Capítulo 24:
Alianzas
Mafer
El retorno a verano es un suplicio. Olivia no pierde oportunidad para insultarme, con libertad, sin importar mi posición como reina. La travesura de huir hacia el interior de la montaña, ocasionó un desgaste en Yira, por lo que es traslada inconsciente, sombre el lomo de un adorable y muy grande gatito de pelaje gris con franjas negras en las patas. Escoltado por dos de sus guardias.
Es la segunda vez que veo a ese tipo de felino. Intento ubicarlo entre las especies conocidas y pues no, un humano nunca pudo haber visto a esta criatura y si lo hizo nadie lo ha documentado. Es poco más grande que un tigre, con el aspecto de un mínimo casero, domesticado, como si lo hubieran agrandado. El felino siente que lo observó, gira un poco el cuello a un lado y me paraliza por un segundo con su profunda y verde mirada. El color de sus ojos se iguala un poco con el de Yira. ¿Casualidad? Lo dudo. Esa criatura llegó justo cuando salíamos de la corte de primavera y estoy segura de que nadie lo llamo, o lo trajo. Los selváticos estaban solos, además, se preparaban para cargar a Yira todo el camino a verano. Desvió la mirada.
Logramos el objetivo, se salvaguardó lo que queda de la magia de la corte de primavera, así que todo lo que sale de la boca de la selvática me da igual. No tengo ánimos de discutir, tanto por el cansancio físico cómo por el emocional. Además, se preocupó mucho y despotricar en mi contra, parece que le funciona como terapia, su tono de voz va en descenso, su rabia se ha disipado.
La enfermedad se detuvo en las fronteras de primavera, bordeando los límites con la corte oscura, de momento, no podemos confiarnos, puede que devore una corte más, en un pestañear.
Es momento de planificar y tomar decisiones.
—Alfred —murmuro en un tono bajo. Lo invito a separarse un poco del grupo. Caminamos más lentos hasta que hay una distancia considerable con los demás.
—Alguien va muy molesta —comenta con la vista fija en Olivia, que lidera. La soberana de las hadas de aire, se mantiene entre los guerreros selváticos. Compartir su poder con Yira la debilitó bastante. Se requirió de mucho para encapsular la magia.
—Es su estado natural —el rey ríe con disimulo. La preocupación ensombrece su mirada, sé con exactitud dónde están sus verdaderos pensamientos en estos momentos. ¿Dónde residirán él y su pueblo ahora que su corte ha caído?
—Yira tampoco se lo pone fácil.
Y lo que le falta a Olivia por vivir junto a nosotras, ahora es que vienen las aventuras interesantes.
—Bueno, ya sabes, la vida sin riesgos es muy aburrida.
—Es verdad —concuerda, lo veo sumergirse en sus propios recuerdos o preocupaciones, alguna de las dos—. Nunca habíamos sufrido un ataque como el de ahora. Contra nuestra propia existencia. Lo que sucede en Encantus, en nuestros bosques, repercute en el mundo humano. Si aquí la enfermedad nos acaba, a ellos también. Asumo que puedes imaginar, como deben sentirse esas personas al enfrentar una situación que no pueden explicar, la tierra marchita, el agua envenenada… ¿Para qué necesita Agadria un mundo así?
Me gustaría tener una respuesta que pudiera tranquilizarlo. No hay lógica en las acciones de Agadria, no cuando al final lo que busca es un cascarón vacío.
—En su cabeza retorcida debe haber algo detrás, una salida para la enfermedad. Ella tiene que tener la cura…
—Nos debilita, nos cerca como animales para que entendamos que ella es la única opción posible —lo dice como si ya sopesara esa posibilidad. En caso de que no haya nada que podamos hacer.
—Me niego a recurrir a ella. Hemos batallado demasiado para al final inclinarnos a sus pies. Ella no es la solución, Alfred —agarro su brazo y hago que se detenga. Lo miro a los ojos, la desesperación hace estragos en su mirada. Puedo comprenderlo, es la primera vez que enfrentan una situación semejante, que a simple vista no tiene salida, no tiene cura. Eso me hace enfebrecer—. Escúchame muy bien. Nadie tiene permitido rendirse. Agadria no es la salvación de nadie. Ella quiere reinar para esclavizar a las hadas, y ese no es el mundo en el que quieres vivir. Hasta donde sé, no eres un cobarde.
Lo suelto, el peso de miradas curiosas me hace recordar que Alfred es un hombre mucho más alto que yo y más viejo, con muchos años de reinado. Lo acabo de regañar como si fuera un niño que se ha desviado del camino.
—Lo siento, yo…
—No te disculpes.
—Nunca pidas disculpa cuando tengas la razón —opina Olivia—. Él sabe que tienes la razón.
Los escucho reanudar la marcha. Alfred y yo, seguimos de pie sin decir nada, atrapados en nuestros pensamientos durante un minuto. De verdad, me siento mal por haberle hablado de esa manera.
—Por un instante olvide, que nunca te rendiste en buscar a tu hermano —su voz está calmada y firme, no parece ofendido más bien avergonzado—. Viniste a un mundo que no conocías y enfrentaste todas las adversidades, y nunca flaqueaste ante tu objetivo. No vas a permitir que nos rindamos, ¿cierto?
—No, no lo haré —lo expreso con todo el hervir de mi sangre. Debo admitir, que la hermandad ha sabido hacer sus jugadas. Si quiebras la fortaleza de un rey, derribar sus barreras de seguridad lo obtienes todo. Pero hay un problema en sus planes, yo no sé rendirme—. Cada vez que Agadria llegué a tu mente en forma de una posibilidad de salvación, recuerda que tu hijo está del otro lado. Dar tomo una decisión difícil, todos los hicimos, para mantener este lugar a salvo. Ganar tiempo, a pesar de las consecuencias. Así que, se lo debes Alfred. Tienes que luchar, porque Dar no sé ha rendido. Nosotros no nos vamos a rendir.
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Editado: 28.09.2024