Encantus. Alas condenadas (libro 4)

Capítulo 11: Aurelia

Capítulo 11:

Aurelia

 

El tiempo me parece efímero bajo el torrente de recuerdos que invade mi memoria. No tengo que detenerme a canalizar cada uno de ellos, el pasado y el presente converge con una claridad, ilógica. Fue como abrir una puerta e invitar a Aurelia a pasar. Sentarme cara a cara con mis dos yo, y hacerlas una. Redescubrir quién soy, es saborear la libertad con plenitud. Ni siquiera haberme despojado de Maritza causó esta tranquilidad que siento ahora. Y con eso, no quiero decir, que no tenga preocupaciones, las hay, muchas en realidad.

Ser Aurelia significa una responsabilidad para la que no estoy preparada, ocultar mi magia durante tanto tiempo me coloco en una posición de desventaja, porque no la he fortalecido. Mi enfoque siempre fue ocultarla, que nadie supiera que existo más allá del rostro que han visto, y asumo que era una estrategia de la hermandad. Una manera de mantenerme frágil para sus designios. El poco uso que he tenido de ella me embriaga y debilita, debo aprender a controlar y mejorar mis habilidades. Ahora entiendo muchas cosas, y sé que la hermandad dará un golpe que desequilibrará Encantus y debo estar preparada. Aunque las defensas les impidan volver, ellos encontraran la forma de hacernos caer. Se prepararon por largos años para este momento, con todos sus desaciertos, no se darán por vencidos tan fácil.

Yira, fue una invención de la hermandad, un nombre al azar al que respondí y adapté sin complicación. Del que no me voy a desprender con facilidad, debo ser sincera conmigo misma, ser llamada Aurelia es extraño.

En efecto, fui despertada de un letargo sueño, a medias. Despertaron la parte de mí que podían controlar, la niña asustada e inocente que fui al ser secuestrada por los Duant. Fue mi culpa, me alejé demasiado persiguiendo las luciérnagas. Me embelesé con ellas y no me di cuenta del peligro que acechaba. Mi padre dijo «No te alejes, pequeña» y fue exactamente lo que hice. Los Duant me mantuvieron encerrada durante un tiempo, no puedo precisar cuánto, hasta que vi a la tía Agadria. Pensé que me llevaría a casa, con mis padres. Recuerdo haberme sentido tan feliz de verla… Mi propia tía se aseguró que durmiera por mucho tiempo. Hasta necesitarme.

La necesidad de ser encontrada y protegida, jugo en mi contra, tenía claro la existencia de mis padres, el problema fue que no conseguí ponerles rostros ni nombres. Entonces, allí estaba Darah, dijo ser mi madre y le creí. Según ella mi padre se ausentó una vez que no podían encontrarme, se olvidó de nosotras y por eso lo odiaba. Fue suficientes para mí, en realidad, fueron muy pocas las veces que pregunté por él.

Con Darah estuve alrededor de tres años hasta su muerte. Para ese momento ya tenía a la bruja como huésped, y me controlaba muy bien. Así que hacer todo lo que hice realmente no era algo en lo que me detenía a pensar, si estaba bien o mal. Con Maritza en mi cabeza diciéndome siempre que hacer, y en ocasiones tomando el control por completo de mí ser, no había cavidad para ir en otra dirección más que la suya.

No significa que me esté justificando, porque hayan sido las razones que sean nada de lo que hice estuvo bien, me hubiera gustado ser más fuerte para impedir el ultraje que viví por demasiado tiempo, aunque en comparación con los años estando dormida no es nada, igual el daño está hecho. Mi reputación es la peor, y mis orígenes le darán un giro inesperado para todos a mi vida y estoy segura de que eso no cambiara nada, en Encantus me seguirán viendo como una traidora a mi corte. No debo mortificarme por lo que no está en mis manos cambiar, pero es inevitable no pensar en ello.

—¿Cómo está esa cabecita? —pregunta con amabilidad la mujer, su nombre es Luz y cuido de mi padre durante muchos años, hasta que él decidió desaparecer. Además, la recuerdo. Ella vivía con nosotros en el castillo de la frontera de las tinieblas. Es como una abuela.

Retiro la vista de la ventana, doy vuelta para encontrarla sentada con una pierna cruzada sobre la otra. Muy cómoda. Ni ella, ni Mauricio me han dejado sola un solo instante. Preocupados por cuál pueda ser mi reacción.

—Bastante bien —mis palabras no la convencen. Es entendible, hasta el último segundo me negué a ser Aurelia y ahora me muestro tan tranquila—. Te agradezco que me hayas obligado a recordar.

—En realidad, ¿estás bien? —Frunce el entrecejo, algunas líneas se forman en su frente dejando claro que es mucho más vieja de lo que podemos ver, y su preocupación. —No lo tomes a mal, pero no quiero dejarte hecha un lío.

Se me tensan los labios en una sonrisa. Un lío ya soy, mi vida lo ha sido desde hace mucho. A convencerla de que no tiene de que preocuparse.

—Estoy bien. Ahora que tengo todo el panorama de mi existencia claro, no tengo miedo de quien soy. Por el contrario, me siento magnífica, en plena libertad. Estoy completa.

Ella sonríe, mostrando una dentadura un poco torcida. Las hadas pasan muchísimos años con una belleza inusual para los humanos, pero al igual que ellos el tiempo termina alcanzándonos. La vejez llega con la apariencia de una adorable abuela y todas sus imperfecciones. Su vista fija en el mismo lugar, yo. Su ceguera es para todos, excepto yo, puesto que siente la energía que fluye en mí. Supongo. La realidad es que ella es indescifrable. No quiso revelar nada sobre el valle, y más importante aun, sobre mis padres.

—Entonces, ¿eres Aurelia? —tantea el terreno Mauricio. Es gratificante toda la atención que recibo por su parte, y no es por las nuevas revelaciones de mis orígenes porque antes de que Luz diera voz al pasado ya él había dejado en claro que soy como parte de la familia. No lo dijo con esas palabras, pero la interpretación es lo que cuenta.




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