Encantus. Alas de fuego (libro 3)

Capítulo 40: Cueva

Capítulo 40:

Cueva

 

Mafer

Por instinto el calor del fuego me recorre el cuerpo calentándome la sangre. Mientras más tiempo pasó en Encantus, mis habilidades se desarrollan un poco más, o por lo menos permanecen a flor de piel para el momento en que las necesito. En un gran avancen. Soy trasladada a un lugar a cielo abierto. Ni un lucero en el majestuoso firmamento. Miro alrededor, la vegetación es alta y espesa. Aparto una rama de helecho y comienzo a caminar sin tener certeza de a dónde ir. Casi no puedo distinguir nada. El ulular de un búho me pone la piel de gallina y suelto la rama. Shema deja escapar un alarido.

—Lo siento.

—No más que yo —replica él a mi espalda.

Zulay dijo que su hija estaba en una cueva, mas no dijo dónde. Estoy casi segura de que hemos salido de Encantus lo que nos deja… Oh, puede ser que hayas vuelto a casa. De hecho, dudo que haya una civilización a pocos kilómetros. Con esta espesura salvaje, diría que me encuentro en las profundidades de un mar selvático. Con, quien sabe cuántas clases de animales.

Alejo ese pensamiento. Debo concentrarme en Susej, encontrarla a ella o a esa cueva.

—Fue mi impresión o, ¿Zulay y tú tenían una conversación bastante amena? —pregunto.

—No fue tan malo. Está preocupada por su hija y el destino de su corte. ¿Por dónde deberíamos ir?

Doy vuelta en el mismo lugar. Ni idea de por dónde ir.

—Es posible que mi habilidad se haya atrofiado.

—Ni que fuera una extremidad del cuerpo. Se atrofia un brazo, una pierna. No la magia. —Me corrige él. —Admite que eres un hada inexperta y que estamos perdidos.

—Justo como has dicho —admito.

Mi habilidad nunca me ha fallado, se tarda en parecer, sí, pero trasladarme a un lugar que ni remotamente había pensado, eso es algo nuevo. O, no estaba pensando en Susej lo suficiente. Es probable.

—Hablamos más que todo de ti.

—¿De mí?

—Sí. Ella me hizo muchas preguntas sobre ti. Nada de lo que le dije sirvió de mucho, su opinión no cambio.

Coloco las manos en las cadenas.

—No me sorprende.

—Me dijo que arruinabas la vida de su hijo. El príncipe Gerald está comprometido y tú te le has metido por los ojos. —Decido seguir caminando—. Le dije que seguramente él se te había metido por los ojos primero. No le gusto mi respuesta.

Suelto una carcajada e inmediatamente me arrepiento. Cierro la boca con fuerza. Solo a mí se me ocurre reírme a mis anchas en plena oscuridad y animales salvajes al asecho.

—¿Y qué piensa sobre Susej y tú?

Me detengo. Seguir caminando a ciegas no tiene caso.

—No le preocupa. Piensa que es algo pasajero.

Algo se desliza sobre mi pie con lentitud. Miro al suelo, enfoco la mirada. Una colorida piel escamosa se mueve formando bonitas ondas sobre el suelo. M toma unos segundos darme cuenta de que es una culebra y que, en efecto, esta sobre mi pie. Salgo sobre Shema y grito a todo pulmón. Al carajo con el resto de los habitantes del bosque, me da igual si les interrumpo o dibujo una diana para que nos cacen.

Mi querido amigo es imperturbable. Me sostiene echando una miradita al suelo. Yo escondo la cara entre su cuello y hombro. No quiero mirar. Me tiemblan las piernas y demás partes del cuerpo. Volver a poner un pie en el suelo, ni en sueños.

—Ya se ha ido —dice Shema.

Me quedo quieta, incapaz de mover un solo músculo para que me lleve de regreso al suelo.

—Mafer, ya puedes bajar.

—No puedo —mi voz es un susurro casi infantil.

—¿Qué propones? ¿Quedarnos aquí toda la noche?

Niego contra su cuello. Los espasmos me abandonan con lentitud, comienzo a sentirme tranquila, pro no lo suficiente como para regresar al suelo.

—Podría intentarlo de nuevo. Voy a visualizar a Susej y quizás lleguemos a ella.

—¿Ese es tu plan?

—No puedo pensar en otro. Deja de cuestionarme. Necesito concentrarme.

Exhala un suspiro.

—Más te vale que no nos mates —murmura. —Tengo intensiones de volver a casa.

 

Me centro en el hada oscura. Saco su rostro perfilado de mi memoria. Ojos gris plata observándome con su característica arrogancia. Un leve cosquilleo me recorre la piel.

Cierto, volver a casa. Justo ahora no sé qué haré, la abuela está lejos, y yo pertenezco a este lugar. Me siento divida entre dos mundos, dos mundos que anhelo con la misma intensidad. No será nada fácil tomar una decisión, y no soy la única que se encuentra en ese dilema.

—¿Qué pasará con Susej? —mi pregunta lo toma desprevenido. Sus labios se mueven, pero no hay palabras. El calor del fuego me envuelve en un abrazo cálido, las llamas comienzan a emerger, Shema está envuelto en sus pensamientos y ni cuenta se ha dado que el fuego se extiende por sus brazos.




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