Encantus. Alas de fuego (libro 3)

Capítulo 10: Respuestas

Capítulo 10:

Respuestas

 

Se me escapa un grito de sorpresa cuando dos cuerpos pesados caen encima de mí, arruinando mi maravilloso sueño.

Mis hermanos, con doce años también han cambiado. La sangre de hadas que corre por sus venas parece que ha despertado, y los está estirando como varillas.

Condenados enanos.

Los dos se ríen a carcajadas, por mi rostro mal humorado a tempranas horas de la mañana. Por la discusión de ayer parece que no hay resentimientos, lo que no me tranquiliza. Me preocupa como pueda sentirse Kevin, todo lo que no debería guardarse y aun así mantiene bajo llave en su corazón.

—Buenos días, hermana —dicen a coro.

Me abrazan muy fuerte. Y luego comienzan a hacerme cosquillas, y comienzo a reír como loca, pataleo y me muevo bruscamente sobre la cama intento hacer que paren. Los dos son fuertes y están prácticamente encima de mí. Se detienen al ver que hasta lágrimas me han sacado.

—Los odio—digo mientras mi respiración vuelve a la normalidad.

—Hemos venido a despedirnos —anuncia Kevin.

Ambos vestidos con ropa deportiva.

—Iremos con Shema a jugar fútbol con algunos compañeros de la escuela —explica Cristian.

—No sería mejor que se quedarán en casa —sugiero, no puedo pensar en que las cosas irán bien. No después de que mi madre apareciera, el temor de que intente ir por ellos y yo no esté cerca me aterra.

—Estaremos bien. No pasa nada —asegura Kevin.

—Volveremos en un par de horas —concuerda Cris.

—Que se diviertan —digo no muy convencida de esa salida. Le doy un beso a cada uno en la mejilla— ahora largo de aquí.

Me quedo tendida en la cama un par de minutos más. Mi habitación es de color durazno, y solo hay un pequeño armario, la cama y una mesita de noche. No tengo muchas cosas, ya que perdí todo en el incendio. El padre de Shema ha sido muy generoso permitiéndonos quedarnos aquí mientras encontramos algo para nosotros. Me levanto, tiendo la cama.

Camino arrastrando los pies hasta el baño, me dejo caer encima del sanitario, con el cepillo y la pasta dental en la mano. Suspiro y me obligo a mantener la mente en blanco.

Coloco un poco de pasta dental en el cepillo y me levanto con pesadez.

Veo mi reflejo en el espejo, hay cambios en mi rostro no tan evidentes, pero los hay. Mis ojos son más intensos, mi cabello tiene un brillo que no tenía antes, mi piel es pálida, mis pómulos están marcados… y solo han pasado un par de meses y siento que han sido años.

Cepillo mis dientes despacio, tomándome más tiempo de lo normal. Me desvisto y dejo que el agua se deslice por mi piel. Después de unos buenos veinte minutos debajo del agua, salgo y busco que ponerme.

Me deslizo dentro de un vestido mostaza, manga larga, las recojo hasta mis codos, y abrocho los botones que se extienden hasta mis muslos donde termina el vestido, que es una especie de camisa lo suficiente larga como para cubrir mi cuerpo hasta un poco más arriba de mis rodillas. Me calzo las botas que traje del reino de las hadas. Son bastante cómodas, y las he hecho parte de mi vestuario diario, combinan con todo.

Dejo la habitación, bajo las escaleras de caracol, cruzo la sala hasta la cocina. Tengo que seguir intentando escarbar en el pasado de la abuela.

Mi abuela se mueve con comodidad. Como cuando estábamos en casa.

—Buenos días, abuela —ella se gira, y me saluda— tenemos una conversación pendiente —anuncio así, sin más. La discusión de anoche debe continuar.

—¿Continuarás con eso? —Deja frente a mí un plato de cereal y un cartón de leche, me siento y lleno mi plato con un poco de leche mientras ella se sienta con una humeante taza de café—. ¿Acaso no entiendes lo peligroso que es?

Me humedezco los labios. Alzo la mirada para sostenérsela con firmeza.

—Sé muy bien que es peligros abuela. Pero no me enseñaste a huir de los problemas, por el contrario, se deben enfrentar. Son tus palabras, no la mía. Quiero saber cada detalle de lo que ocurrió en tu pasado —como un poco de cereal.

—Ya te lo dije. No hay más para decir.

Trago llena de frustración, y dejó caer la cuchara dentro del plato, la leche salpica un poco sobre la mesa. Sí que es un hueso duro de roer.

—Sé perfectamente que hay más, y no quieres decirme. Están ocurriendo cosas en el pueblo… —insistió.

—Ya lo sé. —Me interrumpe. Desliza un dedo por el borde de su taza. La veo respirar con calma antes de hablar. —Me puse al día con George hace unas horas. Le dejé muy en claro que no quiero que te involucres. Además, ¿qué fue eso de ir a encontrarte con Anthony? No debiste ir. —Al darse cuenta de que no le voy a dar una respuesta. Se pasa la mano por la cabeza, moviendo su cabello corto.

—Son peligrosos, María Fernanda. Más bien estaba pensando en que podríamos irnos, todavía tengo mi casa… Alejarnos un poco.

Mastico y la incinero con la mirada. Ella frunce el entrecejo recordándome quien es el adulto.




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