Encantus. Alas de fuego (libro 3)

Capítulo 19: Castillo en ruinas

Capítulo 19:

Castillo en ruinas

 

—Por lo menos pudieron haber buscado un lugar más… — ¿Cuál sería la palabra indicada?, pienso mientras mi mirada se desliza por tan rudimentario lugar.

Realmente llegué a creer que la hermandad, tendría mejor gusto para instalar su reino, pero por lo visto no es así. Mientras las demás cortes tienen castillos con arquitecturas excepcionales, este es… ruinas. Las paredes de piedra se alzan, unas más que otras ante el deslumbrante crepúsculo, no hay nada que los proteja sobre sus cabezas, solo el imperioso cielo. Por lo menos tiene algo de luz, esferas rojas y brillantes danzando por los aires iluminan lo que ante mis ojos es la sala principal del castillo, así como la de la corte oscura, donde se llevó a cabo mi juicio.

—… Integro.

La reina de la hermandad, sentada en su trono, lo único de valor en la sala, ya que del resto solo es parte de las ruinas que es el lugar. Me observa con furia en la mirada. Se la sostengo con el mismo fervor, que ella me profetiza. Hay muchos rasgos que comparte con sus nietos, pero aun así no se parece a ellos.

—Eso cambiará cuando Encantus este bajo mi poder —replica con voz firme y amarga.

—Me lo imagino. —Digo encogiéndome de hombros.

Eso es algo que no va a pasar ni en sus peores pesadillas.

A mi derecha se encuentran los herederos de las cortes, Suri, Gerald, mis hermanos y un chico que en mi vida había visto, es el vivo retrato de la reina de otoño, los mismos risos cobrizos y los ojos almendrados. ¿Qué parentesco tendrán?

Todos sentados en incómodas sillas, y atados a cadenas con un resplandor rojo. A mi izquierda los súbditos de su majestad, incluyendo a mi madre y quien creí mi amigo, el traidor de Tony.

—¿Cuál es tu puesto en todo esto… madre? —le dedico una mirada con el ardor del fuego.

Este lugar, ni la hermandad misma me hace sentirme tan llena de ira, pero mi madre, ella… ella hace que dentro de mí se enciendan las llamas y comiencen a recorrer mi cuerpo. Sigo encadenada, con esa chica sin conciencia propia a mi espalda.

—No te atrevas a hablarme así —replica con dureza.

Alzo una ceja sorprendida por el tono de voz empleado, es como una madre exigiendo respeto, un respeto que no merece. Y sin darme cuenta se escapa una risa de mis labios.

—¿Qué? —exige saber.

Le sostengo la mirada, y presiono mis labios para contener la gracia que me causa su tan mala actuación.

—Nada, —digo sin darle mucha importancia al asunto— solo me parece gracioso ese papel de madre que jamás has sabido interpretar. —Su mandíbula se tensa. Conozco bien esa expresión, mi comentario la ha sacado de quicio.

—Déjame decirte algo, te creí más inteligente. Pensé que dejarías de ser un insignificante peón en este juego de ajedrez, odiabas tanto ser lo que eres, que esperaba verte sentada en ese… trono —justo en la última palabra y con las manos encadenas, formo comillas en el aire.

—En mi reino todos tiene un papel importante —interviene la reina.

—Por supuesto. —Concuerdo— alguien tiene que hacer el trabajo sucio. ¿No es así Tony?

Él se mueve incómodo de un pie a otro, de un lado de la habitación me calcinan con la mirada, y en el otro lado hay risas furtivas.

—Ya me habían dicho que eras bastante… testaruda —la reina habla con calma— espero lo seas bastante, será un buen espectáculo mientras la muerte roce tu alma.

—Haré todo lo que este a mi alcance para satisfacerla, —digo con una sonrisa en los labios. Y la ira crispa en sus ojos. —Aun así, tome sus precauciones, no sea que se a usted quien me lo dé a mí.

—Maldita insolente, —su voz es un rugido en la sala— para ti todo acabara esta noche, pasaras a ser la fortaleza de Agadria, te marchitaras como una flor hasta que no quede nada de tu repudiada existencia.

Ella hace un movimiento con la mano y de entre sus súbditos, dos hombres me toman por los brazos y me arrastran a una de las tres sillas vacías, las cadenas se adhieren a la silla como si fueran parte de ella.

—No puedo creer que te hayan atrapado —me susurra el príncipe oscuro.

Mi silla está entre él y el chico que no conozco, y al lado de este se encuentra la otra silla vacía, supongo que es donde debería estar Susej y Dar, el hermano mayor de Suri.

—Yo tampoco. —Me muevo con fuerza sobre la silla, las cadenas no ceden— ¿en qué se supone que consiste todo este lío?

—Cada corte tiene que hacer un sacrifico, cinco hadas herederas liberaran a Agadria de su cárcel —explica el chico desconocido.

—¿Tú eres…? —pregunto con desconfianza.

—Soy Eulis de la corte de otoño, sobrino de la reina —dice con orgullo.

—Es un placer conocerte Eulis —le doy una sonrisa amistosa.

—No precisamente. El ritual no es para liberar a Agadria, es para algo más —dice Gerald.

—Algo que quieras compartir —comento. Nos miramos por unos instantes. El príncipe oscuro parece querer decir tantas cosas con la mirada.




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