Encantus. Alas de hielo (libro 5)

Capítulo 38: Colapso

Capítulo 38:

Colapso

Mafer

Nuestro enfoque estaba errado. Pusimos cada esfuerzo en lo que la bruja quiso, nos hizo seguir un camino cercado hacia su corazón y era más un detonante que su mayor debilidad. A la final, le hicimos un gran favor, destruir ese pequeño músculo antiguo fue como abrirle la puerta, o más bien, coronarla. Ahora sus artimañas se tejieron a la perfección entre los dos mundos.

Las semillas de la enfermedad han germinado en su mayor exponencial, esas raíces y flores están por todas partes. El origen en la corte oscura, la primera nació allí y sobrevivió por años, el silencio, alimentándose de cada humano que cruzó las puertas de Encantus, cada desaparecido, cada niño secuestrado por las hadas y que nunca volvió a casa fue el abono para la expansión de la enfermedad. La hermandad no solo consiguió la liberación de sus dos soberanas, también la enfermedad.

—Después de todo, la maldita bruja si supo tejer pesadillas en la realidad, y fue inevitable no terminar enredado en ellas —fuimos marionetas en su juego.

—El ascenso de ambas era inevitable.

—¿Y lo dices hasta ahora?

Me inquieta que no hagan nada. Ni un intento por atacarnos. ¿Qué esperan? ¿Qué buscan?

—Lo positivo de esto es que la bruja ya no tiene ataduras.

Caleb tira de mi hombro para que retroceda. La pesadilla del pueblo está en carne y hueso delante de nosotros.

Sin ataduras. Ellos podrían morir ahora que tienen un cuerpo, lo que sea que hayan hecho las hadas en el pasado para liberarse de ellos no fue definitivo, sin embargo, eso podría cambiar muy pronto.

—Eso si podemos llegar a ella.

Los Duants se mueven todos en sincronía, olfateando el aire, ignorando nuestra presencia, atraídos por algo más atractivo.

—No podemos quedarnos —grita Caleb.

Soy incapaz de moverme. La decepción no me permite ir a ningún lado. Esas criaturas van a ganar y no hay nada que pueda hacer para evitarlo. La magia rechaza mi llamado. El fuego ya no es mi aliado, se ha ido o está siendo bloqueado, ¿cómo saberlo? Es una desconexión masiva, como si Encantus hubiera muerto, corrompido o cambiado.

—Mafer. Corre —tira de mi brazo y me hace seguirle el ritmo.

Atrás queda la intención de acabar con tantos Duants como pudiéramos antes de que llegaran al pueblo. Todo se ha reducido a huir de la enfermedad, ni siquiera esas criaturas se han movido, no vienen por nosotros. ¿Para gastar energía? La enfermedad se lo pondrá fácil.

Esa flor negra expulsa un aroma alucinógeno que distorsiona la realidad y es un puente para la bruja, implantar sus pesadillas es más fácil. Una cacería silenciosa en la que nadie se tiene que ensuciar las manos, y como añadido sigue estando el toque mortal de la propia enfermedad, lo que encuentre lo corroe, devora… No sé pierde nada.

—Eulis y… —me detengo de bruces y tropiezo con mis propios pies. Atajo la caída con ambas manos, eso no impide que me las lastime. El ardor de las recientes heridas me enfoca y me hace sentir. La tierra da débiles sacudidas, como si intentara expulsar algo, liberarse de ataduras. No estoy completamente desconectada, es solo que no se siente como antes. Es diferente y aberrante.

—No iremos en esa dirección —me levanta de una sacudida. Sus ojos flamean en un tono verde tan oscuro que parecen negros por unos segundos, y luego se vuelven tan claros e inusuales que agita mis temores. Estamos cayendo en el abismo de la enfermedad, en ese putrefacto paraíso en que se convierte el nuevo reinado—. Sé que puedes sentir como perdiste todo lazo con tu magia, lo que significa que ambas, bruja y hada consiguieron conectar la enfermedad con Encantus. Ya no hay cortes, Mafer. Todo es uno ahora, y todo es la enfermedad.

Me sacudo de su agarre. Furiosa. Aterrada. Miro al derredor, es difícil orientarse. Cada árbol cubierto por una maldita enredadera. Los Duants se mueven entre las ramas, por encima de nosotros, ignorándonos. Atraídos por el pueblo y lo que sea que se esté desarrollando allá. Mis hermanos y abuela están allá, el resto de mis amigos también.

¡Que estén bien!

—¿Y ahora qué? —el aire me araña la garganta, conseguir un poco de agua sería una sentencia de muerte. El picor en la piel es un hormigueo sutil que inicia en los pies y se extiende, lo que me recuerda a la primera vez que estuve en esa cueva—. ¿Nos inclinamos ante las nuevas reinas o le servimos de aperitivo?

La ira quema mis venas en ausencia del fuego. Lo que me lleva a mi corte, mi padre y cada hada que fue allí en busca de refugio. Me pregunto si seguirán resistiendo o ya se habrán inclinado ante las nuevas reinas.

—Dudo que seas el tipo de reina que se incline ante su enemigo.

—Me cuesta pensar lo mismo de ti y tu flamante esposa —replico, cierro los ojos un momento. Debo calmarme, y analizar que hacer desde este punto. Atacar al rey de una corte escondida por años no es precisamente la mejor forma de avanzar, tampoco usarlo como catalizador de mi ira. No significa que me vaya a disculpar.

—Confió en que ustedes no comentan los mismos errores que nosotros.

—¿Te burlas de mí?




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