Encantus. Alas condenadas (libro 4)

Capítulo 14: Heredera

Capítulo 14:

Heredera

 

La corte oscura lucha con garras y dientes por mantener sus latidos.

La reina bloqueó todo acceso, impidiendo que las otras cortes puedan ayudarla, y evitando que los condenados se propaguen. Mantiene el daño entre su territorio como lo hizo en el pasado, solo que esta vez, ella podría hundirse con su barco. Este es el eslabón más débil de Encantus, ya fue golpeada por la hermandad una vez y este podría ser el último. No puedo permitirlo.

La magia es una red de formidables lazos con sus reyes, Zulay y Geraldo tiene todo el peso de la corte, y deben estar sintiendo lo mismo que yo. La corte en sí, agoniza.

—¿Puedes hacer que entren?

A nuestra espalda se extienden la formación de los guerreros de tres cortes, exasperados por no poder hacer nada. El cúmulo de energía que les impide ingresar es beneficiosos dado que la reina de verano quiere calcinarme con la mirada. Ella pasa un dedo por su garganta. Soy hada muerta.

—Zulay no los va a dejar entrar.

Shema levanta su mano y saluda.

—¿Quieres que nos mate? —pregunto bajito.

—Si pudiera, ya lo hubiera hecho. —Se encoge de hombros. —Relájate. Ya se le pasará.

Trazo mi rumbo hacia el castillo. Lo más lejos de la frontera posible. Esa fortaleza tiene que ser el centro de todo el caos, la reina intentara mantener a los suyos a salvo.

—Sabes, ellos quieren ayudar —replica Shema.

—No tengo dudas de ellos. Zulay quiere evitar que el resto de Encantus sea tocada por los condenados.

Acarició la corteza de un delgado arbusto, en busca de una chispa de vida, y encuentro el vacío de la inexistencia. Se ha ido. Sigue de pie, como fiel soldado. Pero la vida se le escapó entre las raíces. A este ritmo, la corte se convertirá en un cementerio.

—No funciona —asegura Shema.

Dejo ir mi toque del árbol. Mi magia pica en mis dedos queriendo hacer algo al respecto. El problema, no estoy segura de que tanto pueda llegar a reparar.

Él se ha adelantado, su vista clavada en unas alas negras desgarradas. Pertenecieron a alguien, y ahora están ensangrentadas y tiradas como un desecho.

—Hay que encontrarla. —Es lo primero que viene a mi cabeza, encontrar al portador y… ¿Hacer qué? El daño ya fue causado.

Shema se mueve unos metros más allá.

Aprieto mis manos, la impotencia es combustible en mis venas. Conozco a la reina, su primer objetivo es mantener a las hadas seguras mientras los guerreros defienden. Esto tuvo que haber sucedido antes de que pudieran darse cuenta de que sus fronteras fueron invadidas.

—La mataron —murmura. Me muevo. Él hinca una rodilla en el suelo, y voltea el cuerpo de una mujer. —Le desgarraron el cuello.

Se levanta y se aleja.

Los condenados se alimentan a través de la sangre, pero no es la sangre en sí lo que sostiene sus vidas, es la magia que recorre el torrente sanguíneo. Todavía no me queda claro como pueden secar la magia de un cuerpo sin llegar a vaciarlos de sangre, porque la infortunada hada murió desangrada.

—Andando. No te alejes, Shema.

Corro. Cometí un error al traerlo conmigo. Cómo voy a mantenerlo a salvo. Mi último enfrentamiento con un condenado terminé envenenada y con un pronóstico de vida desalentador, un humano es muy frágil. Mafer me matará si algo le sucede a su mejor amigo. ¿Cómo me meto en esos problemas?

Él me lleva el ritmo, siempre detrás de mí.

Alcanzo el auge de la batalla. Toda la guardia desplegada como nunca la había visto. ¿De dónde salieron tantos condenados? No recuerdo haber visto una cantidad tan significativa como la que hay ahora. Los elfos oscuros no ganarán.

—¿Yira? —es la voz de Lyon. Lo busco con la mirada.

La mención de mi nombre hace que algunos pocos rostros me encuentren en una fracción de segundo. Los selváticos también están aquí. Vinieron a ayudar. Por instante me dejo envolver por el alivio, y luego me golpea la realidad. Hadas oscuras han muerto, la sangre derramada lleva a la corte oscura en la misma dirección que la frontera de las tinieblas, o peor, podría quedar seca como la cárcel de los condenados.


Los selváticos están aquí y no significa que lleguemos a ganar. Encuentro a Lyon, en una danza mortal contra el enemigo. Él lleva una armadura negra cubierta de la sangre de sus enemigos, sus movimientos son defensivos, el condenado no le permite atacar. Una muchacha, la misma del valle, levanta su lanza, una descarga de magia cubre la hoja, resplandece en una tonalidad verde hasta llegar a negra y la hunde en la espalda del condenado. La retira, da vuelta y viene hacia mí. El condenado cae al suelo con una mancha de sangre en una tonalidad casi marrón, brotando de la herida. Lyon se ve agotado, exhausto, y por más que intenten lastimar con sus armas al enemigo, no causan el suficiente daño.

—¿Qué haces aquí? —grita la chica. En apariencia, podría tener la misma edad que Mafer, quizás un par de años más.

—La corte está muriendo.

—¿Y eso qué? —reprocha ella. Doy un paso atrás, siento que fui abofeteada, pero su mano nunca llega a mi rostro. —Ya no puede ser salvada. Los sobrevivientes tendrás que buscar…

—No.

—Sal de aquí, Aurelia —ordena ella. —Tu vida es más valiosa.

Siento la mirada de Shema queriendo atravesar mi espalda en busca de una explicación. Y también, alguien detrás de él. Tiro mi brazo hacia atrás y lo hago a un lado. Las garras pasan cerca de mi brazo, una desquiciada condenada, el filo de una lanza le atraviesa la garganta. La sangre salpica en mi brazo y cara.




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