Capítulo 11:
Caos en el pueblo
Gerald
—¿Qué tanto me miras? —pregunta mi hermana con exasperación. Se levantó de muy mal humor. Desde el momento en que entro a la cocina y ocupo un lugar en la mesa no para de quejarse: tres años de su vida perdidos por estar dormida, verse obligada a dejar Encantus, el cambio de sus ojos... Está insoportable.
Kevin, aleja la mirada de su rostro inmediatamente y sigue cortando en rodajas un par de tomates.
Los ojos de mi hermana causan curiosidad, es inevitable no quedarse mirando el contraste que hacen ambos colores. El tono gris plata, característicos de la mayoría de las hadas oscuras, permanece en su ojo izquierdo, en cambio, el derecho ha cambiado a una tonalidad ocre, representativo de una minoría de hadas en la corte, nuestra madre tiene una mirada ocre. Es extrañamente exótico.
El vínculo que haya generado con los bosques de este lado de las defensas no es muy claro. Ella y Rocío no han querido profundizar en el tema. De hecho, evaden cualquiera de mis intentos por sacarlo.
—Podrías no pagar tu incomodidad con Kevin —pido.
Susej clava una mirada enfurecida en mi espalda. La ignoro. Entiendo que no debe ser nada fácil mirarte al espejo y encontrar una anomalía, lo que no le da derecho a ser tan irritante con quienes se encuentran a su alrededor.
—¿Es él mi reemplazo? —inquiere con deje de celos en su voz.
—Nadie te reemplaza, Susej —interviene Shema con una media sonrisa, sí para él también es extraño que mi hermana se sienta desplazada—. Bájale un poco a la intensidad.
Ella se prepara para replicar, la miro de soslayo. Está perdida en los ojos de Shema. Un momento es que se dicen de todo sin usar las palabras, el resto hemos desaparecido del entorno. La princesa oscura está enamorada.
Un tema del que no he hablado con Shema es, como es, su relación con mi madre. La reina oscura suele ser muy difícil, con lo que no es igual a su entorno, un ser humano es muy diferente a cualquier criatura que habitar en Encantus, así que tengo mucha curiosidad, sobre todo porque comento la situación entre mi madre y Mafer, pero en ningún momento se quejó de que lo hubieran rechazado.
—Lo siento, Kevin —se disculpa mi hermana, por iniciativa propia.
—Eres una buena influencia para ella —comento—. Nunca se había disculpado con tanta amabilidad y facilidad. Por lo general, le cuesta aceptar que se equivocó.
Shema sonríe y niega. Cerrando un envase que ha llenado de salsa de tomate.
—¡El amor! El amor siempre nos hace cambiar —recita, Rocío, divertida.
—¡Ya basta! —replica Susej entre dientes. Mantiene la mirada clava en la bolsa de pan. Si no me equivoco, se sonrojó. Enamorarse es una faceta en lo que nunca pensé ver a mi hermana, y no se trata de verla sola el resto de su vida, es que por mi mente nunca pasó verla tan expuesta sentimentalmente por alguien.
—Te has recuperado bastante rápido —Rocío cambia el tema de conversación. Corta con las manos hojas de lechuga y las introduce en un bol con agua con vinagre.
—No tanto. Tengo debilidad en las piernas —confiesa mi hermana. Ella abre la bolsa de sándwich.
Dejo caer el budare en la cocina de manera estrepitosa. Me encojo ante el ruido. Shema se ha detenido a medio caminar hacia la mesa con las salsas en las manos. Cruzamos miradas y compartimos el mismo miedo de que a Susej pueda estar enferma, como lo está el bosque.
Se me aprieta el pecho al pensar en el hada del río, y aunque intento recrear la escena de anoche, mi mente toma el control y me muestra a Susej siendo devorada por la enfermedad.
—Es que no has descansado lo suficiente —comenta Kevin, ha terminado con su labor con los tomates.
Susej arquea una ceja, no contradice al chico, pero tampoco creyó en su palabra. Ella alterna la mirada entre Shema y yo.
—O, quizás te estás muriendo —interviene Carmín. La chica serpiente se ha mantenido callada y escogió un muy mal momento para hablar.
Ella vino en contra de su voluntad, la negociación que tenían con las sirenas se les volteó en el último momento, y fue ella quien quedó secuestrada. Se intentó indagar con relación al trato que tiene su reina, o ella misma con las sirenas. El silencio de ambas partes fue lo único que se obtuvo.
—Piensa lo que quisieras, pero no ocurrirá —replica mi hermana muy segura de que lo peor ha pasado.
No se imagina lo que está ocurriendo en el exterior desde anoche. La temible enfermedad que amenaza con la extinción de todo ser vivo.
—¿No te lo han dicho? El bosque de este mundo está muriendo, solo es cuestión de días, o quizás horas para que todo lo que vive sobre la tierra perezca —explica Carmín ignorante ante la gravedad de la situación—, lo que significa que ahora que está unida a este mundo perecerás con él.
Mi hermana palidece, casi deja caer el pan.
—Lo que tú no sabes Carmín es que no solo Susej puede morir ante la enfermedad que se extiende por el bosque, tanto los humanos como las hadas y cualquier otra criatura morirá. Eso te incluye, regresar a Encantus no es protección para nadie, esa enfermedad puede atravesar fácilmente las defensas. Solo para que estés enterada —explica Rocío escurriendo la lechuga y el tomate fuera del agua.
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Editado: 28.09.2024