Encantus. Alas de hielo (libro 5)

Capítulo 33: La odio

Capítulo 33:

La odio

 

Kevin

 

Correr.

Todos corren despavoridos por las calles del pueblo, mientras que una creciente ola de putrefacción cubre el suelo, paredes, casas y autos. Pasan a mi lado, sin percatarse de mi presencia, huyendo de algo siniestro y aterrador. La enfermedad, más fuerte que nunca, aniquilando lo poco o mucho que tienen los humanos para mantenerse a salvo. El asfalto cubierto de un tejido viscoso y negro. Huir no les dará el resguardo que necesitan, porque ya los bosques están contaminados y no hay a donde ir. El daño licua la carne hasta unirla a la viscosidad que ahora cubre al pueblo. Los que han sido muy lentos, se pierden en la enfermedad.

Mis pies tocan las zonas contaminadas y no pasa nada. No me lastima como al resto. No es real, el alivio se aloja en mi pecho. Una pesadilla y nada más. Lo que se traduce a que aún hay tiempo.

—Ves qué hermoso lugar —la voz de la bruja me hace girar en busca de su ubicación. No está en ninguna parte. Juega conmigo, la tejedora de sueños intenta hacerme enloquecer. Retrocedo, manteniendo el ritmo de todos aquellos que huyen. Mi pecho se acelera y me cuesta respirar.

Correr. Esquivar. Conozco el pueblo como la palma de mi mano, pero entre el bullicio no consigo ubicarme. Debo encontrar la casa de George, o mejor, salir de esta pesadilla. Sí. Salir. Ahí está.

—¡Basta! Es una pesadilla, Maritza.

Intenta esbozar una sonrisa, le sale como una extraña mueca.

—Oh, de momento, lo es —un dedo se desliza sobre mis hombros, me estremezco y ella está justo a mi lado. Disfrutando del horror que podría convertirse en una realidad—. Me he enterado de que hay una nueva reina de hielo.

La miro, sus ojos se ven hundidos, cansados. Lo que sucedió en la cueva tuvo repercusiones en ella.

—Así es, parece que si quieres la corte de invierno debes negociar con alguien más. Ya no soy el rey.

Cada palabra es como minúsculas astillas de hielo desgarraran mi garganta. Me enfurece haber sido reemplazado, aun cuando mi mayor deseo era desligarme de Encantus, de las hadas, del reino de hielo… ¿Qué es lo que en realidad quiero? ¡Maldición! Estoy tan confundido.

—¿Lo dejarás todo, así como si nada? ¿No vas a pelear por tu derecho de nacimiento? Puedo ayudarte a recuperarlo.

Doy un paso hacia atrás. Maritza lleva un tiempo buscando mi cooperación para obtener a invierno, pero quizás lo he interpretado mal, ella me quiere a mí.

—¿Puedes? —ella sonríe, sus labios se ven marchitos. ¿Será real, o solo una forma de presentarse en esta pesadilla?, debería buscar la forma de despertar, pero… —Te ves terrible, como si la vida se te escapará entre los dedos.

—Nimiedades. Tengo una propuesta para ti, Rey Kevin. Ya viste lo que puede suceder.

—Es solo una pesadilla.

—¿Quién dice que no está sucediendo justo ahora, mientras duermes?

¡Ay, no! Necesito despertar, látigos de frío golpean mi piel. No es suficiente.

—¿Qué es lo que quieres?

—A Gerald, Aurelia y a ti. Los tres, a cambio de esto —abre los brazos como un ave en medio de la devastación.

—¿Los dejarías fuera de esto? —ella afirma. Es mentira.

—Si es lo que deseas. Podemos negociar, Kevin.

—Pareces desesperada —una palabra interesante, ante mi propia desesperación por salir de esta pesadilla.

—En este punto, todos lo estamos, Kevin. Toma una decisión y rápido, no te queda mucho tiempo.

No puedo escuchar ni sentir a nadie más que a ella. La desolación me hace replantearme su propuesta, se puede salvar al pueblo, las personas vivirán… pero, ¿a qué costo?, si me rindo ahora será peor para los humanos y hadas, la hermandad se ha afianzado en una magia corrupta y eso no va a cambiar.

Me concentro en bajar la temperatura al mínimo, si eso no me despierta, a alguien más en la cabaña lo hará.

—Esto no es lo que quieres, Kevin. Si el pueblo es destruido, ¿dónde vivirás? No habrá refugio más que Encantus, para ti. Se acabarán tus opciones.

Es cierto… El tirón de la realidad desdibuja el sueño ante mis ojos. Me arde una mejilla. Abro los ojos. A Susej le castañean los dientes, su respiración agitada forma una capa de humo blanco frente a su nariz, y no está tan débil, la bofetada me hace palpitar la mejilla.

—¿Tenías que cachetearme? Con un estremecimiento pudo haber sido suficiente —me quejo.

Ella coloca su mano en mis labios. Los demás siguen dormidos, acomodados en la sala con mantas. No se dispone de muchas comodidades en esta casa del árbol. Del techo penden delgados carámbanos.

—¿Tienes que congelarlo todo? ¡Caramba, Kevin! ¿No es suficiente con la helada?

Me incorporo. La princesa oscura se ha vuelto muy sensible a todo, la temperatura, la magia, lo que le sucede al mundo, y gruñona también.

—Lo lamento —atraigo el desastre que he causado en la cabaña, la temperatura vuelve a estar… cálida. Oh, cierto, que la reina de verano está aquí, a pesar de tener una pierna vendada, estar agotada y casi haber perdido su magia en la cueva. Su fuego no se extingue con facilidad, aun dormida consigue mantener el interior de la cabaña a una temperatura agradable para todos—. De verdad lo siento, yo necesitaba despertar.




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