Encantus. Alas condenadas (libro 4)

Capítulo 13: Libertad

Capítulo 13:

Libertad

 

Su voz no regresa. En cambio, el dolor persiste, a pesar de que dos elfos oscuros me sostienen y Lyon intentan retirar la cadena. Sus manos se mueven alrededor de mi tobillo. El roce del metal genera espasmos en mi pierna. Intento mantenerla quieta, es imposible. Él da un gruñido frustrado.

—Subiré a desatascarla.

Lo pierdo de vista. Un follaje otoñal corona el cielo. La gruesa rama dónde se encajó la cadena no está muy alta, los elfos no tienen dificultad para controlar mi peso. Por un instante, todo comienza a girar. Cierro los ojos. Hormigas invisibles se dedican a morder en cada una de mis heridas. Lenta y metódica.

—Me parece que fui envenenada —apenas y muevo los labios.

Me dejó llevar por la bruma de mi propio malestar, y percibo el eco distante de magia de todo Encantus. ¿Qué me está pasando? Nunca había sentido a todas las cortes al mismo tiempo, menos identificar quién se encuentra más alto en la escalera de poder. Todas son como engranajes, equilibradas, debería ser así. Diviso cada corte, verano, otoño y primavera se encuentra en lo más alto, en cambio, la corte oscura está manchada, sus territorios se expusieron demasiado a la hermandad y apenas se sostiene con el poder de Zulay. Un hilo plateado tira de mí, un grito de socorro silencioso. Ha sido así por mucho tiempo, ¿cuánto más aguantará la reina? Lo más preocupante es invierno. Se está expandiendo fuera de sus límites, no es visible, pero sus garras de hielo arañan la frontera más cercana.

¿Quién caerá primero, invierno o la corte oscura?

—¿Solo eso? —inquiere uno de los que me sostiene. Abro un solo ojo, él y su compañero ríe. Ajenos a lo que puedo sentir. —Lo que yo veo es que querían rebanarte viva.

Despabilo.

—¿Tan mal estoy? Arghh —hinco mis uñas, o lo que queden de ella en el brazo de cada uno. Mala idea. Latigazos azotan mis músculos. Nos encontramos en los límites de la corte de otoño con la frontera de las tinieblas. Ambas chocan, colisionan en una pelea incesante, una se defiende y la otra intenta devorarla.

—Lo siento —se disculpa Lyon. La cadena cae, y luego él de cuclillas.

Me lleva al suelo.

—Está terrible —dice el otro elfo.

—¿Cómo vamos a quitarla?

—No estoy seguro —responde Lyon.

Es abrumador el vínculo creado. Puedo sentirlo todo, los condenados están en movimiento. Buscan salir. La voz de… ¿¡padre!? Era él. No pueden salir de la frontera de las tinieblas. Un pequeño respiro, que puede esfumarse en cualquier momento. La corte oscura se tambalea, y es la más propensa a ser atacada.

—¡Yira! —miles de puntos de brillantes cubren el rostro de Lyon. El elfo oscuro parece un abanico de colores. Muy bonito. Pestañeo.

—¿Ah?

Me hundo en el lago de la inconsciencia. El vínculo se estrecha a través del tacto, una sacudida de energía atraviesa mis dedos. Otoño me ofrece una pequeña fracción de su magia. Lo tomo. El instinto de supervivencia es más fuerte que mis miedos por tomar demasiado. Floto sobre las aguas.

—Yira, dime qué te atacó. ¡Ey! Mantente despierta. Tus heridas no tienen buena pinta. —Insiste Lyon.

Intento moverme. Mala idea. Polvo de vidrio recorre mi torrente sanguíneo. Duele muchísimo. Ellos maniobran mi cuerpo y me separan del suelo, pierdo la conexión con otoño, a duras penas.

—Me duele todo —musito entre dientes. Hasta respirar duele—. ¿Me estás cargando?

—Te arrastrará, pero quedarías peor de que como ya estás. No quiero tener problemas con Mafer.

Un amago de sonrisa termina en un quejido. Estoy hecha aguijones.
—Te seguimos —dice uno de los elfos.

—¿A dónde me llevas? —mi vista se aclara por un momento. Un instante, no más. Cascos golpean el suelo. Me bamboleo entre sus brazos. ¡Oh, vamos a caballo! Y a galope.

—Con Mafer. —Con una mano mantiene el control de las riendas—. Está como loca poniendo patas arriba la corte de verano. Le dio un ultimátum a mi reina, por si te tenía.

—¡Oh, no lo hizo!

—¡Oh, sí! Lo hizo. ¿Tienes idea de cuánto llevas fuera?

Intenta mantenerme despierta. Me estoy esforzando, cada vez es más difícil mantener mis ojos abiertos.

—Algunas horas.

—Dos días. Han sido dos días, Yira.

¿Tanto? Para mí fueron horas, eternas, pero nunca llegue a imaginar…

—¿Me buscaban?

Los elfos oscuros se encargan de la frontera de las tinieblas desde siempre. Ya no es tan recurrente verlos por la zona, buscaban algo.
—Sí. Te llevaremos a casa.

Asiento.

—¿Cómo puedo ayudarte? —urge su voz.

Confiar o no en él. Pequeñas decisiones.

—Ni yo sé. Me atacó un condenado.

Frunce el entrecejo desconcertado. Me mojo los labios con saliva, estoy sedienta. Agotada y con mucho sueño.




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