Déjame ver tu rostro —dice la mujer.

Mis cicatrices son las huellas que han dejado mis malas acciones. Ellas estarán conmigo para siempre, nunca tendré un rostro bonito, pero soy una chica a la que muchos le temen. Lo que es bueno, si me temen me dejan en paz. Tenerlas tiene sus ventajas. La miro directamente. Ella no se sorprende, parece que ni siquiera se fijara en las quemaduras que han deformado mi cara. Se enfoca en mis ojos con reconocimiento.




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