Encantus. Alas de fuego (libro 3)

Capítulo 27: Sendero

Capítulo 27:

Sendero

 

El odio es un sentimiento poderoso, destructivo, que corroe el alma sin que te des cuenta.

A Yira la sed de venganza, el rencor que guarda en su corazón la está consumiendo viva. Destruyendo su alma de adentro hacia fuera. Pero tiene una venda tan oscura en los ojos que no le permite darse cuenta.

Sus lindos ojos cafés, se han tornado oscuros y vacíos, muy parecidos a los de Darla. Es como si ella estuviera experimentando el mismo cambio, solo que lentamente. Poco a poco ella está perdiendo su valiosa alma por una mujer, que seguramente ni siquiera le ha visto el rostro.

No queda nada de la poca inocencia que vi en ella, ese día en que su madre murió por mi mano, un evento que desearía nunca hubiera pasado, pero el pasado no se puede borrar, ni mucho menos olvidar.

Ahora que la detallo, después de meses pensando que estaba muerta, me doy cuenta de que ha cambiado demasiado. No es por las marcas en su rostro, algo que realmente me hace sentir muy mal. Si hubiera una manera de, no sé quitarlas, lo haría. Nadie debería tener el rostro de esa manera tan espeluznante.

Su cuerpo también ha cambiado, está más delgada, pero se ve mucho más fuerte, su cuerpo más entrenado. Un arma mortal, lista para matar en el momento en que se le ordene, como un autómata.

Sus delicadas uñas crecen exageradamente, y son negras como la noche. Vividos recuerdos me toman desprevenida, y sin pensarlo, me toco el cuello. He estado tantas veces al borde de la muerte, que me aterra el solo recordarlo. Si no fuera por Suri, mi cuello tendría un eterno recordatorio de mis enfrentamientos con Yira. Quizás un poco de ese ungüento le podría servir a ella, para por lo menos disipar las marcas en su rostro.

Verla así tan pérdida, me da pena. Es como un barco a la deriva, sin saber qué rumbo tomar. Es solo una niña, ella debe tener la misma edad que mis hermanos. Ella está envuelta en este mundo retorcido, por su madre. No puedo culparla por lo que hace, ya que esto ha sido lo único que ha conocido, ha vivido a la sombra de la hermandad toda su vida.

No es fácil decir no, a algo tan tendedor como es el poder.

Si tan solo hubiera una manera de salvarla del destino que le ha sido impuesto. Pero justo ahora es ella o yo, que injusta es la vida.

—¿Cuál es la salida de esta frontera? —Pregunto.

Mientras, mi mano se desliza por mi muslo. La daga de mi padre está allí. Ahora que lo pienso, esta daga es un tema que aún no he tocado con mi padre. Él me entrego la daga, no sé si debería devolvérsela, además, esas extrañas letras que se reflejaron en la hoja sigue siendo un misterio, y nunca volvieron a parecer desde el día en que me la entrego.

—¿Realmente crees que te lo voy a decir? —–Responde con diversión—. La única manera de que salgas de aquí es bajo las condiciones que ya expuse. Si no, tienes que morir.

—¿Por qué nunca puedes darme opciones, que por lo menos me hagan meditar? —–Respondo—-, si alguien va a terminar muerto no seré yo.

Dejo la ventana, mis alas siguen ardiendo. Susej, me observa con impaciencia. Sus ojos gris plata están atemorizados, está temblando bajo la feroz mirada de Darla. Esa mujer se parece tanto a Dar, y Suri. ¿Sabrán ellos que su madre aún sigue viva?, si es que a su condición se le puede llamar vida.

Una estela color negro es lo único que queda en el lugar donde se encontraba Yira. Ahora que lo pienso, ella tiene la particularidad de desvanecerse a su antojo, es como si compartiera el mismo talento que Gerald, desvanecerse en medio de una niebla.

Como ya es costumbre, termino en el suelo, con un fuerte dolor que me envuelve la espalda.

¡Demonios!, cuando será el día en que logre detener sus golpes sorpresa.

Giro sobre el suelo, hasta quedar boca arriba, en esta ocasión ella posee una espada delgada y filosa, hambrienta por mi sangre. La mueve con agilidad entre sus dedos.

—Voy a acabar contigo de una buena vez —–dice la niña, mientras la espada va directo a mi cuello.

Comienzo a pensar que ella tiene una maniaca afición por las gargantas, es que no existe otra parte del cuerpo para atravesar con una espada.

Giro, y me pongo en pie, antes de que ella pueda reaccionar, le volteo el rostro de una sola patada. Ella se tambalea hacia atrás, sin soltar la espada. Desorientada, embiste a tientas. Esquivo sus golpes, es una danza mortal, que nos lleva por el salón. Alcanzo su brazo derecho, y lo doblo en su espalda. Ella gime por el brusco movimiento, la espada se libera de su mano, y cae al suelo, a mis pies.

Una fuerza invisible me lanza hasta la pared, me quedo sin aire, antes de que pueda levantarme, el filo de una espada se incrusta en mi piel, la sangre se desborda por mi brazo en compañía de un intenso dolor. Alcanzo mi daga en el muslo, y me lanzo sobre ella. En nuestro arrebato, le devuelvo el golpe, su pierna izquierda sangra y ella grita. Se ha olvidado de mi habilidad con el fuego, tan extraña e imposible de dominar por completo. Aparece cuando mejor le parece. Me alejo, ella se sostiene la pierna herida, su rostro contraído en dolor.

Darla reacciona de su estado de autómata, y levanta bruscamente a Susej por el cabello, de la nada materializa una daga con la curva que sostiene sobre el cuello de la princesa oscura. Una gota de sangre se desliza por su piel, Susej jadea ante el temor de la muerte tan cerca, su piel de por sí blanca está pálida, sus ojos gris plata desorbitados ante el terror que le recorre el cuerpo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.