Encantus. Alas condenadas (libro 4)

Capítulo 8: Atrapada en lodo

Capítulo 8: 
Atrapada en lodo 
 

 

Abro los ojos. Lo único que distingo son las copas de los árboles en la oscuridad, pequeños destellos brillantes y en movimientos danzan en el aire. Luciérnagas. Anocheció. Se ve hermoso. Hacía mucho que no me sentía seducida con algo tan sencillo.

Siempre me gustó mirar las luciérnagas, aunque muy poco disfrute de su belleza, mi madre no solía detenerse para dejarme contemplarlas. Le parecía una pérdida de tiempo. Sin embargo, hay un recuerdo más profundo que intenta resurgir, uno donde juego con ellas. Parece irreal, pero está allí, rasgando la superficie. Me permito alcanzarlo, por curiosidad. En ese recuerdo me escucho reír, despreocupada de la vida, con mi inocencia intacta. Las circunstancias, o más bien, los planes de otros hicieron de mí un monstruo, y habiendo hecho todo lo que hice no hay cavidad para la inocencia de un niño. Solo quedan esos efímeros recuerdos, que ni siquiera sabía que poseía. Atada a ese momento, me veo saltar intentando atrapar alguna. Ese momento se me es difícil registrarlo en una línea de tiempo, porque estoy segura de que Darah, mi madre nunca me dejo jugar con las luciérnagas.

—No te alejes, Aurelia.

Me siento de golpe y trago todo el aire que puedo contener. Era la voz de un hombre, una voz amable y protectora. No puede ser mi recuerdo, yo no soy Aurelia. No soy ella. Quien sea que haya sido. No soy ella. Siento mi cuerpo pesado, preso del pánico, así que, regreso al suelo. El calor de un cercano fuego me mantiene caliente.

—¿Te sientes bien? —me acurrucó sin tener con que cobijarme. Encuentro la mirada de Suri, recostada contra el tronco de un roble. Estamos bastante cerca, en realidad. Su mirada es curiosa, como si nos viéramos por primera vez e intentara descifrar quien soy.

—Eso creo —mi voz es un susurro casi inaudible.

No, no estoy bien. Quiero entender lo que me pasa. Quiero que Maritza deje de intentar alcanzarme. Podría decirle, pero es difícil confiar cuando nunca he tenido una amiga con quien desahogarme.

—Nos asustamos mucho —ella confiesa preocupada. Su arco y carcaj con algunas flechas entre sus piernas. Recuerdo haber escuchado el pasar de dos flechas, y aunque mis sentidos estuvieron comprometidos, estoy casi segura de que ambas dieron en el blanco. —Ellos casi te tenían.

Que pasó después de haber quedado inconsciente solo lo saben ella y Cris. Yo no estoy muy segura de que tanto fue real, me gusta pensar que algunas cosas fueron una invención de mi imaginación. Como el casi secuestro por dos hadas de la hermandad, lo que no tiene lógica, pues, se encuentran del otro lado de las defensas. No hay manera de que pudieran haber estado allí abajo.

—Yo también —admito. No dejo de escuchar la voz de ese hombre, repite que no me aleje demasiado. No yo, a esa niña llamada Aurelia que ahora está en mi cabeza. Algo tuvo que haberme hecho esa bruja, quiere confundirme. No le basta con haber dejado su huella en mí, por el tiempo en que fue mi huésped. —Sigo aquí y es lo que importa. Tienes una excelente puntería, por cierto.

Ella sonríe con suficiencia.

—Soy una de las mejores.

¡Qué modesta!

Me agrada Suri, es una verdadera amiga, una como pocas. Nunca fuimos cercanas, sabíamos que existíamos y nada más. Teniendo en cuenta todo lo que cause, y el poco tiempo en que nos hemos relacionado, su preocupación y ayuda ha sido incondicional. Aunque la del problema soy yo, que me cuesta mucho confiar.

—Lo eres.

Me incorporo, está vez ella deja a un lado sus armas y me ayuda. Mis piernas parecen de plomo. Al estar de pie me doy cuenta de que sigo teniendo secuelas de lo que sea, que me ocurrió allá abajo. Nos sentamos una al lado de la otra contra el tronco del roble. Ella vuelve a ubicar sus armas entre las piernas, no será tomada desprevenida.

Busco a Cristian con la mirada, me preocupa que no esté aquí.

—Fue por un poco más de leña —explica Suri.

Asiento. Aunque eso no me deja tranquila, seguimos en el valle. Exactamente a unos pocos metros de la trampilla. Nunca debí bajar esas escaleras, estuve tan cerca de ser atrapada por la hermandad de nuevo. O quizás, ya lo consiguió.

—¿Seguro estás bien? —vuelve a preguntar.

Debo parecer asustada, dada su insistencia. Pues sí, sigo sintiendo miedo. No quiero volver a ser la marioneta de Maritza, o peor, perderme por completo en ella.

—Solo… creo que estoy, algo asustada, aún.

Ella hace que me recueste en su hombro, me permito bajar la guardia. Me siento confundida, perdida y sin tener a quien recurrir.

—Cristian y yo no permitiremos que la hermandad te secuestre —parece una promesa.

—Gracias por todo Suri, de verdad —murmuro.

—Siempre que necesites ayuda sabes dónde encontrarme.

Las brasas arden desparramando las ramas encendidas, hace falta más ramas secas o pronto se apagará el fuego, y es una noche bastante fría.

—Anocheció muy rápido.

—Para alguien que pasó más de medio día inconsciente, sí.

Esas son muchas horas perdidas. No siento tener ninguna herida física, fue como un golpe interno, una debilidad que no puedo explicar.

El silencio se prolonga por largo rato, comienzo a preocuparme, ¿adónde fue Cristian a buscar un par de ramas?

—¿Ocurrió algo extraño durante ese tiempo? —escudriño la oscuridad en busca de algún observador, seguimos dentro de la cúpula de musgo y dudo que sea suficiente para mantener a los Duant alejados. Aunque ninguno nos ha atacado.

—¿Además de que casi te secuestran en nuestras narices?, no, todo ha estado muy tranquilo.

—No podemos confiarnos de este lugar.

Suri asiente.

—¿Tienes idea de quién es Aurelia? —me tenso un poco, nunca he mencionado ese nombre. Les comenté lo que me pasó la primera vez que vine, pero no en detalles tan específicos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.