Encantus. Alas de fuego (libro 3)

Capitulo 11: Secuestro

Capitulo 11:

Secuestro

 

—Mafer —grita mi abuela.

No me detengo, solo quiero salir y buscarlos… No sé dónde. Miro la calle, vacía en ambas direcciones. Las puertas de las casas aledañas, cerradas. No hay ni un alma en este lugar, el miedo reina en cada hogar. Lo sabía. Sabía que volvería a pasar.

Primero lo del colegio y ahora esto, no solo se llevaron a mis hermanos sino también a otros tres niños…

El peor pensamiento pasa por mi mente, y no quiero pensar en eso, no quiero imaginar que uno de mis hermanos podría ser encontrado en el bosque sin… Dejo que todo salga, el dolor, la ira se mezcle y me liberen de tal suplicio, grito con todas mis fuerzas mientras el mundo parece haberse detenido.

—Mafer, los vamos a encontrar —las manos de mi abuela sobre mis hombros.

—Voy a matarla —gruño, y me tiembla la voz.

—Es tu madre…

—Nunca lo ha sido. —Mi ira es incontenible. Mi abuela mi observa con los ojos aguados, sabe perfectamente que digo la verdad, porque simplemente no lo admite—. Si fuera mi madre no estaría haciendo esto. Una madre no hace eso.

—Lo sé. Pero esa no es la solución, tú no eres como ella —me tranquilizo un poco— los vamos a encontrar, solo tenemos que calmarnos un poco. No vas a conseguir nada yendo a un rumbo ciego. ¿Por dónde vas a empezar a buscarlos? —Me muerdo el labio, tiene razón. No tengo idea de dónde pueda estar ocultándose la hermandad—. Además, ¿sabes a lo que estás enfrentando?, no, no lo sabes.

—Pero tú sí —le digo. Agacha la cara con pena— tú lo sabes, ¿cierto?, sabes lo que está pasando— le reprocho.

—Vamos adentro, y te lo explicaré —me extiende su mano, dudo, pero la tomo.

Shema está dentro consternado por lo ocurrido, su padre tuvo que irse, con tres nuevas desapariciones el caos en el pueblo es peor.

Camino despacio, mi mejor amigo sigue estando sentado en el sofá con la cabeza entre las manos, me suelto de la abuela y voy hacia él, me siento a su lado y lo abrazo. Sé que se siente culpable por no haber podido hacer nada, pero no es su culpa.

No es de nadie, las cosas pasan, aunque me cueste aceptarlo, es así.

—No fue tu culpa, ¿está bien?

Él niega sin alza el rostro. Lo tomo de la barbilla y lo obligo a mirarme.

—No es tu culpa, no podías hacer nada contra mi madre —seco las lágrimas de sus ojos— los únicos responsables están allá fuera, y voy a dar con ellos así sea lo último que haga en mi vida.

Me siento enfurecida. Con todo lo que me costó traerlos de regreso.

—Eso no es alentador —una fugaz sonrisa recorre sus labios.

—Para mí lo es. —Me levanto—voy por las carpetas a mi habitación.

Mi abuela deambula por la sala con nerviosismo.

—Deberías sentarte y calmarte, tienes mucho que decir —se detiene y me mira con indulgencia.

Suspira pesadamente y se sienta al lado de mi amigo.

Subo las escaleras. Con todo lo que ha pasado desde que volví en mente, no puedo sacar nada todo es tan difícil ahora, no solo la vida de mis hermanos está involucrada sino la de más personas, esta vez, el riesgo es mayor.

Tiro con fiereza de la puerta. El sobre esta en la cómoda al lado de mi cama, justo donde lo dejé, lo tomo, pero siento que algo no estuviera bien en mi habitación, algo estuviera fuera de lugar.

Me muevo con precaución, buscando ese algo que no encaja… Voy hasta el baño. Abro la puerta con sumo cuidado, asomo la vista sin abrir por completo la puerta, y todo está congelado…

¡Oh, no! Esto tiene que ser parte de mi imaginación, mi baño no puede estar congelado.

Abro la puerta de par en par, atónita por la ventisca helada que emerge, todo está completamente cubierto de hielo, y eso no es todo… Detrás de la cortina del baño hay alguien.

Doy dos largos pasos y muevo la cortina, y un grito envuelve la casa entera, pero no proviene de mí, sino del hada de invierno, que se encuentra en mi baño.

¿Cómo llego aquí? Una puerta tiene que estar abierta, o algún truco como el que ha usado Gerald.

—¿Quién eres? —le grito a la niña, que por su tamaño y contextura me recuerda a Suri, deben ser aproximadamente de la misma edad, solo que está a diferencia del elfo, tiene el cabello completamente blanco y ojos azules casi que cristalinos, y todo en ella resulta… helado.

—Soy Bianca, un hada de invierno —su voz es cantarina, y dulce.

—¿Qué haces en mi casa? —Exijo saber, ella se mueve más al rincón.

—La reina me envió para dar un mensaje —susurra.

—¿Qué mensaje? —Pregunto.

—No es para ti, es para el príncipe.

—Aquí no hay ningún príncipe —le grito, y ella se pega más a la pared— y me dirás el mensaje, o no saldrás viva de aquí —le amenazo.

—¿Qué ocurre, Mafer? —la voz de mi abuela resuena detrás de mí— ¿qué hace un hada de invierno en tu habitación? —pregunta sin quitar la vista de la atemorizada hada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.